Carolina del Norte | Segunda parte

Todos a una... fuera de las urnas en Carolina del Norte

Los vecinos aparcan sus divisiones políticas para unirse en la respuesta al huracán Helene: «Cuando estás con la pala quitando lodo no piensas por quién vota el que está a tu lado»

Diario Vasco, Mercedes Gallego Enviada especial a Asheville (Carolina del Norte), 04-11-2024

«¡Mañana abrimos en Valencia!». A esas tempranas horas del pasado miércoles todavía no sabíamos del destino de Lourdes y su bebé, pero los voluntarios de World Central Kitchen (WCK) en Asheville ya se habían movilizado para cambiar el foco y atender las necesidades del último desastre mundial, esta vez en el país de su fundador. Una prueba más de que la vida puede sacudirnos la alfombra en cualquier momento y convertirnos en el sujeto del televisor. A José Andrés, las catástrofes cada vez le tocan más cerca.

«Aquí el Gobierno tardó siete días en aparecer, pero a las veinticuatro horas ya estaban los de World Central Kitchen distribuyendo comida y preguntándonos qué necesitábamos», explica Jacob Sessoms, propietario de dos restaurantes y un hotel en esta ciudad de Carolina del Norte. La respuesta más común de todos fue «agua». Toda una ironía, teniendo en cuenta que ese había sido el origen de sus males. Después de tres días de lluvias torrenciales, los ríos no pudieron absorber todas las pluviales que descargó el huracán ‘Helene’ y los diques se desbordaron.

Sin agua potable no se podía cocinar, lavar los platos, las manos, usar los baños… Un mes después, todavía no la hay, pero tras ese primer día, WCK instaló depósitos en la puerta de los restaurantes dispuestos a operar y los fue rellenando diariamente hasta que ellos lograron contratar el servicio. Con los cafés abiertos, la vida regresó lentamente.

World Central Kitchen reparte comida en las áreas devastadas por el paso de ‘helene’.
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World Central Kitchen reparte comida en las áreas devastadas por el paso de ‘helene’.
Uno de los primeros mensajes que recibió Félix Meana, fundador del conglomerado culinario Cúrate, con dos restaurantes en Asheville, fue de Andrés, su amigo y benefactor. «¿Estáis bien? ¿Qué necesitas?». Félix y su exmujer, la chef Katie Button, trabajaron en El Bulli y en muchas aventuras del cocinero español, desde Washington hasta Los Ángeles, pasando por Las Vegas. Cúrate también ha recaudado fondos para World Central Kitchen. En la misma ciudad, el cocinero Jamie McDonald, dueño de Bear BBQ, había trabajado de voluntario con WCK por todo el mundo, sin imaginar que un día tendría que repetir la operación humanitaria en su hogar de Carolina del Norte.

«Nos tocó la lotería», recuerda triunfante la alcaldesa, Esther Manheimer, que el viernes de la semana pasada estaba sirviendo el bufé a los damnificados, con el gobernador, Roy Cooper, y la primera dama, Jill Biden, a la que Andrés había llevado del brazo hasta Asheville. Las instalaciones de Bear BBQ sirvieron de cuartel general a WCK y las de Cúrate, de cocina satélite.

El dato
15
escaños electorales

de los 270 que se necesitan al menos para ser proclamado presidente, se reparten en el estado de Carolina del Norte. En 2020 los republicanos ganaron las elecciones aquí por 74.483 votos. Trump logró 2.758.775 apoyos (49,9%) y Biden Biden 2.684.292 (48,6%)

«Lo más importante es que nos han devuelto la energía», cuenta Christine, camarera de All Day Darling. «Cuando pasa una catástrofe te quedas en ‘shock’ y estás rodeado de tanta destrucción, que se te quiebra el espíritu, no sabes por dónde empezar. Gracias a ellos reabrimos el negocio y nos pusimos a servir a la comunidad».

Solución o problema
Desde Thomas Jefferson, en la América profunda se cree que «el mejor Gobierno es el que menos gobierna, porque su gente se disciplina a sí misma». Esa frase, que el padre fundador de EE UU pudo haber sacado del libro ‘Old Put The Patriot’, es la piedra angular que encapsula el sentir rural, elevado a un nuevo grado de desdén hacia las élites de Washington por Ronald Reagan, para quien el Ejecutivo «no es la solución, sino el problema», lapidó en su discurso inaugural de 1981.

En el sur de los Apalaches, la respuesta de la sociedad civil al huracán Helene, con WCK a la cabeza, ha reforzado la creencia de los antigobierno. «No lo necesitamos, aquí nos encargamos de cuidar a nuestra gente. Cuando llega el Gobierno lo estropea todo», dice Cody McCoy, sentado en su pickup, desde la que reparte cajas de agua.

El discurso público es, a la vez, una crítica por su ausencia y por su presencia. Sin comunicaciones y con las carreteras cortadas por los deslizamientos de tierra y árboles caídos, para cuando llegaron los empleados de la Agencia Federal para la Gestión de Desastres (FEMA), los vecinos lo habían hecho todo. «Ciudadanos, gente de todas partes que venía con sus máquinas y camionetas a cortar los árboles, retirar el lodo y los escombros de las casas, arreglar puentes, despejar las carreteras… Fue alucinante», recuerda Sessoms.

