Razones para un triunfo de Trump, el fascista normal
La Vanguardia, , 28-10-2024La elección de Donald Trump asentará la era de los extremismos. La deriva moral y jurídica, así como la manipulación grotesca de la realidad, dan forma a un nuevo orden político, individualista y autoritario, que reemplaza a la vieja democracia liberal, incapaz de ofrecer las oportunidades que promete a una ciudadanía que arrastra años de frustración. Desde el crack financiero del 2008, las economías avanzadas se alejan de la democracia porque no saben cómo distribuir la riqueza de manera más equitativa. Los que se quedan atrás desconfían de las elites que han reducido sus expectativas de vida y buscan nuevos liderazgos, aunque sean fascistas.
El fascismo de Trump no es una excepción, es una consecuencia del fin del sueño americano
El fascismo de Trump no es una excepción, es una consecuencia del fin del sueño americano, que es el sueño de todos, la convicción de que el trabajo bien hecho garantiza una vida digna. Sin embargo, cuando el esfuerzo no alcanza, la tentación del mal es muy grande.
Trump copia a Hitler. El general John Kelly afirma que lo admira. Lo conoce bien. Fue su jefe de gabinete. Admira cómo simplificó al máximo los problemas de la Alemania de entreguerras, cómo empobreció el lenguaje y lo cargó de violencia para explotar la humillación de los que vivían sin dignidad.
“Volver a hacer grande” es la primera promesa de cualquier fascista y sobre ella cabalga Trump hacia la Casa Blanca. Lo jalean las clases medias que perdieron su vivienda en la recesión del 2008, que sufrieron la inflación que causó la pandemia del 2019 y que no ganan lo suficiente para comprar una casa y llegar a fin de mes.
Republican presidential nominee former President Donald Trump arrives to speak at a news conference at Austin-Bergstrom International Airport, Friday, Oct. 25, 2024, in Austin, Texas. (AP Photo/Alex Brandon)
Trump, ayer por la mañana en un hangar del aeropuerto de Austin (Texas) Alex Brandon / Ap-LaPresse
Una vivienda en el condado de Maricopa, área metropolitana de Phoenix (Arizona), cuesta 470.000 dólares de media. Es un 50% más que hace cinco años. Lo mismo sucede en Las Vegas (Nevada), en Filadelfia (Pensilvania), en Kalamazoo (Michigan) y otras ciudades de los estados que decidirán la presidencia.
Durante la gran recesión, la elite financiera de Wall Street compró estas casas por 100.000 dólares a las mismas personas a las que ahora se las alquila por miles de dólares al mes. Barack Obama apoyó a Wall Street durante la crisis y anteayer compartió escenario con Kamala Harris.
La candidata demócrata promete construir tres millones de viviendas en cuatro años, y frente a esta promesa clásica y nunca cumplida Trump afirma que habrá vivienda para todos cuando expulse a los inmigrantes ilegales. También dice que intentará eliminar el impuesto de la renta y que el Estado se financiará con más aranceles a las importaciones. La mitad de los estadounidenses aplauden la osadía. No entienden o no les importa que sea el fin de la fiscalidad progresiva. comprenden la consigna de menos impuestos, pero no sus consecuencias.
También creen que Dios ha elegido a Trump y que los demócratas le robaron la victoria en el 2020. Se han conjurado para que no pase otra vez y se han hecho con puestos clave en las juntas electorales.
La desigualdad y la conspiración, más que el aborto y la inmigración, decidirán las elecciones
La desigualdad y la conspiración, más que el aborto y la inmigración, son las corrientes de fondo que decidirán estas elecciones.
Los sondeos no anticipan un ganador. Tampoco se han movido desde que Kamala Harris reemplazó a Joe Biden y esto es malo para los demócratas.
Harris tiene más dinero que Trump y una coalición muy amplia, que va desde la izquierda de la congresista neoyorquina Alexandria Ocasio-Cortez a los republicanos Dick y Liz Cheney. Debería bastar, pero es posible que no sea suficiente.
Kamala Harris representa una complejidad que la mitad de los estadounidenses no entienden o no aprecian. Es igual que se haya escorado a la derecha en temas como la energía, la inmigración, las finanzas y las armas. Es igual que haya impulsado el mayor programa de inversión pública de la historia para completar la transición a un sistema de producción más tecnológico y sostenible.
La mitad de los norteamericanos prefieren el paternalismo simplista de Trump. Entienden que puede ser una amenaza para la democracia, pero no les importa. Viven la libertad desde fuera del sistema. No quieren más obligaciones y Trump promete dejarlos en paz con sus armas y sus dioses, conseguirles una casa y limpiar el país de indeseables.
El fascismo necesita enemigos, gente a la que culpar y Trump los crea con la facilidad de un guionista de películas de serie B. Son indeseables todos los que están en su contra.
El conflicto, por tanto, parece inevitable. Tanto si gana como si pierde, Trump usará la violencia y la democracia estadounidense se asomará al abismo. Si gana, los progresistas no serán opositores, sino disidentes, enemigos de América, y si pierde no se rendirá. No reconocerá el resultado, llamará a rebato, sus partidarios intentarán ocupar tribunales y parlamentos, será necesario movilizar a las fuerzas de seguridad para atajar la violencia, Estados Unidos se romperá por la mitad, si es que no lo está ya.
En la era de los extremismos nihilistas no hay espacio para la confianza social, para una narrativa común de lo que somos. Falta la cohesión moral que permita confrontar ideas sin soberbia falocrática. Conseguirla será el gran reto de Kamala Harris si llega a la presidencia.
Parece imposible que una mujer negra, de la elite intelectual y progresista, pueda convencer a un hombre blanco, conservador y sin estudios, de que se deje coger la mano y guiar hacia un futuro incierto.
Sería un gran final, pero hoy, por desgracia, es solo ficción.
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