Historia

Anatomía del racismo desde las Cruzadas a la inmigración: "No es algo consustancial a la condición humana"

El historiador portugués Francisco Bethencourt analiza las prácticas racistas desde la Edad Media hasta hoy. "El prejuicio sobre la ascendencia étnica está motivado por proyectos políticos"

El Mundo, Fernando Palmero Madrid, 06-03-2025

Hace años que para la ciencia no existe ya duda alguna sobre el origen único de la especie humana. Pero desde el siglo XVII y hasta bien entrado el XIX hubo un profuso y largo debate entre monogenistas y poligenistas. Estos últimos, para justificar el esclavismo, afirmaban que existían distintos orígenes jerarquizados de los hombres, de ahí que no supondría un atentado contra la dignidad de nadie esclavizar a las personas de origen africano, a las que se solía comparar con los simios, sencillamente porque no eran humanos. “Las teorías de la evolución social inspiradas por Lamarck y Darwin”, explica el historiador Francisco Bethencourt en su última obra, Racismos (ed. Arpa), “acabaron por hacer irrelevante aquel debate, afirmando la idea de la humanidad como una sola especie”. Además, continúa el catedrático de Historia Charles Boxer en el King’s College de Londres, “Darwin desplazó el debate sobre la variedad humana del plan divino, al origen natural, de las creaciones separadas al árbol de la vida y de la degeneración a la evolución”.

Y aunque es cierto que el movimiento abolicionista, como señala Bethencourt, “no se podría haber desencadenado sin el cambio económico, los ideales emergentes del trabajo libre y del libre comercio, así como el cambio político, con la nueva visión de una sociedad de ciudadanos libres e iguales ante la ley”, lo cierto es que sin las revueltas de los esclavos, que destruyeron plantaciones y se enfrentaron a los grandes terratenientes, no habría podido ponerse fin a la esclavitud. “Por un lado”, concluye el historiador portugués, “el abolicionismo creó nuevas condiciones ideológicas y políticas para la difusión del concepto de los derechos humanos, pero por otro, los intentos de justificar la esclavitud estimularon una definición científica de las jerarquías raciales que contribuyó a perpetuar formas de segregación y discriminación”.

Es el llamado racismo científico, que siguió ejerciendo todavía en el siglo XX “una gran influencia en la definición de las políticas nacionalistas y totalitarias de derechas hasta la II Guerra Mundial. También inspiraron leyes segregacionistas en EEUU y Sudáfirca”. En este último caso, recuerda, entre 1948 y 1994 “se institucionalizó el apartheid, una segregación racial a todos los niveles (de la escuela a los espacios públicos) que fue seguido de un significativo traslado de las poblaciones africanas y de la creación de entidades políticas, los batustanes, patrocinadas por los blancos con el fin de despojar a las poblaciones nativas de sus tierras y de sus derechos civiles”.

“El colonialismo supuso un salto cualitativo en la utilización del racismo para lograr imponer una visión del mundo sobre la que consolidar la conquista de nuevos territorios”

De entre aquellos científicos raciales (cuyo principal argumento de autoridad eran las mediciones y comparaciones de cráneos humanos) fue el filósofo y diplomático francés Josep Arthur de Gobineau, autor de Ensayo sobre la desigualdad de las razas humanas (1853), el que logró imponer la visión de “los arios como blancos superiores responsables de todos los avances de la civilización en el mundo, equiparando el mestizaje con la degeneración”. Las ideas antisemitas y de superioridad racial de Gobineau (gran amigo de Richard Wagner) consiguieron convertirse en la base del ideario nacionalsocialista, que desembocó en el genocidio de los judíos europeos entre 1939 y 1945.

