El regreso de Trump
Diario Vasco, , 28-11-2024n 2016, dos semanas antes de los caucus de Iowa, un Donald Trump todavía aspirante a candidato a presidente se jactó de sus apoyos y lealtades asegurando que podía pararse en medio de la Quinta Avenida de Nueva York para disparar a alguien «y no perdería votantes». Fue una fanfarronada de campaña que define al personaje en sus provocaciones y en la fe en sí mismo ante las adversidades extremas.
Trump había anunciado su candidatura a la Casa Blanca seis meses antes, y después de su fallido intento en 2000 con el Partido de la Reforma de Ross Perot, la vieja guardia republicana le observaba como a un candidato de corto recorrido al estilo del empresario editorial Steve Forbes en las primarias del Partido Republicano en 1996 y 2000. Se equivocaron: primero, cuando alcanzó la nominación seis meses después, y posteriormente cuando llegó al Despacho Oval venciendo a Hillary Clinton gracias a los resultados en los ‘swing states’, los mismos que le derrotaron en 2020, y que ahora le han dado una victoria histórica, la más importante del GOP desde 1988, adjudicándose la ‘triple corona’ del poder político que le permitirá gobernar a capricho, al menos medio mandato.
Hace cuatro años, Trump salió de la Casa Blanca sin aceptar el veredicto de las urnas convertido en lo que más detesta en la vida: un ‘loser’ (perdedor). Ahora es un presidente en espera que empieza su relato intentando borrar de la historia a Joe Biden, como si fuera la habitación número 13 de un hotel. Para esta segunda Administración Trump, el magnate neoyorkino, no llega como un ‘outsider’ con lo puesto, como en 2017, teniendo que recurrir al Partido Republicano para la lista de más de 4.000 nombramientos que conforman los puestos más destacados del aparato político y administrativo de EE UU. En una estrategia comunicativa inteligente, similar a la de Iván Redondo cuando Pedro Sánchez llegó a La Moncloa en 2018, el equipo de Trump va deslizando cada día los nombres del nuevo ejecutivo. En mi opinión, un gobierno de ‘antis’: antivacunas, antimigrantes, antiinstituciones, antiimpuestos… Un grupo de frikis que parecen sacados del bar de ‘La guerra de las galaxias’, cuestionando la Constitución que promulgó leyes para la protección de la libertad y seguridad de sus ciudadanos, que sentó las bases de un federalismo que posibilitaba un poder suficiente y un cierto autogobierno a los Estados, y garantizó los controles y equilibrios entre los tres poderes del Estado. Todo eso queda a priori en entredicho con la cúpula de Trump.
Los que ganan unas elecciones desde los márgenes del sistema democrático, con nula fe en el mismo, suelen chocar con algo llamado realidad que les obliga a hacerse demócratas si quieren seguir gobernando. De todas las controvertidas propuestas excluiría el nombramiento de Marco Rubio. El senador cubanoamericano era el gran candidato de Trump a vicepresidente, pero estando afincado en el Estado de Florida no podía elegir para su ‘ticket’ a alguien del mismo territorio. Ahora será su virtual ‘número tres’ y sus orígenes hispanos suponen un cambio de 180 grados para la minoría más importante del país.
La relación de Trump con su electorado hispano no se sabe muy bien si responde a un cambio de estrategia o a un episodio bipolar. En 2017, dos días después de su discurso inaugural, el presidente republicano cerró la web y las cuentas oficiales del Gobierno en castellano. Previamente había prescindido de hispanos en puestos clave en su Ejecutivo. Era la primera vez desde 1988 que no había ningún hispano como titular de una cartera ministerial, en un país en el que uno de cada cuatro niños que nacen tienen padres hispanoparlantes. Todo precedido por una campaña de desdén absoluto hacia todo lo latino asociándolo con la delincuencia, la marginalidad y la clandestinidad.
Ese discurso lo mantiene, pero con Trump nunca se sabe si hay que tomarle la palabra más o menos en serio o al pie de la letra. Anunció un muro fronterizo con México y no hubo muro. Ha anunciado la deportación de 11 millones de inmigrantes ilegales, pero solo la expulsión de un millón de indocumentados cuesta unos 88.000 millones de dólares. Los números serán la realidad de la Administración Trump que toma como rehén el Partido Republicano, para que pase de ser el partido del conservadurismo a convertirse en el partido de un populismo, el ‘magaísmo’, que bien puede quedarse a vivir en el seno del partido del elefante o tener vida propia en esa tercera gran formación que intentaron construir en su día George Wallace, Strom Thurmond, Ross Perot o Sarah Palin.
El GOP ha abandonado su papel institucional, convirtiéndose en un culto al hiperliderazgo de un hombre de mentalidad autoritaria. Menos mal que hace un año prometió al periodista Sean Hannity, de Fox News, ser dictador ‘solo’ el «primer día».
(Puede haber caducado)