La Agencia Federal para la Gestión de Desastres apareció en la zona cero cuando los vecinos lo habían hecho todo
Con eso viene también un cierto orgullo de resiliencia, que perpetúa ese aire de espíritu indómito del ‘cowboy’ americano. El restaurador encuentra «algo noble» en esa autosuficiencia rebelde, cuando menos práctica. «Prefiero tener cerca a alguien con una sierra mecánica, que con un ordenador», sopesa. Y eso es lo que vieron también los damnificados de Carolina del Norte, cuando por fin aparecieron los empleados de FEMA. «Llegaron a hoteles de 400 dólares la noche, mientras había gente durmiendo en tiendas de campaña. Todo lo que hicieron fue sentarse detrás de un ordenador y recibir solicitudes para darnos una ayuda de 750 dólares», lamenta Ella Adkins.

Ese dinero ha resonado con fuerza por todo el país desde que el senador de Ohio J.D. Vance, vicepresidente del candidato republicano y autor de ‘Hill Billy, una elegía rural’, lo denunciase por primera vez en Butler (Pensilvania), el 5 de octubre. «Os lo prometo, cuando Donald Trump esté de vuelta en la Casa Blanca, vamos a tener a un presidente que ponga América primero», arengó. «Vamos a asegurarnos de que los fondos de emergencia van a los ciudadanos estadounidenses en vez de a inmigrantes ilegales».

En la hoguera de la indignación arden los impuestos de todos, que a nadie le gusta pagar, azuzada con llamaradas de rabia ante ese Gobierno que manda miles de millones a Ucrania, pone a los migrantes irregulares «en hoteles de lujo y les paga 2.500 dólares al mes» con el dinero de todos. ¿2.500 dólares al mes? La mujer se encoge de hombros: «Eso he oído».

Desde luego, no lo ha leído en la prensa seria, «enemiga del pueblo», según Trump, y culpable de todos los males. En eso coinciden por estos lares republicanos y demócratas. «Hoy, si te quieres enterar de algo tienes que rascar mucho», asegura Adkins, quien no encuentra en los periódicos tradicionales los bulos que busca ratificar.

En su contexto
Población. 10,8 millones de habitantes tiene Carolina del Norte. Es el noveno estado más poblado de la Unión.

Principales ciudades. Charlotte con 911.311 habitantes, Raleigh (capital) con 482.295, Greensboro (302.296), Durham (296.186) y Winston-Salem (252.975).

Siete de cada diez residentes son blancos aunque la diversidad es cada vez mayor, con la llegada de migrantes de India, el sudeste asiático o América Latina.

Tasa de paro. Es de 3,8%, ligeramente por debajo de la media nacional, que está en el 4,1%. En cuanto al PIB, es el undécimo estado de la Unión.

Ropa y muebles Carolina del Norte es referente económico de la Unión por su industria textil, la mayor del país, y la producción de muebles aunque la deslocalización ha restado fuerza a ambos sectores.

Trump se ha alimentado de ese ambiente antisistema para erigirse en ‘outsider’, el menos político de los políticos, que se presenta como líder de esta casta de patriotas, por la que dice haber sacrificado su vida de multimillonario. El simplismo con que les habla conecta con la gente sencilla. En sus promesas sin matices escuchan soluciones, mientras que en las de Kamala Harris solo oyen más burocracia.

Debate abierto
La alcaldesa demócrata de Asheville parte una lanza por FEMA, que supervisa muchos eslabones de la reconstrucción, desde los ingenieros de caminos hasta la empresa potabilizadora del agua. A la vez, reconoce que se ha abierto un debate sobre quién tiene la responsabilidad de ayudar en una situación de desastre, «y resulta que la respuesta es ’todos’». El Ejecutivo federal, el del estado, el ayuntamiento, las ONG, los vecinos… «Hace falta que todo el mundo arrime el hombro y reme en la misma dirección para enfrentar algo de estas dimensiones», afirma. Y eso incluye al grupo de amigos conservadores de Luisiana, que ha subido en su camioneta a cocinar gumbo junto a un colegio electoral, a las iglesias que reparten botellas de agua y a agrupaciones privadas de todo tipo.

Jill Biden participa en un acto con voluntarios en Carolina del Norte.
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Jill Biden participa en un acto con voluntarios en Carolina del Norte.
Es la hora de ignorar los colores políticos. El viernes, los empresarios de Asheville, sin importar a quién voten, se reunieron con el líder del Senado del Estado para plantearle demandas comunes. «Ojalá esto no hubiera pasado en vísperas de elecciones», suspira Jacob. «Son demasiado divisivas. No necesitamos grillas políticas».

En plena calle principal de Marshall, uno de los pueblos junto al río por el que entró el agua inundándolo todo, Chad Adamowski y Tara O’Loughlin se han puesto la música y el mono para desguazar ellos solos las paredes empapadas, antes de que el moho se apodere de ellas. Han recibido mucho apoyo de la comunidad a través del GoFundMe que abrieron y solo sienten agradecimiento. «Cuando estás con la pala quitando lodo no piensas por quién vota el que está a tu lado, ni a qué iglesia va». Y ese es el legado de la catástrofe que puede trascender las elecciones más inquietantes de la historia moderna, allí donde la resiliencia no es un concepto, sino una forma de vida.

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