La ola de miedo en el mundo

Las guerras, pandemias y devastaciones inducen un temor en el ciudadano que le hace buscar cobijo en políticas autoritarias

Diario Vasco, José Luis Zubizarreta José Luis Zubizarreta, 11-11-2024

El rotundo triunfo alcanzado por Donald Trump en las elecciones de los Estados Unidos, desbaratando las predicciones del país más ducho en sondeos y estadísticas, supone una llamada de atención, no sólo sobre la transformación que está teniendo lugar en el orden internacional, sino también sobre las nuevas expectativas que la ciudadanía alberga respecto de la política.

No es descabellado, aunque pueda malentenderse en el ambiente de extrema sensibilidad que estos conceptos suscitan en la actualidad, tomar como punto de partida en esta reflexión el simbolismo que encierra el contraste entre las dos candidaturas que concurrieron a las citadas elecciones, no en razón de su sexo biológico, sino de la connotación cultural de su género. Lo más evidente y significativo a este respecto es que, entre la masculinidad agresiva de Donald Trump y la acogedora feminidad de Kamala Harris, el ciudadano ha elegido la primera. Nada casual.

La opción encaja en la corriente que está recorriendo muchos países en que el autoritarismo se impone a la persuasividad seductora de la empatía. La protección frente a la amenaza de un enemigo real o inducido prevalece sobre la política de cuidados. Esta apetencia ciudadana por la mano dura se ha hecho presente también en Europa y anuncia un fenómeno que arraigará de modo inexorable en el mundo entero. El aura suave de las añejas democracias social y cristiana que fueron referente en la posguerra para toda política decente será barrida por el vendaval extremista que creíamos propio de tiempos que jamás volverían.

Las inundaciones de Valencia recuerdan que el anunciado cambio climático es una amenaza real
No puede obedecer este cambio en las demandas y expectativas que las sociedades modernas dirigen a la política a otra causa que no sea la ola de miedo que, de un tiempo a esta parte, recorre el mundo. Por lo que se refiere a Europa, la pasada tranquilidad se ha visto sacudida por guerras abiertas en sus fronteras que amenazan inestabilidad y ruina a su costoso Estado de Bienestar. A ellas se suma una inmigración que, pese a saberse del todo necesaria para mantener el estándar de bienestar de una sociedad envejecida, irrumpe en nuestra cómoda homogeneidad cultural y se expone a ser manipulada como factor disruptivo de nuestra convivencia y nuestro arraigado modo de vida. De otro lado, la pandemia recientemente vivida ha dejado entre nosotros una inquietante sensación de vulnerabilidad que actúa como su más perniciosa secuela. Y, para terminar, desastres como el ahora sufrido en las inundaciones de Valencia vienen a recordarnos que el insistentemente anunciado cambio climático es una amenaza real que puede acabar arrancando de raíz todo lo que sobre la tierra vive. Si a ello sumamos el individualismo que corroe todo sentido de pertenencia, así como la fragmentación social en múltiples grupúsculos que dividen y rivalizan entre sí por sus respectivos intereses identitarios, el ciudadano se verá dominado por un sentimiento de soledad y desnudez, de incertidumbre y de temor.

Poco puede hacer frente a éstas una política adocenada y conformista, rutinaria y endogámica, que ha perdido su antiguo vigor y que, en vez de mirar lo que ocurre a su alrededor, se encierra en sí misma y en sus luchas intestinas. No debe extrañarle que el ciudadano le haya vuelto la espalda y busque gentes que, como Trump en Estados Unidos o los variopintos populistas que comienzan a pulular por Europa, le prometan certezas en estos tiempos de incertidumbre y valentía frente al sinnúmero de peligros que le intimidan, aunque fuere a costa de desbaratar los usos, costumbres y normas sobre los que se había asentado nuestro Estado de Derecho y de Bienestar tras siglos de luchas y acuerdos. El resultado podría ser catastrófico.

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