«Vendrán más, en Mali no hay nada para quedarse»
Un inmigrante que llegó en patera a Canarias cuenta su odisea para encontrar trabajo «En Mali se dice que aquí hay empleo y que no te expulsan», reconoce Modyabara
La Verdad, 27-08-2006Cuando Modyabara asegura que «no hay nada» en su Mali natal, aquel remoto país desde donde partió rumbo a España, casi acierta. Al menos, cuando se refiere al trabajo. Porque las reservas de oro y otras riquezas naturales, la activa pesca fluvial o el algodón son industrias que sólo enriquecen a unos pocos, entre ellos a las poderosas multinacionales europeas que las controlan.
Modyabara tomó la decisión de abandonar Mali hace ocho meses, abrumado por la falta de empleo y los miserables sueldos que apenas le permitían mantener su teléfono móvil. Así, como le sucedió a muchos de sus amigos de la infancia, preguntó y preguntó hasta encontrar alguien que le pusiera en contacto con los traficantes de las pateras. Lo logró.
Hace ocho meses embarcó en una gigantesca patera que, apenas cayó la tarde sobre la costa de Mauritania, se adentró en las aguas del Mediterráneo. «Nuestro destino era Canarias, claro, donde vamos todos», reconoce. Pero la empresa no iba a ser fácil.
El trayecto sobre aquella barcaza que las olas zarandeaban con violencia, como recuerda el joven, «duró unos tres días. Parecía que nunca iba a acabar». A bordo subieron medio centenar de hombres, en su mayoría jóvenes y dispuestos a jugarse la vida por perseguir el sueño Europeo. No en vano, la Unión es el principal cliente de esta país que fuera colonia francesa.
«No hubo mujeres ni niños», se apresura a aclarar Modyabara, quien, con las cuatro palabras en castellano que logra unir, resume aquel viaje con una frase: «Hacía mucho frío». Tantas penalidades, en cambio, dieron paso a la esperanza cuando una patrullera de la Guardia Civil los escoltó hasta la playa de Los Cristianos, en Tenerife.
«¿Y ahora qué?»
Después del obligatorio internamiento en un centro para inmigrantes, Modyabara fue trasladado en avión hasta Madrid, donde también pasó algunos días internado. Luego, sin que nadie le explicara la razón, los funcionarios los dejaron en libertad. Y el grupo comenzó a desperdigarse por todo el país. Sin embargo, como aclara el joven, «muchos vinieron a Murcia», atraídos por la supuesta necesidad de mano de obra.
Los rumores acerca del empleo fácil en el sur del país, desde hace ya algunos años, centran las conversaciones en Mali, donde Modyabara asegura que muchos creen que «no es difícil encontrar quien te contrate». Así, aquellos que se atreven a embarcarse en una patera, aunque sepan que primero tendrán que hacer escala en Canarias, su último destino será la Región de Murcia.
Entre otras cosas, porque el gran número de extranjeros que ya residen aquí actúan como un reclamo para los que todavía no se han decidido a venir. Pero es cuestión de tiempo. «Vendrán muchos más porque en Mali no hay nada para quedarse», insiste el joven, que también explica que «en mi país se comenta que aquí no te expulsa la policía».
Malí está considerado uno de los paises más pobres del mundo, con un 65% de su territorio desértico y donde los ricos y los pobres cada vez lo son más, cada uno reducido a sus aldeas y ocupaciones. La actividad económica se confina, en gran parte, al área irrigada por el Niger. Cerca de un 10% de la población es nómada y el 80% de la mano de obra se emplea en la agricultura y la pesca fluvial.
La actividad industrial se concentra en procesos de transformación de materias primas agrícolas. Mali depende fuertemente de la ayuda exterior, siendo muy vulnerable a las fluctuaciones en los precios del algodón en el mundo, su exportación principal junto con el oro.
Un sueño truncado
Apenas llevaba Modyabara cuatro días en Murcia cuando descubrió, para su desgracia, «que aquí no hay trabajo». Después de recorrer decenas de kilómetros por la Región en busca de un empleo, el joven alcanzó el conocimiento necesario para concluir que la principal causa de las negativas por parte de los empresarios era «no tener papeles, no tener documentos legales». Ni tampoco la posibilidad de obtenerlos. Ante esta situación, Modyabara decidió pedir ayuda en Cáritas, donde el pasado jueves se dirigía para guardar cola en el comedor social que esta institución de la Iglesia Católica mantiene en el centro de la ciudad. «Unos amigos me dijeron que ahí te tratan bien», reconoce.
El joven asegura que «la policía es buena, nos ha tratado bien» y que su único sueño es «encontrar empleo. Ahora me han dicho que dentro de diez días me contratarán». Mientras lo consigue, apura su tiempo junto al jardín Chino de la capital, más allá de la alambrada que colocó el Ayuntamiento de Murcia para evitar que decenas de inmigrantes ilegales convirtieran la zona en un improvisado hogar.
El hogar de Modyabara, en cambio, sigue estando en Mali. «Allí me esperan mis padres y mis hermanos, toda mi familia», dice. En cualquier caso, rechaza de plano volver a su país algún día. Comparte aquí piso con otros extranjeros y los problemas para pagar los recibos de la luz y el agua son constantes. Quizá se vuelvan insuperables si dentro de diez días, como le tienen prometido, no se pone a trabajar.
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