Despotismo feminista ilustrado: todo para las mujeres pero sin las mujeres
Manifestación convocada por el Sindicato de Estudiantes contra la islamofobia y el racismo en los institutos públicos de Parla.Sindicato de Estudiantes
Público, , 07-03-2025Hay debates que estamos condenados a repetir. El anuncio del reboot de Buffy ha reabierto la eterna discusión sobre si el verdadero amor de la cazavampiros es el guapetón pero sosainas Angel o el guapérrimo Spike que se enfrentó a la muerte y al Infierno para recuperar su alma por amor. Otros en cambio son más enervantes y además vuelven cada año para golpearnos en toda la nariz en cuanto el 8M asoma por el horizonte. El eterno retorno de la abolición de la prostitución y el constante ataque contra los derechos de las personas trans son ya clásicos de estas fechas, pero este año ha hecho su reaparición estelar el tema del velo que cubre la cabeza de algunas mujeres musulmanas. Y es que por lo visto no tenemos bastante con el lío inmenso que hay alrededor, que tenemos que meternos en charcos de esos que nos dejan a todas pringadas de barro.
He de confesar que en un principio me sorprendió que resucitara el tema del uso del hijab, y que lo hiciera en los mismos términos y con la virulencia con la que se despachaban estos temas antes de que la interseccionalidad y el discurso decolonial nos abrieran los ojos. Pero henos aquí en pleno 2025 hablando de las mujeres musulmanas desde nuestro despotismo feminista ilustrado, ignorando que las feministas musulmanas llevan décadas discutiendo sobre el hijab y el niqab, y tratando al sujeto de nuestra preocupación como un ente pasivo, como un todo monolítico sin voz ni voto en el que los condicionantes de clase, nivel educativo o nacionalidad no tienen relevancia porque lo importante aquí es dejar claro lo que pensamos las señoras blancas europeas con complejo de salvadoras de almas y vidas descarriadas. Pero Freud ya nos dijo aquello de que no existen las casualidades y Gene Hackman, DEP, nos explicó en Enemigo Público que ser paranoico no es óbice para que te estén persiguiendo, por lo que, en tiempos de guerras culturales para alimentar al monstruo de la extrema derecha, no vamos a jugar a no saber por qué ha reaparecido el debate del uso del hijab en los espacios públicos en la antesala del 8M.
Dos son los ejes principales del discurso que hila y hermana a todas las familias de la extrema derecha y la reacción actual: las personas migrantes y las personas trans. Contra estos dos colectivos se dirigen la mayoría de los discursos de odio que alimentan las legislaciones con las que se pretende acabar con sus derechos en primera instancia y con su existencia como paso final. El tiempo de hacernos los ingenuos ya ha pasado. Cada día en el Despacho Oval se escenifican performances donde se firman decretos que allanan el camino del sueño reaccionario a costa de los derechos y las vidas de las personas migrantes y las personas trans. La humillación pública a Zelensky ante millones de personas es la antesala de lo que nos espera al resto, ha sido el anuncio en prime time de las formas y las intenciones del trumpismo y sus aliados políticos e ideológicos. Esto ya no va de los ejes tradicionales izquierda/derecha, es la disputa entre la Razón frente a la barbarie. Y hay que posicionarse.
Desde hace una década la reacción ha ido colando de matute todo su arsenal ideológico y propagandístico y, lo que es más preocupante, ha conseguido colarlo incluso en el discurso de una parte de la izquierda y del feminismo. Una vez que se ha caído en la trampa de identificar los autoproclamados valores occidentales con los valores universales, el supremacismo se ha extendido sin encontrar mucha resistencia al disfrazarse de preocupación por las mujeres o por la seguridad pública. De esta manera, por ejemplo, se atacan los derechos de las personas trans amparándose en una falsa dicotomía, pues estos no ponen en riesgo los de las mujeres cis sino que los complementan y los fortalecen. Sin embargo, una vez aceptada la lógica reaccionaria es fácil caer en esta trampa, incluso es fácil caer en ella con la mejor de las intenciones. En un mundo abiertamente hostil y violento hacia las mujeres, la exigencia de que se prohíba el uso del hijab y niqab puede ser interpretada como una preocupación legítima, pero en el fondo enmascara una profunda ignorancia, cuando no racismo, que pone en riesgo los derechos y las libertades de las mujeres musulmanas.
