Se procede a exteriorizar la inmigración, tal como se hizo con la industria

Meloni no es exactamente una pionera europea a la hora de expulsar a inmigrantes no deseados a países lejos de casa

La Vanguardia, John William Wilkinson, 04-11-2024

Desde luego que Giorgia Meloni no es exactamente una pionera europea a la hora de expulsar a inmigrantes no deseados a países lejos de casa. Tampoco ha sido ella la primera en llamar la atención sobre un problema que viene de lejos, pero que muy pocos dirigentes han tenido el coraje de afrontar adecuadamente según las reglas de juego de la UE. Lo que pasa es que ella no sólo lo dice en voz alta y sin rodeos, sino que va y monta contra viento y marea campos de detención y deportación de migrantes en Albania, algunos los llaman ¡hub!. Acto seguido, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, no sólo le da su apoyo, sino que invita a los otros países miembros a seguir el ejemplo de la italiana, digan lo que digan los jueces. Quién te ha visto y quién te ve.

Uno de los principales problemas de la UE no es la inmigración, ni mucho menos, pues además de tener dos guerras llamando a nuestras puertas, nos falta mano de obra como agua de mayo, sino alegremente aprovechando los vientos favorables de la globalización haber externalizado gran parte de la industria europea, amén de arrastrar los pies en la frenética carrera digital e informática, entre otros imperdonables descuidos egoístas.

El reciente informe Draghi señala el camino a seguir, pero es improbable que llegue a buen puerto. Resulta harto más fácil señalar al inmigrante no deseado, pero al mismo tiempo imprescindible, que es en lo que se basa el populismo facilón a ultranza. Y si gana Trump, abróchense los cinturones.

Antes de ser elegido Boris Johnson primer ministro del Reino Unido, viajó a Australia, país miembro de la Commonwealth del que volvió iluminado, al enterarse durante su estancia de cómo se las gastan los australianos con la inmigración no deseada, ya que allí no se andan con chiquitas a la hora de prohibir la entrada a los molestos solicitantes de asilo. Y a su regreso, contagió con su entusiasmo a no pocos compatriotas y no sólo de su partido envalentonados por los vapores tóxicos del Brexit.

Australia fue concebida desde su nacimiento a mano de los ingleses como una inmensa colonia penitenciaria. Para quien le interese, las espeluznantes atrocidades allí cometidas quedan recogidas en La costa fatídica, de Robert Hughes (Edhasa, 1989). Al cabo de más de doscientos años, son ahora los descendientes de aquellos reos los que hacen la vista gorda cuando su Gobierno manda a desesperados solicitantes de asilo mujeres, hombres, niños, asaltados en alta mar en precarias embarcaciones por la Marina australiana, a permanecer por tiempo indefinido, sin juicio ni miramientos, en campos penitenciaros llevados por empresas privadas, en la isla de Manus (Papúa Nueva Guinea) o la de Nauru, un opaco paraíso fiscal, a menudo durante años, sin que nadie les aclare cuál es o cuál será su suerte.

Poco se sabe de lo que pasa en estos centros, aunque sí se ha filtrado suficiente información como para poner los pelos de punta sobre numerosos casos de depresión, desesperación, autolesiones y suicidios entre los prisioneros condenados a penar sin juicio, amén de revueltas, represión y condiciones infrahumanas.

¿Es esto lo que quiere Europa? Se trata de una despiadada y carísima política de inmigración cuya única finalidad reside en una severa advertencia a futuros desesperados solicitantes de asilo que huyan de guerras, persecuciones o hambrunas. ¿Necesita Australia mano de obra? Claro que sí. Al igual que EE. UU. o la UE. Pero de manera selectiva. Si unos informes dicen que hacen falta carpinteros o enfermeras, pues a éstos se les da la bienvenida, y sólo a éstos, vengan de donde vengan, aunque, eso sí, que vengan ya formados y dóciles. Es inmigración a la carta.

Los australianos y los británicos del Brexit sabrán, pero no queda nada claro si Europa puede permitirse semejante regreso moral, máxime teniendo en cuenta la alarmante crisis demográfica que padece. Exteriorizar la industria ha sido un error tan colosal, como asimismo quedarse atrás en la carrera informática y la de la IA, que sería suicida no hallar con la mayor brevedad una solución a la inmigración que tal vez no guste, pero de la que no podemos prescindir.

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