Elegir escuela en Barcelona: pesa más la presencia de inmigrantes que el proyecto educativo

Un estudio de la Pompeu Fabra, basado en entrevistas en profundidad, concluye que la percepción sobre la inmigración afecta negativamente la confianza de las familias autóctonas sobre las escuelas

La Vanguardia, Carina Farreras, 19-11-2024

La elección de una escuela en la que se educarán los hijos se basa en la confianza de los padres en el centro educativo y en la comunidad que forman las familias. Una investigación reciente revela que la presencia de inmigrantes reduce esa confianza en el centro independientemente de la impresión que cause en los padres el profesorado o el proyecto educativo. Pese a la lucha contra la segregación escolar (centros educativos con alta composición de inmigración) impulsada por el Síndic de Greuges, y que pactó la mayor parte del sector educativo, el color de la piel de los alumnos sigue siendo un factor de rechazo en las familias catalanas.

“Mis datos revelan que los inmigrantes no europeos, especialmente los de Pakistán, Bangladesh, Marruecos e India, son objeto de racismo mientras que los occidentales o europeos son favorecidos”, indica Mina Prokic, investigadora asociada del Grupo de Investigación Interdisciplinario sobre Inmigración (GRITIM-UPF) del Departamento de Ciencias Políticas y Sociales de la UPF, publicado recientemente en la revista Educational Review.

El estudio está basado en 32 entrevistas y grupos focales de los padres autóctonos con hijos que asisten a escuelas de varios barrios de Barcelona, con distintos niveles de inmigración. Concretamente, incluye entrevistas a padres de nueve escuelas públicas, cinco de Ciutat Vella y cuatro de Sants-Monjuïc, distritos con fuerte presencia inmigrante. Además, ha entrevistado a padres de dos escuelas privadas de Ciutat Vella y una de Sants-Monjuïc que decidieron deliberadamente no llevar a sus hijos a escuelas públicas debido al alto porcentaje de inmigrantes.
La investigadora Prokic
“Para muchos ciudadanos, etnia, cultura y religión se incrustan en la naturaleza del inmigrante y determina su comportamiento”

De estas entrevistas en profundidad, Prokic desprende que muchos padres fijan categorías como la etnia, la cultura y la religión que “incrustan” en la naturaleza de una persona y que funcionan como determinante de su comportamiento. “Los entrevistados ven estas categorías como marcadores de diferencia entre ellos y las familias de inmigrantes en las escuelas, aunque niegan que sean racistas”, argumenta la investigadora.

Como se adoptan como elementos inmutables, los alumnos de países no occidentales son percibidos como no dispuestos a integrarse, proclives a imponer sus prácticas culturales y religiosas. “Además, los ven como inferiores y con niveles educativos más bajos, que rechazan participar en actividades escolares, y se aprovechan de los beneficios sociales”.

Dicen, por ejemplo: “Si vas a una de esas escuelas verás un grupo de paquistaníes, indios, hablando en sus idioma, es su forma de pensar y de vivir, no se integran con nadie, ni siquiera

diferentes nacionalidades entre sí, todo está dividido en diferentes grupos (por nacionalidad). Deberían redistribuir mejor las plazas escolares para inmigrantes y nativos”.

O bien: “Si la educación en su casa es la misma, la escuela no podrá cambiarla. Nosotros podemos lograr que añadan algunos valores a los que ya tienen y la siguiente generación eliminará algo de sus valores. Tienen que tener una evolución cultural interna”. Los entrevistados, según explica la autora de la investigación, retrata la cultura paquistaní como primitiva y que sólo puede salvarse sustituyendo valores atrasados por valores occidentales progresistas. “La palabra “evolucionar” fue recurrente en las entrevistas al referirse a la cultura de los migrantes”, señala Prokic.
Frente a la inmigración occidental, que sale favorecida, las familias de Pakistán, Bangladesh, Marruecos e India son las que más rechazo acusan

Otra percepción es que las familias extranjeras, procedentes de países en vías de desarrollo, no cumplen con sus responsabilidades como padres ni para con la escuela. Es decir, no transmiten los valores educativos adecuados a sus hijos lo que genera desconfianza.

Los entrevistados lamentan que los padres de fuera no participen en las actividades escolares o en las asociaciones de padres y madres, integradas por nativos o por extranjeros de nacionalidades occidentales. Tampoco ven bien que no asistan a fiestas de cumpleaños y que, en general, no interactúen en los patios y parques escolares y vayan poco a las reuniones de padres y maestros.