Pero antes, en el África colonial, los hereros y los nama de la Namibia alemana fueron objeto de una dura persecución y exterminio entre 1904 y 1907, siendo este el primer genocidio moderno del que se tienen referencias. Años después, entre 1915 y 1923, los Jóvenes Turcos, poco antes de que el Imperio otomano sucumbiera tras la I Guerra Mundial, intentaron homogeneizar su nuevo Estado, para lo cual llevaron a cabo brutales masacres contra los armenios (ente un millón y medio y dos millones de personas) y hostigaron y persiguieron a las comunidades de griegos, que tuvieron que refugiarse en su país de origen. Los viejos antagonismos entre musulmanes y cristianos se habían transformado ya en un genocidio justificado y sostenido por causas raciales.

Estos ejemplos no hacen sino reforzar la principal tesis que Bethencourt mantiene en su libro, a saber, que “a lo largo de la historia, el racismo como prejuicio sobre la ascendencia étnica asociado a la discriminación ha estado motivado por proyectos políticos”. En conversación con este periódico, el que fuera director de la Biblioteca Nacional de Portugal, se reafirma en que “el racismo no es consustancial a la condición humana. Durante todos mis años de estudio he comprobado que el fenómeno no se da en muchas sociedades con comunidades raciales diferentes. Hay algunas que por haber vivido en el pasado problemas de racismo, este se manifiesta aún como algo residual. Pero rechazo”, afirma tajante, “la visión inmanente, que no se basa ni en fundamentos científicos ni en pruebas históricas. Debemos investigar las circunstancias específicas de la aparición tanto de las prácticas sociales que excluyen a determinados grupos como de las teorías raciales. Estas prácticas y teorías no son universales, y no llevan la misma configuración a través de las distintas épocas y lugares”.

“En EEUU, los afroamericanos han recuperado la palabra ‘raza’ para restaurarla como expresión de identidad colectiva y herramienta política”

Para ello, Bethencourt se remonta a la alta Edad Media, entre los siglos XI y XIII, la época de las Cruzadas, años en los que cristianos occidentales (francos), musulmanes (sarracenos) y cristianos orientales (ortodoxos) dejan en Oriente Próximo alrededor de tres millones de cadáveres. Pero ahí, explica, aunque por supuesto que se dan prejuicios raciales incluso entre miembros de una misma religión, dado el carácter mundial de la epopeya, estaríamos esencialmente ante un enfrentamiento religioso. El salto cualitativo se va a producir en la Península ibérica. "En muchas partes de Europa se puede hablar de un racismo contra las comunidades judías y musulmanas, pero estas acciones de discriminación y segregación se podían confundir con antagonismos religiosos. Por eso para mí fue más importante trabajar sobre la España de los siglos XIV a XVI, donde se dan prejuicios tempranos sobre la ascendencia étnica unidos a una acción discriminatoria institucionalizada». Y se explica: “Tras la expulsión y posterior conversión forzosa de judíos y musulmanes, estos, según el universalismo de la Iglesia católica defendido por San Pablo, debían ser integrados”. Sin embargo, con la aprobación de los estatutos de sangre, lo que en principio pudo ser una cuestión religiosa se transformó en un problema racial y se bloqueó a los llamados cristianos nuevos o conversos el acceso a ciertas órdenes eclesiásticas, a los cargos militares o a puestos en la Universidad.

El problema principal, en ese caso, comenta Bethencourt, fue un problema de “competición. Los judíos conversos estaban mucho mejor preparados que los cristianos viejos, que los veían como una amenaza para mantener sus privilegios. Eso en los entornos urbanos. Y en el mundo rural, los moriscos eran mucho más competentes en cuestiones agrícolas. Hay, por tanto, un proyecto político para bloquear socialmente a esos conversos, para lo cual se instauran institucionalmente los estatutos de pureza de sangre”.

