Entrevista Elif Shafak: "El deber de los escritores es narrar los silencios que deja la Historia"

A través de tres historias ambientadas en diferentes épocas la escritora turca reflexiona en 'Hay ríos en el cielo' sobre la crisis climática, la inmigración y los debates colonialistas. "Los seres humanos tratamos con arrogancia a la naturaleza y esa será nuestra perdición"

El Mundo, Andrés Seoane, 05-11-2024

¿Cuánta vida contiene una gota de agua? ¿Puede caber en algo tan pequeño toda la historia de la humanidad? De estas preguntas nace Hay ríos en el cielo, la nueva novela de la escritora de origen turco Elif Shafak (Estrasburgo, 1971). En ella, la autora de El arquitecto del universo o La isla del árbol perdido une cuatro líneas temporales, más de 2.500 años de Historia, a través de una gota de agua que nos lleva desde la antigua Asiria al actual territorio yazidí de Oriente Próximo y del Londres victoriano y su obsesión por las civilizaciones mesopotámicas a una investigación sobre el Támesis y la recuperación de los ríos urbanos.

“Toda la novela empezó con una gota de lluvia. Quería ver si podía construir un universo entero a partir de algo tan pequeño”, comparte al teléfono Shafak, que insiste en la importancia infravalorada que tiene el agua en nuestro mundo. “Cuando hablamos de crisis climática, esencialmente hablamos de crisis de agua dulce. En esta época en la que las inundaciones y lluvias torrenciales sacuden Europa es muy sencillo pensar que hay agua en abundancia, pero la ironía es que ocurre justo al contrario: no hay suficiente para todos debido a la forma en que tratamos este planeta”, defiende.

“Los humanos tratamos a la naturaleza con mucha arrogancia y esa será nuestra perdición…Para quienes venimos de Oriente Próximo, este no es un debate abstracto, sino una aguda realidad. De las 10 naciones del mundo con mayor estrés hídrico, siete se encuentran en Oriente Próximo y el norte de África. Nuestros ríos se están secando, están muriendo, y esto tiene efectos dramáticos”, señala la escritora. “Cada vez que muere un río, en ese lugar hay más extremismo político, más conflictos. La falta de agua afecta negativamente a todo, a la pobreza, al desempleo, a la esperanza de vida… Tiene enormes consecuencias sociales, políticas y económicas”.

Hay ríos en el cielo
Elif Shafak
Traducción de Antonia Martín Martín. Lumen. 520 páginas. 23,90 € Ebook: 11,99 €
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Esta preocupación por el agua la canaliza a través del personaje de Zalika, una hidróloga británica de origen árabe, huérfana y recién divorciada que compagina su amor por el activismo ecológico con ideas suicidas. Y que también le sirve para expresar su visión de la crisis migratoria y el destino del emigrante, que conoce de primera mano. “Este es uno de los mayores desafíos de nuestro tiempo, junto a la destrucción del clima, la profundización de las desigualdades, el papel de la inteligencia artificial y el terrorismo. Problemas que están todos relacionados y que, de forma preocupante, están sirviendo de munición al nacionalismo populista por todo el mundo”, lamenta la escritora. “La crisis migratoria ya es una realidad y necesitamos nuevas soluciones, nuevas narrativas. No podemos decir que es problema de otros, porque todos estamos interconectados”.

La cuna de la humanidad
Criada entre Madrid, Amán (Jordania) y Ankara tras la separación de sus padres (el filósofo Nuri Bilgin y la diplomática Shafak Atayman) y reafincada en su país natal, obras como La bastarda de Estambul o El fruto del honor le valieron la persecución de un régimen cada vez más autoritario, que la empujó a mudarse a Londres en 2013, lo que no le impide defender el multiculturalismo. «Mi hogar actual son Reino Unido y el idioma inglés, pero eso no significa que me haya olvidado de Turquía. Me siento muy apegada a la cultura y la historia, a sus jóvenes y mujeres", explica. "Pero cuando miro la política y los políticos de Turquía me siento muy deprimida. No es fácil ser un novelista turco, porque necesitas una libertad de expresión que allí no existe, pero es aún más difícil ser una novelista turca porque tienes que lidiar con capas adicionales de misoginia y patriarcado. Vivo una existencia muy fracturada y hay melancolía en ello, pero también belleza».

“No es fácil ser novelista turco, porque no existe la libertad de expresión, pero ser una novelista turca exige lidiar con capas adicionales de misoginia”

Desde luego, su país y su región siempre están presentes de un modo u otro en sus novelas. En el caso de Hay ríos en el cielo, conocemos por primera vez a la gota de agua que será la sutil narradora del libro cuando cae en la cabeza del rey asirio Asurbanipal, un personaje dual culto y cruel, magnífico y despótico que sirve a Shafak para reivindicar toda la región. “Siempre que hablamos hoy de Oriente Próximo se destaca la violencia, las guerras, y la gente olvida que fue y sigue siendo una región muy rica y diversa, cuna de las primeras y algunas de las más grandes civilizaciones de la Historia”, lamenta.

Asurbanipal también le sirve, a través de su mítica biblioteca “que cambió la historia de la humanidad” para introducir otro de los elementos que traspasa las épocas en esta novela, La epopeya de Gilgamesh, la historia literaria más antigua de la humanidad, “mucho más antigua que muchas mitologías”, defiende. “En esta historia que tiene mucho que decirle a la época moderna se explora nuestro miedo a la muerte, nuestro deseo de permanecer jóvenes, cómo maltratamos la Tierra o los peligros del poder y la tiranía. La biblioteca fue destruida y el imperio se desmoronó, pero un poema hecho de palabras y aliento ha sobrevivido miles de años, lo que demuestra la resiliencia de la literatura”.