“En los cumpleaños de los niños los padres suelen traer galletas, ellos, no. Los invitamos a fiestas de cumpleaños y no van. Y no nos invitan tampoco ellos a las suyas. Nos llaman racistas, pero en el parque forman su propio grupo. ¿Quién es racista? Ellos no dejan que sus hijos juegen con los nuestros”, indican los padres de un focus group de Sants-Montjüic.

También afecta al nivel educativo. Los padres autóctonos entrevistados dicen: “si no conocen el idioma

bajan el ritmo de la clase (…) Creo que debería haber más profesores”.

Por este motivo hay familias que deciden deliberademente no llevar a sus hijos a escuelas donde hay estudiantes extranjeros. La confianza familiar en los centros es la combinación de la confianza en las otras familias, la dirección y la administración de la escuela y el profesorado, así como la percepción de la cultura y el clima escolar. Todo ello se ve amenazada por las percepciones sobre la inmigración, señala Prokic.
Las familias que evitan estudiantes inmigrantes piensan que éstos no quieren integrarse, desean imponer sus prácticas culturales y religiosas y no transmiten valores educativos adecuados

Cabe destacar que la inmigración internacional ha aumentado notablemente en los últimos veinte años y hoy constituye casi el 17% de la población. En cuanto a la población escolar, uno de cada cuatro estudiantes tiene origen foráneo. Esta proporción irá en aumento con la caída demográfica de los jóvenes nacidos en Catalunya y la mayor natalidad en las familias extranjeras.

En las escuelas de primaria de Barcelona, donde se ha realizado el estudio, los inmigrantes de África alcanzan el 40,9%, América Latina (24,4%) y Asia (14%), a diferencia de décadas anteriores en las que dominaba la comunidad latinoamericana.

“Las percepciones negativas sobre la inmigración rara vez se basan en encuentros e interacciones directas, sino que se fundamentan más bien en creencias y estereotipos comunes sobre el islam, el pasado colonial y las oleadas migratorias posteriores”, manifiesta.

Los datos del estudio muestran que los entrevistados que no han llevado a sus hijos a una escuela pública del barrio debido al elevado nivel de inmigración son los que más desconfían de estos centros, mientras que los que llevan a sus hijos en la escuela pública tienen una mejor opinión y una mayor confianza.

“Los padres se guían por la composición social del centro, evitan los altos niveles de inmigración, en lugar de guiarse por el proyecto educativo”, explica la autora. Los entrevistados atribuyen el bajo rendimiento de los estudiantes inmigrantes y la menor participación de las familias inmigrantes en su cultura deficiente y en su lugar de origen, y no mencionan posibles obstáculos estructurales, como la situación socioeconómica más baja o jornadas laborales inflexibles e incompatibles para su implicación en las actividades formales e informales y en el aprendizaje de la lengua.

Las percepciones negativas afectan a la competencia (la administración de la escuela no está haciendo lo suficiente para contrarrestar los efectos negativos de la inmigración), la fiabilidad (la escuela no puede ofrecer un nivel igual para todos los alumnos, ya que deben prestar más atención a los niños inmigrantes) y la apertura (la administración prioriza las necesidades de los padres inmigrantes).

Por otro lado, todos los entrevistados, independientemente de su opinión sobre la inmigración, se quejan del abandono institucional y de la poca atención a los centros de alta diversidad, con carencia de recursos humanos y económicos y condiciones desiguales respecto a otras escuelas con menores niveles de inmigración.
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La otra cara de la moneda son los profesores que aprueban con nota pues los entrevistados creen que tratan la inmigración de forma adecuada, con altos niveles de competencia y fiabilidad. También se aplaude el trabajo de las asociaciones de familias que invierten tiempo y muchos esfuerzos para que la comunidad funcione.

Según la autora, algunas de las recetas que podrían aplicarse para cambiar esta realidad serían una mejor educación de la ciudadanía española (y especialmente de los maestros y educadores) sobre la migración, sus vínculos con la historia colonial y las implicaciones del racismo.

En segundo lugar, las escuelas deberían reconocer en el currículo a los diferentes países de origen de las familias inmigrantes y hacer espacio para debatir la diversidad étnica, para garantizar una mayor pedagogía sobre las diferentes culturas y religiones.
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Finalmente, las instituciones deberían tranquilizar a las familias y explicarles que la diversidad presenta beneficios para la educación de sus hijos, además de ser transparentes y comunicar qué políticas se están implementando en relación con este ámbito.

“Aumentar las oportunidades y los espacios de comunicación entre familias de diferentes procedencias y homologar las demandas culturales y religiosas en todos los centros, con independencia de su nivel de diversidad, sería un paso hacia la mejora de la situación actual, en la que los programas y las acogidas se implementan de forma diferente en cada centro”, concluye Prokic.

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