“El colonialismo”, continúa “supuso un salto cualitativo en la utilización del racismo para lograr imponer una determinada visión del mundo sobre la que consolidar la conquista de nuevos territorios. Si las Cruzadas pusieron simbólicamente a Jerusalén en el centro del mundo y reforzaron los prejuicios étnicos basados en la lealtad religiosa”, explica, “la exploración oceánica desplazó el centro simbólico del mundo a Europa y concibió la idea de la supremacía blanca sobre los pueblos de las demás partes del globo”. Aun así, cada experiencia colonial fue distinta. Y aquí, el historiador señala cómo lo ocurrido en la América neerlandesa e inglesa fue muy distinto a lo que sucedió en la América española. En esta última, aunque se produjo una verdadera discriminación hacia lo indios, el hecho de que el Papa legitimara la conquista y dijera que España tenía derecho a incorporar a la Corona los territorios descubiertos, se realizó un esfuerzo por dotar de derechos a las comunidades indígenas y a integrarlas en la Monarquía hispánica. En el otro caso, los indígenas (“que en su mayor parte eran semi nómadas, a diferencia de los indígenas del sur, más sedentarios y urbanos” aclara Bethencourt), fueron vistos siempre como extranjeros, hasta el punto de que aún hoy siguen confinados en reservas por todo el país.

Sin embargo, y da el historiador portugués un salto en el tiempo, es en EEUU fundamentalmente donde, a pesar de que las ideas raciales se mantienen, se ha dado un inversión del concepto de raza. “Después de la teoría de las razas y su amplio desarrollo en el siglo XIX, dejó de utilizarse esa palabra, que estaba muy contaminada, para sustituirla por la de etnia. Y es muy significativo el contraste actual entre, por ejemplo, Francia y EEUU. La categorización racial ha sido abolida oficialmente por los franceses, puesto que se considera que reafirma los prejuicios racistas, mientras que en EEUU la clasificación racial forma parte de todas las investigaciones burocráticas, especialmente de las personas que entran en el país. Pero por otra parte, los afroamericanos han recuperado la palabra raza para reinstaurarla como expresión de identidad colectiva y como herramienta política contra la discriminación. Esto es revelador, ya que el concepto étnico se comenzó a utilizar porque combinaba las nociones de identidad colectiva y de alteridad, al estar vacío de prejuicios raciales. El racismo, sin embargo, atribuye un conjunto único de rasgos físicos y/o mentales a grupos étnicos determinados bajo la creencia de que estas características se transmiten de generación en generación, de manera inmutable”.

“El racismo no ha desaparecido. Ha abandonado sus reivindicaciones físicas diferenciales y las ha reemplazado por la incapacidad cultural”

Bethencourt resalta la idea de que “el prejuicio relacionado con la ascendencia étnica no identifica adecuadamente el racismo, ya que dicho prejuicio debe ir acompañado de una acción discriminatoria”. Y en este sentido, recuerda que ahora se están produciendo procesos de discriminación racista. “La violencia cotidiana entre etnias es visible en distintas partes del mundo, al igual que la esclavitud y la servidumbre, a menudo basados en prejuicios relacionados con la ascendencia étnica”. En China, por ejemplo, contra los uigures, “a los que se está confinando en campos de concentración. China está empeñada en cambiar la composición étnica dentro del país y las etnias que quieren mantener su identidad son perseguidas simplemente por enseñar y trasmitir su lengua. Son proyectos de monopolización y de destrucción de identidades locales que se dan aun hoy, como en el caso de Myanmar. Siempre habíamos pensado que los budistas eran personas pacíficas y resulta que ahora están persiguiendo a los rohinyas, que sobre todo son musulmanes, peor también hindúes”.

Es cierto, concluye, que aunque actualmente en la mayor parte del mundo “prevalece una norma de comportamiento antirracista, el racismo no ha desaparecido. Ha abandonado sus reivindicaciones físicas diferenciales y las ha reemplazado por la incapacidad cultural. No se opone a la migración con argumentos físicos, sino con la idea del atraso cultural y de la incapacidad de adaptación de las personas. El argumento de la inferioridad se ha abandonado en el debate político; en su lugar, se acusa a los inmigrantes de beneficiarse de ayudas no concebidas para ellos”.

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