La 'reconquista' hispana de Nueva Orleáns
El Mundo, 28-08-2006Miles de latinos se ofrecen en las esquinas de la ciudad para trabajar en la reconstrucción de los barrios asolados por el ‘Katrina’ NUEVA ORLEANS. – Calle Borbón, calle Real, calle de Santa Ana… El viejo Nueva Orleáns mantiene vivo el recuerdo de cuando la ciudad estuvo bajo dominio español (1763 – 1800), y al nuevo Nueva Orleáns no le va a quedar más remedio que desempolvar el pasado y adaptarse a los tiempos que corren: Martínez Renovations, Gálvez Demolitions, Call Nacho… La reconquista hispana comienza simbólicamente en el bulevar Martin Luther King, que antes del Katrina atravesaba el corazón negro de la ciudad y ahora ha sido tomado al asalto por hordas de inmigrantes hispanos con sus mochilas, marcando las esquinas a la espera del contratista.
«Aquí es todo cash, amigo. Aquí no existe el mañana. O les pagas bien o no te los llevas. Unos 15 dólares a la hora. Yo vengo buscando a un chavo mexicano y a un guatemalteco, y me los llevo para terminar una faena en el Uptown». Carlos Borja, 48 años, natural de Honduras, ha sido testigo privilegiado de este vertiginoso cambalache demográfico. Unos 100.000 hispanos han cubierto el éxodo de 400.000 almas – la mayoría negros – en la zona devastada por el Katrina. Más de 15.000 han recalado en Nueva Orleáns.
«Antes ésto era puro hondureño, sin ofender. Ahora se está llenando de mexicanos, guatemaltecos, dominicanos, peruanos… Los ves en todas partes: en Canal Street, en el Garden District, en el Mid – City. La ciudad está cambiando, ya lo creo». Carlos Borja es pintor y tiene papeles; 12 años lleva viviendo en la ciudad. Aunque su casa quedó en «pura ruina» por el huracán, se ha vuelto a instalar en Kenner, el barrio latino, a orillas del lago Pontchartrain.
«Mi familia no quería volver, pero yo les dije: alguien va a tener que reconstruir aquello. Y ya lo ves: los latinos están levantando la ciudad, y eso les tiene enojados a los morenos, porque piensan que les estamos quitando trabajo», dice.
El pintor hondureño observa el paisanaje de inmigrantes hispanos desde su todoterreno en el cruce de Martin Luther King y Clairbone, una de tantas esquinas libres que han hermanado a Nueva Orleáns con Los Angeles. Al alba llegan a contarse más de 200 esquineros a la busca de trabajo, desperdigados por dos gasolineras. En su entorno están surgiendo chiringuitos que ofrecen tacos de lengua, pupusas (tortilla de maíz) y demás «platillos deliciosos».
«En otras esquinas vienen los federales y los arrean, pero aquí no se meten con los ilegales. Yo no soy policía y no pido papeles. Lo que esta ciudad necesita es gente dispuesta a trabajar». Gente como Rey Garduño, mexicano, 25 años, que «brincó» por Arizona hace siete años y se instaló en Houston, hasta sentir la llamada del Katrina. Rey malvive desde hace seis meses con una decena de inmigrantes en una casa «medio en ruinas», se levanta a las cuatro de la madrugada y trabaja hasta 14 horas al día. Lo suyo son las demoliciones.
Rey larga como un metralleta, con una sonrisa malévola: «Estos pinches americanos son muy ingratos y muy abusivos. Nosotros somos puro esfuerzo y así nos pagan: a mí me han acusado de robo y de incendio para mandarme de vuelta al D.F. [México capital]».
Rubén Esteban González, guatemalteco, sin papeles, irrumpe en el corrillo para lanzar al aire la cuestión palpitante: «Pero lo peor son los morenos, que te sacan la pistola y no te pagan. Digo yo si será porque han sido esclavos, y ahora quieren hacernos esclavos a nosotros».
Los líderes negros acusan al alcalde, Ray Nagin, de estar contribuyendo a la «limpieza étnica» de la ciudad con esta repoblación de hispanos, auspiciada por las autoridades. Hasta tal punto que las siglas de FEMA, Agencia Federal de Ayuda de Emergencia (en sus siglas en inglés), han cobrado popularmente otro sentido: Find Every Mexican Available» (Encuentra Cada Mexicano Disponible).
«El cambio que está ocurriendo en Nueva Orleáns es el mismo que está experimentando el resto del país, sólo que de la noche a la mañana», reconoce Rosana Cruz, coordinadora del National Immigration Law Center para la zona del Golfo. Antes del Katrina, Lousiana era uno de los estados con menos población hispana (el 2,5%); el porcentaje se ha duplicado con creces, a costa de la población negra. «Estamos abrumados por la situación: nadie esperaba una avalancha tan masiva de trabajadores hispanos, y en pocos lugares están tan desprotegidos como éste», admite Rosana Cruz, de origen cubano. «Los abusos en la construcción son constantes: los indocumentados trabajan en situaciones de grave riesgo, les pagan mucho menos, o ni siquiera les pagan».
Rosana denuncia también la «estafa» de los programas de trabajadores huéspedes, que han servido para llenar los hoteles con mano de obra barata. A las puertas de uno de tantos hoteles de F. Patrick Quinn, «el Donald Trump del Sur», un puñado de manifestantes denuncia el despido ilegal del peruano Daniel Castellanos Contreras, por atreverse a levantar la voz.
En otro hotel cercano, la boliviana Julia Magnani, 46 años, actriz de teatro y primera mujer – taxista de La Paz, se consuela limpiando habitaciones a seis dólares la hora: «Vine con una visa de 10 meses y aquí me tienes, cobrando menos que los ilegales. A mí el sueño americano se me ha caído, este país es muy hipócrita. No quieren que veamos lo que hay debajo de la carpeta (sic)».
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