LA PRESIÓN MIGRATORIA // LOS REPATRIADOS

El regreso del náufrago

El Periodico, 30-08-2006

Son una treintena larga de hombres jóvenes y a pesar de todo se les ve serenos, aunque con la huella del sufrimiento en la mirada. Abarrotan una furgoneta de transporte público, de las que tanto abundan en Senegal, y esperan pacientemente que la variopinta cola para embarcar en el ferry que cruza el río Gambia se mueva de una maldita vez. Una etapa más del triste viaje de vuelta, del epílogo de la derrota, después de que el casco del viejo cayuco con el que intentaban alcanzar las Canarias dijera basta y el sueño europeo se desvaneciera a medida que el agua iba apoderándose de la embarcación.
Rescatados por una patrullera mauritana y devueltos a Senegal, cruzan el país de punta a cabo – – además de la franja de Gambia incrustada en la ruta – – para volver a la casilla de salida. Pero la partida no ha terminado. “Vamos a intentarlo de nuevo. Tenemos que hacerlo”, afirma convencido, y ante el asentimiento general, Ibrahima Kalliou Kaba, un joven de 25 años que partió hace dos de Guinea Bisau para buscarse la vida.

Ocho días en el mar
En Diogué, en el extremo sur de Senegal, Ibrahima se dedicaba a ahumar y salazonar pescado para venderlo hasta que consiguió ahorrar los 500.000 francos CFA (unos 770 euros) que le costó el viaje. Como sus compañeros, se ha jugado cuanto tenía y lo ha perdido todo, menos el pellejo. Los 110 ocupantes del cayuco fueron rescatados con vida, tras ocho días en el mar. No siempre es así. “Supongo que, después de todo, hay que decir que hemos tenido suerte”, ironiza.
Fode Dumbuya, otro guineano, tiene 27 años y malvive en Joallo (también en Casamance, la región sur de Senegal) cultivando una tierra que no es suya. “Planto tomates, sandías, berenjenas. El dueño del campo me da las semillas y, cuando cosecho, vamos a medias”, explica. Tuerce el gesto cuando recuerda la experiencia: “No somos gente de mar, y hemos sufrido muchísimo. Había olas de cinco metros, que levantaban la barca y la dejaban caer”. ¿Y ahora qué? “Pues volveremos a empezar de cero”.
Todos admiten que sabían lo que les esperaba. “Sabíamos que ha muerto mucha gente intentándolo, que iba a ser duro. Pero más duro es ver que no puedes alimentar a tu familia, mientras que los que tienen parientes que se han ido reciben montones de dinero”, dice Fode Camara, de 30 años, guineano también. Lo que no parece que supieran es que, una vez en España, las cosas tampoco iban a ser fáciles. “Tenemos muchos amigos allí, y a todos les va bien”, asegura Ibrahima. Lo cierto es que, por su concepto de la dignidad, difícilmente un emigrante africano cuenta a sus allegados las penalidades que sufre. “Mi hermano llegó a Canarias hace tres semanas, y le acogió la Cruz Roja. Me llamó y me dijo: ‘Tenéis que venir enseguida. Como bien, duermo bien, me han dado jabón y ropa. Y ahora estoy viendo el fútbol por la tele’. Está esperando a que, dentro de unos días, le dejen salir para empezar a buscar trabajo. Él acabó de decidirnos”, interviene Fode Dumbuya. Ni una palabra de lo que viene después.

Salida de Casamance
Las localidades costeras de Casamance son hoy el principal punto de partida de cayucos hacia las Canarias, después de que más al norte la vigilancia de las fuerzas de seguridad senegalesas haya frenado sustancialmente las salidas. De una de ellas, Diogué, zarparon estos hombres en la madrugada del domingo día 20. Las expediciones las organizan “pescadores, pero ellos no vienen. Contratan a un patrón”, explica Ibrahima.
Tras una dura semana de navegación, la vía de agua les obligó a dar la vuelta. Fueron avistados por un barco que dio el aviso, y la patrullera llegó justo a tiempo. “Fue recogernos y hundirse la barca enseguida”, relata. Las autoridades mauritanas les dejaron con lo puesto – – “se quedaron con todas nuestras cosas, los motores y la gasolina”, se queja – – en la frontera de Rosso. Allí lograron convencer al conductor de la furgoneta para que les llevara con la promesa de que sus familiares pagarán el viaje.
Ya en el ferry, bajo una lluvia torrencial – – “peor era estar en el mar”, dice Fode Dumbuya – – , a estos hombres les sigue sosteniendo la determinación: “Ahora volvemos a la pobreza, pero trabajaremos duro y algún día lo lograremos”.

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