La fea postal del ultramar francés
Graves crisis se acumulan en los territorios de la herencia colonial y hacen aún más difícil la labor de Macron y de su frágil Gobierno
La Vanguardia, , 28-10-2024La maternidad francesa donde nacen más niños –se han superado los diez mil al año– no está en París ni en Marsella ni en ninguna otra gran ciudad. Se halla en Mamoudzou, la capital de Mayotte, archipiélago en el océano Índico, que en el 2011 se convirtió en el departamento francés número 101, parte integral de la república. El flujo incesante de migrantes irregulares desde las vecinas islas Comoras, incluidas muchas mujeres encintas, contribuye a agravar la situación social explosiva de un territorio pobre y superpoblado, con alta delincuencia, grave carencia de agua potable y un tercio de la población sin empleo.
Para muchos ciudadanos insuficientemente informados, la Francia de ultramar evoca todavía paisajes tropicales idílicos donde ondea la bandera tricolor y se puede viajar sin saber inglés. Programas míticos de la televisión pública como Echappées belles –muy amenos, pero que siempre presentan realidades edulcoradas y felices– han contribuido a esa imagen. La postal real es mucho más fea.
La isla de Martinica lleva dos meses de disturbios, y la guerra civil acecha en Nueva Caledonia
Las crisis se acumulan en muchos de esos lugares lejanos, herencia del imperio colonial, donde viven 2,2 millones de personas. Son un quebradero de cabeza adicional para el presidente Emmanuel Macron, con una autoridad debilitada, y para el Gobierno de Michel Barnier, frágil y de duración incierta.
Ya en condiciones normales, la Francia de ultramar supone un enorme gasto para el Estado en servicios públicos, subvenciones y despliegue policial y militar. En teoría, ese esfuerzo se debería compensar con los recursos naturales que pueden aportar, los millones de kilómetros cuadrados de zonas económicas exclusivas en los océanos (Francia es el segundo país del mundo, después de Estados Unidos) y la profundidad estratégica de un país que aún quiere verse como potencia global. Pero los repetidos focos de tensión de los últimos años están cambiando la ecuación.
El último gran incendio social de ultramar se ha producido en la isla de Martinica, en las Antillas. Desde hace dos meses se ve sacudida por disturbios causados por las protestas contra la carestía de la vida, en especial los alimentos, que son un 40% más caros que en la metrópoli. Un acuerdo entre el prefecto, las autoridades locales y los actores económicos para bajar los precios no han logrado frenar los desórdenes, durante los cuales ha habido cortes de carreteras y ataques con armas de fuego contra la policía y los bomberos.
Vida precaria. Los precios en muchos de los territorios de ultramar son 40 veces más caros que en la metrópoli, agravio que suscita protestas de la ciudadanía
Vida precaria. Los precios en muchos de los territorios de ultramar son 40 veces más caros que en la metrópoli, agravio que suscita protestas de la ciudadaníaPhilippe Lopez / Afp
Otro conflicto aún más serio es el que afecta a las islas de Nueva Caledonia, en el Pacífico sur, donde la insurrección de la primavera pasada destruyó un 25% del aparato productivo. No se vislumbra un acuerdo entre la comunidad de origen europeo, los caldoches, y los canacos autóctonos, que aspiran a la independencia del archipiélago. El peligro latente de guerra civil se ha exacerbado. El futuro del territorio está comprometido, además, por la crisis existencial de la industria del níquel, principal recurso de Nueva Caledonia, cuyo precio ha caído por la competencia de Indonesia. A diferencia de Mayotte o Martinica, Nueva Caledonia, bajo control francés desde 1853, no es un departamento de la república y la ONU lo cataloga como territorio en vías de descolonización. Para París, empero, su pérdida sería dolorosa porque reduciría su peso en el Pacífico y daría alas a las ambiciones de China.
Hay también motivos de inquietud en la Guayana Francesa (Sudamérica) –con estatus de departamento y sede de la base de lanzamiento espacial–, por los problemas económicos, la minería ilegal, el tráfico de drogas y la presión migratoria de los países vecinos. No se salva tampoco de dificultades la Polinesia Francesa, otra hermosa postal turística, donde un cuarto de la población vive bajo el umbral de la pobreza. Este archipiélago que se extiende en un espacio oceánico tan grande como Europa no es departamento, y de ahí que la tentación independentista haya crecido. En el 2023 ganaron las elecciones los partidarios de la soberanía. No tienen prisa, pero su objetivo es la secesión.
Preguntado la semana pasada sobre los sucesos en Martinica, Nueva Caledonia y otros territorios, Barnier trató de ser diplomático y conciliador. “Conozco el sentimiento de los franceses de esos departamentos –dijo el primer ministro a Le Journal du Dimanche . Estoy muy comprometido con su destino y su futuro en la república. Son una oportunidad para Francia en el plano humano y económico”.
Las buenas palabras, no obstante, chocan con las estadísticas oficiales sobre renta per cápita, desempleo, fracaso escolar y otros parámetros. La Francia ultramarina ofrece una foto de atraso y de escandalosa desigualdad. Según un estudio del 2023, la mortalidad infantil en Mayotte fue del 8,9 por mil, frente al 3,7 por mil de la Francia metropolitana, un desfase alarmante para la mayor fábrica demográfica de Francia.
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