La escritora turca Elif Shafak fotografiada en su casa de Londres.
La escritora turca Elif Shafak fotografiada en su casa de Londres.Pal Hansen
Dando un salto de más de dos milenios, nuestra gota de agua se posa en Arthur Smyth, llamado el “Rey Arturo de las Cloacas y los Suburbios”, un pícaro dickensiano que en el más paupérrimo Londres victoriano tiene un don único: es capaz de descifrar la escritura cuneiforme asiria que a mediados del siglo XIX inundó el Museo Británico tras el descubrimiento de Nínive. “Los narradores tienen que ser guardianes de la memoria. Necesitamos comprender el pasado, no quedarnos estancados en él, pero sí aprender de él”, matiza Shafak, a quien el debate sobre la descolonización de los museos pilló de lleno con esta novela. “Es una discusión importante y creo que todos los museos del mundo deberían participar. No pueden limitarse a decir que sus puertas están abiertas, pues mucha gente de los países de origen de ese arte jamás podrá viajar a Berlín o Nueva York para ver su herencia ancestral”, razona.

“Me parece triste que el mundo intelectual menosprecie la cultura oral, en la que hay tanta sabiduría. Esta recuerda, es capaz de eludir la censura que sí sufre la escrita”

Sin embargo, también es consciente de todas las aristas del asunto, por ejemplo, de la destrucción de mucha de esa cultura. “Los fanáticos del ISIS arrasaron en Irak y Siria muchos objetos y edificios que si estuvieran lejos seguirían existiendo, así que es complejo. Pero creo que la literatura, no las redes sociales o los medios, es el lugar ideal para tener estos debates. En una novela, como en la vida, hay complejidad, y es más fácil captar la verdad. Es una pena que lo llamemos ficción y pensemos que no tiene nada que ver con la realidad”.

Vencer a la apatía
Justamente el ISIS es un protagonista colateral de Hay ríos en el cielo, pues Shafak narra, a través de la niña Narin, el espantoso genocidio cometido contra el pueblo yazidí. “Su historia rara vez se cuenta y es necesario escucharla. Los yazidíes son uno de los pueblos más antiguos de la región, una minoría muy hermosa pero vulnerable en la que la memoria se transmite mayoritariamente a través de la cultura oral, a través de cuentos y canciones”, explica la escritora. “Me parece triste que a veces el mundo intelectual menosprecie la cultura oral, en la que hay tanta sabiduría, tantos recuerdos. La cultura oral recuerda, es capaz de eludir la censura que sí sufre la escrita. Me encantaría que mi escritura construyera puentes entre las culturas escrita y oral”.

“En la tradición yazidí se habla de 72 masacres, además de la cometida desde 2014. Antes de atacar a la gente, los islamistas envenenaron todos los pozos y fuentes. Después, mataron sistemáticamente a los ancianos, dueños de la memoria, cuando matas la memoria colectiva, matas la identidad colectiva. Luego mataron a los hombres y secuestraron a las mujeres y a los niños”, relata emocionada Shafak. “Mientras hablamos, hay más de 3.000 mujeres yazidíes desaparecidas que han sido convertidas en esclavas sexuales y retenidas en barrios comunes y corrientes de todo Oriente Próximo”, sentencia. De hecho, escribiendo el libro se enteró del caso de una niña salvada en Ankara, a pocas calles de la casa donde ella se crio. “Guardé la noticia porque me golpeó duro. ¿Cómo es posible que un ser humano sea mantenido como esclavo en un vecindario común y nadie lo sepa?”, se pregunta.

“Los escritores no podemos detener las guerras, ni siquiera el odio, pero tenemos que mantener viva la llama de la paz, la convivencia y la empatía”

Dar voz a los silencios es precisamente la ambición de la escritora, que sostiene: “Los escritores debemos narrar los silencios de la Historia, dar voz a quienes no la tienen. Por ejemplo, cuando miro la historia que nos enseñaban en la escuela en Turquía, la mayor parte es la historia de unos pocos hombres en posiciones de poder y privilegio. ¿Qué pasaba con las mujeres? Silencio. ¿Cómo era la vida de las minorías cristianas, judías, árabes kurdas o rumanas? ¿Y de la gente a de a pie? Hay un gran silencio”, resume. “Ser escritor es un poco como ser arqueólogo. Tienes que profundizar en capas de historia y capas de silencios para encontrar y desenterrar historias no contadas”.

Shafak acaba de volver de la Feria del Libro de Frankfurt, la más grande del mundo, donde ha pronunciado un discurso inaugural en el que ha defendido el papel de la literatura como memoria y ha alertado de no dejarnos derrotar por la apatía. “Mientras hablamos hay guerras, violencia, destrucción climática, desigualdad… Es un momento muy, muy difícil para ser humano y también para ser escritor. Pero nuestra respuesta no pueden ser la apatía y la angustia”, sostiene. “En el momento en que dejemos de preocuparnos, de involucrarnos, de hablar sobre lo que está sucediendo en Gaza o Ucrania, estaremos perdidos. Por supuesto, los escritores no pueden detener las guerras, ni siquiera detener el odio, pero tenemos que mantener viva la llama de la paz, la convivencia y la empatía”, concluye.

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