Incluso si aceptamos sin discusión y sin matices todo el marco teórico de las abolicionistas del uso del hijab en espacios públicos, especialmente en las escuelas, a saber, que es un símbolo de dominación patriarcal y religiosa, está por ver cómo su prohibición beneficiaría a las mujeres a quienes se les impone su uso. En primer lugar porque para ello habría que legislar, es decir, tendríamos que abrir la puerta a la posibilidad de que primero se debata y posteriormente se decida por ley qué tipo de vestimenta podemos o no llevar las mujeres en la esfera pública, lo que nos situaría, paradójicamente, en la misma línea que teocracias como Irán o Afganistán. Una vez legislado esto habría que asegurarse de que se cumpliera dicha ley, con recursos y personal que persiga, identifique y castigue a las infractoras, es decir, una policía de la buena y laica moral.
En Francia hace tiempo que con la excusa del laicismo y el feminismo se han puesto en marcha políticas abolicionistas sobre la vestimenta femenina, políticas que en el fondo no son más que racismo estatal e islamofobia. Es verdad que en las playas y piscinas públicas francesas se han dejado de ver los burkinis que tanto ofendían a los amantes de la libertad y el laicismo, pero también a las mujeres que los portaban, obligadas ahora a quedarse en sus hogares, pues la abolición del burkini no implicó la abolición del marco ideológico y religioso que lo sustentaba, solo la desaparición en la esfera pública de unas mujeres y unas niñas que ahora, más que nunca, han quedado desprotegidas y abandonadas por las instituciones. Es por eso que cualquier discurso o movimiento emancipatorio que ponga el foco en culpabilizar y estigmatizar a las víctimas de la opresión que dice combatir es en el fondo un discurso reaccionario que lo que pretende es disciplinar y borrar la otredad, y por tanto es un discurso que solo sirve a los intereses de la extrema derecha. Se da la circunstancia además de que la gran mayoría de las cuentas de las supuestas feministas que iniciaron la campaña contra el uso de hijab en espacios públicos, a los dos días estaban compartiendo memes y chistes en los que se burlaban del Ramadán. Porque estos debates no surgen de la nada ni surgen por casualidad, son, una vez más, el combustible con el que se alimentan las guerras culturales reaccionarias.
La función del feminismo es la de reflexionar, denunciar, combatir y abolir las condiciones materiales que impiden la igualdad efectiva de las mujeres y el pensamiento que sostiene y alimenta la violencia y la dominación. Esto convierte al feminismo en un artefacto político, no en un corpus moral. No se trata, por tanto, de prohibir lo que nos incomoda o lo que no entendemos, planificando políticas desde arriba que desdeñan la realidad: que las mujeres formamos un conjunto humano diverso, contradictorio y complejo, entretejido con los condicionantes de clase, de nacionalidad y de color de piel, pero también con las tradiciones y la religión. Las mujeres, en consecuencia, somos y tenemos que ser los agentes activos de este cambio político, social y mental. El feminismo es un sistema político y filosófico que se ha extendido por todo el mundo, por todas las comunidades, y que se ha adaptado a cada una de ellas, sirviendo a sus necesidades y prioridades. Es imperativo deshacerse de tics del pasado y desterrar de una vez por todas la idea supremacista de que hay un grupo de feministas ilustradas que se alzan con superioridad sobre el resto, un grupo de mujeres, siempre blancas, que saben lo que está bien y lo que está mal, y que hablan en nombre de todas las demás mujeres, a quienes relegan al rol de víctimas pasivas y a quienes se les niega la voz, la voluntad e incluso la capacidad para ser las protagonistas de su propia revolución. Un feminismo así está condenado al fracaso, porque solo sirve a los intereses de la reacción. Quienes lo practican además no están muy lejos de aquellas damas decimonónicas de la caridad que suspiraban decepcionadas en sus sofás tapizados de terciopelo porque las almas descarriadas a las que pretendían reformar no les daban las gracias.
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