Elecciones Estados Unidos
La campaña de Trump reparte pancartas con el eslogan "Los boricuas amamos a Trump" para tratar de combatir la controversia sobre Puerto Rico
La escena, en el centro de Pensilvania, a 120 kilómetros de Nueva York y 80 de Filadelfia, tenía un objetivo político muy claro: las redes sociales
El Mundo, , 30-10-2024¿Va a tener impacto en la campaña electoral el monólogo del humorista Killer Tony en el mitin de Donald Trump del domingo en Nueva York, cuando dijo que Puerto Rico es “una isla de basura, flotando en el océano”?
Jenny, una puertorriqueña que trabaja como con conductora de autobuses escolares en la ciudad de Allentown, que constituye el centro de un núcleo urbano de casi 300.000 personas, no lo tenía nada claro anoche. “En su primer mandato fue a Puerto Rico y tiró rollos de papel papel higiénico a la gente después de un huracán. Quienes habían decido votarle no cambiaron de opinión”.
Jenny es demócrata, y ya ha votado. Su opinión, sin embargo, no parece ser compartida por la propia campaña de Donald Trump. Los voluntarios que colaboran en el esfuerzo electoral del ex presidente para retornar a la Casa Blanca entregaron ayer a los asistentes al mitin de Trump en Allentown, al menos dos docenas de pancartas en las que se leía en inglés “Boricuas love Donald Trump” (“los boricuas amamos a Donald Trump”, usando, además, la palabra con la que los portorriqueños suelen referirse a sí mismos).
Fue un esfuerzo esperpéntico, con tintes que, verdaderamente, hubieran dejado al director de cine español Luis García Berlanga, como un aprendiz. Entre los receptores de las pancartas estaba una familia de seis miembros procedentes de la antigua Birmania (hoy Myanmar) que no hablaban una palabra de inglés y no sabían lo que significaban aquellas palabras en los rótulos. Una dominicana también portaba orgullosa la señal, declarando que los puertorriqueños aman a Trump. Tres jóvenes que no hablaban una palabra de español llevaban las suyas. Y, finalmente, tras algunos esfuerzos, este periodista encontró a una puertorriqueña con pancarta.
La escena, que parecía un sainete colocado, por algún error del libreto, en el centro de Pensilvania, a 120 kilómetros de Nueva York y 80 de Filadelfia, tenía, sin embargo, un objetivo político muy claro: las redes sociales.
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Tanto influencers independientes, que en esta campaña tienen una presencia mucho más grande que los viejos periodistas de toda la vida, como los miembros del equipo de redes sociales de Trump se encargaron de reflejar los primeros, involuntariamente; los segundos, sabiendo muy bien lo que hacían en las diferentes plataformas online las presuntas declaraciones de amor a Trump de puertorriqueños y, también, de gente que pasaba por allí.
En todo caso, los seguidores del ex presidente cumplían la profecía de Jessy. Los insultos de Killer Tony no tenían nada que ver con Trump, a pesar de que se hubieran celebrado en un acto coordinado por la campaña y en el que había habido un control absoluto de los mensajes. Nadie iba a dejar de votar por Trump por aquello.
En realidad, el mitin de Nueva York no fue especialmente virulento. Trump no pidió la pena de muerte para los inmigrantes indocumentados que asesinen a ciudadanos estadounidenses. Tampoco culpó a los inmigrantes (en muchas ocasiones, sin especificar, se refiere a los ilegales o en general a todos) del presunto deterioro de los genes de los estadounidenses, ni dijo que “contaminan nuestra sangre”. Tampoco prometió meter en la cárcel a la ex congresista de su propio partido Liz Cheney, que es una de las voces más relevantes de la oposición interna republicana a Trump.
Llamar a Hillary Clinton “hija de perra”, decir que Kamala Harris “está poseída por Satanás”, o que los votantes de demócratas " son unos degenerados", como declararon otros participantes en el mitin, forma parte de la dialéctica habitual de los eventos de Donald Trump.
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Lo que sí fue excepcional fue el mitin de Allentown. Lo fue porque sucedió algo que a Trump no le gusta nada: se habló en español. y, además, quien habló fue el senador por Florida, Marco Rubio, de origen cubano, pero que tiene una fortísima alergia a usar la lengua de Cervantes. Resultó, sin embargo, que Rubio habla español tan bien como Fidel Castro aunque, por fortuna, su discurso fue más breve.
También participó la senadora republicana por Puerto Rico en la sombra, Zoraida Buxo, que dijo, eso sí, en inglés, que “el pueblo [de la isla] tiene una gran esperanza depositada en Donald Trump”. En realidad, Puerto Rico es un territorio demócrata. Esa es una de las razones por las que los republicanos se oponen a darle estatus de estado y terminar con su situación semicolonial, que le ha asumido en una crisis económica perpetua y en unos niveles de pobreza, sin parangón en ninguno de los 50 estados que forman EEUU, aunque similares a los de otras regiones consumismo estatus, como Islas Vírgenes o Guam.
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