Desde Afganistán hasta Donostia: una historia de supervivencia y éxito
El afgano Neik Mohseni regenta con éxito el restaurante Zirtan de la Parte Vieja de Donostia tras huir de los talibanes
Diario de noticias de Gipuzkoa, , 18-11-2024El restaurante Zirtan (a la brasa), situado en la Parte Vieja donostiarra, lleva tres años en funcionamiento. A pesar de que su arranque no fue fácil, hoy en día su teléfono no para de sonar para solicitar reservas. Entre los muros del local se esconde una increíble historia. Una historia de valentía, superación y de éxito que pocas personas pueden narrar. Se trata del periplo vital de Neik Mohseni, dueño del restaurante, quien salió de Afganistán tras la llegada al poder de los talibanes.
Emigrar para sobrevivir
Muchos de los nativos tuvieron que huir de Afganistán, ya fuera por cuestiones políticas o en busca de una vida mejor. En el caso de Mohseni, salió en el año 2000. “Éramos 9 hermanos”, relata, dos de ellos mayores que él, que estaban estudiando, y los demás menores, demasiado jóvenes para comenzar en el mundo laboral, por lo que “mi padre decidió que yo tenía que emigrar para trabajar” cuando tenía 16 años, recuerda.
“Fui a Irán, donde estuve trabajando 8-9 meses en una empresa de cartones junto con mis primos”, relata. A los dos meses de llegar también se unió su hermano mayor, ya que el régimen talibán hacía difícil estudiar en el país. Durante ese tiempo ahorró para ir a Turquía y, tras 18 meses, consiguió llegar a Estambul junto con sus primos. Estuvieron trabajando lo suficiente hasta conseguir comprar un bote hinchable para poder ir a Grecia, pero en su primer intento, “nos cogió la policía turca y nos devolvieron a Estambul”.
Neik Mohseni, dueño del restaurante Zirtan (a la brasa)
Neik Mohseni, dueño del restaurante Zirtan (a la brasa) Ruben Plaza
A punto de morir en el intento
Tras volver a ahorrar para conseguir otro bote hinchable, intentaron cruzar a Grecia por segunda vez. Sin embargo, cuando estaban lejos de Turquía, “el bote comenzó a deshincharse”. “Vimos una roca en el mar y pensé que podríamos volver ahí” en caso de no llegar hasta Grecia, ya que cada vez había menos aire en la embarcación. Pasaron la noche en el agua, “estaba muy oscuro”, asegura, y “mis primos pensaban que íbamos a morir”. Para mantenerse a flote el mayor tiempo posible y, ya que “mis primos no sabían nadar”, Mohseni decidió bajarse del bote y volver a la roca. No obstante, la embarcación avanzaba más rápido y, “yo estuve mucho tiempo en el agua, hasta que me mareé y perdí el sentido del tiempo”. Después, vio unas luces, que procedían de Grecia, y consiguió nadar hasta la orilla.
Al no saber nada de sus familiares, volvió al infierno azul donde estuvo cinco horas nadando hasta dar con sus primos, quienes “pensaban 100% que yo no estaba vivo”.
Otra vez en alta mar, volvieron a pasar la noche ahí y, por la mañana, comenzaron a pedir ayuda hasta que la policía griega los llevó a comisaría, precisamente “el 11 de septiembre de 2001”, pero a los 8 días les devolvieron a Turquía.
Un nuevo comienzo
“Tras unos días volví a intentarlo”, pero desde otra isla, Lesbos, en la que “había menos refugiados” y la policía “no investigaba tanto los papeles”, por lo que pudo pasar a Grecia en barco. Tras meses trabajando en el pueblo al que llegó, consiguió pasar a Italia escondido bajo un camión. De ahí fue a Francia y, finalmente, llegó a España, donde consiguió asentarse en Donostia gracias a una amiga que le introdujo a Cáritas. En la capital guipuzcoana estuvo trabajando durante años en la cocina de restaurantes, tras estudiar para formarse. Sin embargo, siempre tuvo claro que quería abrir su propio negocio y así, en 2022, surgió Zirtan.
Desde la mesa del restaurante recuerda la última vez que volvió a su país, en febrero de este año, lamentando no poder hacer mucho para ayudar con la situación que están viviendo en Afganistán. Tras la vuelta de los talibanes al poder en 2021, la pobreza se ha incrementado en el país y las posibilidades de conseguir un trabajo digno a través de los estudios han disminuido. “Los padres salen de casa buscando algo para comer el mismo día, no para el siguiente”, asegura. Los salarios han bajado y la gente no conoce la palabra “ahorrar”.
Situación devastadora
“Muchas jóvenes no pueden seguir o acabar sus estudios y sufren”. Los talibanes no lo permiten. Antes de su llegada “había esperanza”, recuerda Mohseni, “a las mañanas veías a gente en traje o con vestidos yendo a trabajar”. En cambio, ahora resulta complicado ejercer en un puesto de alto rango por mucho que estudies, “a no ser que seas Pastún”. Explica que aquellos que están en altos cargos o puestos dignos no son los que mejores estudios tienen, sino los que cuentan con un historial en el que se demuestra que han apoyado a los talibanes.
La pobreza también ha incrementado, y su impacto es especialmente evidente en la vida de los niños, afirma Neik. “Entras a un centro comercial y te rodean los niños pidiéndote ayuda”, relata. Al preguntarles por su situación en casa, algunas de las respuestas son que su padre no puede andar porque le falta una pierna, al padre de otro le falta un ojo por una bomba, o solo tienen a su madre y otros seis hermanos los cuales no trabajan. “Es muy triste”, asegura. Pero lo más triste es cuando les acompañas a casa con alimentos y “descubres que todo lo que te han contado es verdad”, y viven en una casa abandonada a la que no se le puede llamar hogar.
Desde Donostia, Mohseni suele enviar dinero tanto a su familia como a los más necesitados. Su hermano mayor, que fue alcalde en su país natal, se encuentra actualmente en Pakistán, ya que, tras enfrentarse a los talibanes, se vio obligado a huir debido a que estaba siendo buscado. “He intentado ayudarle a través de las embajadas y diferentes asociaciones, pero están centrados en la guerra de Ucrania y Palestina”, explica.
Zirtan (a la brasa)
Por ello, se esfuerza día a día en sacar adelante su restaurante, donde se han especializado en cocina a la brasa. A pesar de que su idea inicial era elaborar un 70% de comida local y un 30% de comida afgana, al ver que la comida de su país no tenía mucha aceptación, decidió mantener únicamente tres platos, un entrante, un plato principal y un postre. El plato principal se conoce como Mantu, y es pasta rellena de carne picada y espinacas, cubierta con salsa blanca y lenteja roja.
El restaurante, aparte de la habitual carta, también ofrece un menú degustación de seis pases y un menú especial de tres pases, por un coste de 35 euros y 30 euros, respectivamente. Además, ofrece la oportunidad de cocinar en el establecimiento el pescado o la carne que el cliente decida llevar al local, por un precio de 7€ por persona, ofreciendo ampliar el menú con más platos de la carta.
Con el paso de los años los años han conseguido “más experiencia y más clientes locales”, sin olvidar que hay clientes de fuera que repiten con la excusa de volver a la ciudad. “Cada vez nos llama más gente”, además de los que llegan por el boca a boca, “que nos da esperanzas para seguir a pesar de la situación del mundo”, asegura.
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