editorial

Solidaridad y refugio, sin prejuicios ni crueldad

Gara, , 19-12-2024

En los últimos diez años al menos 70.000 personas han muerto o desaparecido en alguna de las rutas terrestres y marítimas que se utilizan para migrar, según datos de Naciones Unidas. Probablemente la cifra sea mucho mayor, lo que da la dimensión de una crisis humanitaria evidente pero oficialmente obviada. Ayer era el Día Internacional de las Personas Migrantes y la mayoría de declaraciones institucionales mantenían un tono políticamente correcto, ajeno a las políticas despiadadas, ineficaces y letales que sostienen de habitual los responsables de esas fronteras. Ante esta realidad, los gobiernos de los países desarrollados han adoptado medidas de disuasión, persecución y castigo, cuando lo lógico sería que esos flujos migratorios se diesen de manera ordenada, segura y humanitaria.

Una vez cruzadas las primeras fronteras o incluso alcanzado su destino –donde residen sus familias o sus comunidades–, las personas migrantes se encuentran con situaciones inaceptables de discriminación, explotación, trabas burocráticas y, sobre todo, racismo. A pesar de las evidencias de que la migración es un factor de riqueza socioeconómica, de que los datos demográficos indican que su mano de obra es indispensable en diferentes sectores, se siguen sosteniendo percepciones sociales ajenas a la realidad, basadas en prejuicios y alineadas con las tesis racistas de las fuerzas reaccionarias. Eso no quiere decir que la migración no genere situaciones complicadas. Faltaría más, cuando se trata de personas que han arriesgado su vida recorriendo miles de kilómetros en condiciones salvajes, que están en un contexto extraño y hostil, viven un choque cultural profundo y deben sacar su vida adelante, en muchos casos con cargas familiares y deudas. Se puede ser cruel ante esa realidad, pero no simular inocencia.

Partiendo de los derechos humanos, hacen falta debates serios que tengan en cuenta las diferentes visiones e intereses, que se traduzcan en políticas eficaces para gestionar bien un fenómeno imparable. La sociedad vasca, que sabe qué es migrar tanto por razones económicas como políticas, no debería olvidar ese legado de acogida y solidaridad.

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