Nevada primera parte
El mexicano que le pidió cuentas a Trump
Con casi uno de cada tres habitantes de origen hispano, Nevada es un Estado donde se añora la prosperidad previa a la pandemia de coronavirus
Diario Vasco, , 28-10-2024En Estados Unidos todos los aeropuertos son iguales, menos el de Las Vegas. Desde el momento en el que uno sale del avión, las máquinas tragaperras y los casinos compiten en plena terminal por la atención del recién llegado, con sus colores chillones y sus luces de neón. A algunos nos cuesta ver la magia de Las Vegas, pero no es difícil entender que para Donald Trump la ciudad disfrazada de lujo y hecha de réplicas, con su Torre Eiffel en miniatura y sus pirámides de plástico, sea «uno de los lugares más hermosos del mundo».
Así se lo pareció también a Carlos Martínez el día que llegó con otros amigos colombianos a pasar un fin de semana loco. Llevaba dos años trabajando monótonamente y se sentía como un muerto viviente en Sacramento, una ciudad burocrática y sin alma en la que nunca pasa nada, capital administrativa de California. Allí donde todo es predecible, la chispa de la vida se diluye sin remedio en la rutina diaria. Hasta ese día la suya consistía en llevar muestras del Covid al laboratorio, pero ya se intuía que el negocio de los test iba a ser tan efímero como el glamour de la noche en Las Vegas.
Poner el pie en la terminal fue como despertarse de la siesta y encontrarse en pleno carnaval de luces y excesos. Todo brillaba a su alrededor, como si se hubiera sumergido en una de esas películas de Scorsese que veía antes de emigrar a EE UU. ¡Aquello sí que era el sueño americano! El dinero corría de mano en mano como si no hubiera mañana. Giraba en la ruleta y salía por las máquinas tragaperras. Por el camino llenaba los bolsillos de camareros, celadores, ‘bartenders’, aparcacoches, taxistas y cuantos figurantes hacen posible el espejismo del famoso Strip. Los tipos que pueden pasarle el brazo por la cintura a cualquier rubia en lentejuelas saben deslizar sumisión en las manos que les sirven.
6
escaños
electorales, de los 270 que se necesitan al menos para ser proclamado presidente, se reparten en el Estado de Nevada. En 2020 los demócratas ganaron las elecciones aquí por 33.596 votos: Biden 703.486 votos (50%) y Trump 669.890 votos (47%).
8,4
%
de los habitantes de este territorio son jóvenes de entre 18 y 24 años. El envejecimiento de la población es un problema en Nevada. Es uno de los Estados con la ciudadanía de más edad.
Tan pronto como volvió a casa, empezó hacer planes para mudarse a Sin City, la ciudad del pecado. Ahora ve en directo las películas por el espejo retrovisor del Uber que conduce. En Las Vegas, «todo el mundo tiene que vigilar a alguien». Lo decía Robert de Niro en ‘Casino’, la película favorita que inspiró a Javier Barajas para montar un italiano clásico que fusionó con su Lindo Michoacán, y al que le puso en clave familiar el apodo que usa para sus hijos: ‘Il Toro E La Capra’.
Hasta allí llegaron un día de agosto dos agentes de los Servicios Secretos para contarle que Trump había elegido su restaurante para un acto político. Si aceptaba, sería recompensado económicamente, pero tendría que aceptar un intenso escrutinio. Durante una semana desfilaron por su restaurante fontaneros, electricistas, técnicos de aire acondicionado y cuantos inspectores fueron necesarios para asegurarse de que no ocurriría ningún accidente durante la visita del ex presidente, al que este verano han intentado asesinar dos veces. Los servicios secretos comían y prácticamente vivían allí. «Yo los sentía ya como parte de mi familia, me cayeron muy bien. Cuando se despidieron, a uno se le saltaron las lágrimas», recuerda el restaurador.
Trump tiene su propio hotel en Las Vegas, sin trabajadores sindicados, por supuesto, pero lo que el magnate buscaba no era alquilar un recinto para un mitin, sino comprar el apoyo de los hispanos. En Barajas encontró a un nuevo embajador. «Alguien le había hablado de mí, pero no me quiso contar quién», dice intrigado. «Me dijo que si gana las elecciones volverá con él a cenar y le conoceré». Un motivo más para hacer campaña por él.
Este territorio es el mosaico de culturas hispanas más representativo del país
«No soy republicano ni demócrata. Estoy con el presidente que más apoye mi economía»
Desde que Bill Clinton cambiase en 1996 el color político del estado de las ruletas y los casinos, solo un candidato republicano ha conseguido anotárselo, George W. Bush. Ganarlo sería para Trump como ligar con la rubia de las lentejuelas, combustible para el ego. Pero este año hay más. Sus seis escaños electores han cobrado importancia en un contexto de encuestas tan ajustadas; muchos analistas temen que pueda ser la primera vez desde 1800 en que ambos candidatos empaten en el Colegio Electoral, con 269 electores cada uno. A Trump eso le favorecería, porque la elección final quedaría en manos de la Cámara de Representantes, donde su partido tiene mayoría, pero no sería tan satisfactorio como ser el amo.
Imán para los indocumentados
A Barajas le pareció el tipo más sencillo y campechano del mundo. En los diez o doce minutos que pasaron juntos sintió «que le conocía de toda la vida», explica aún emocionado. «Nos abrazamos, bromeamos y hasta le vacilé un poco». Fue cuando el expresidente empezó a presumir de cuánta gente había afuera haciendo cola. «¿Pero a que no ves ningún hispano?», le picó el mexicano. «Tienes razón», concedió este preocupado. «¿Por qué será?». Y como ese día el amo era él, Barajas no se cortó. «¡Porque hablas mal de nosotros!».
Trump le calmó. Él no habla mal de los hispanos, le aseguró, solo de los que son delincuentes y entran ilegalmente en EE UU. Nunca haría nada que dañase a su gente. Él «ama» a los hispanos, sabe que son trabajadores duros y los tiene en sus propias empresas –como peones o limpiadoras–. «No voy a molestar a tu gente», son cosas que se dicen en campaña, «¿Tú me entiendes? Yo solo voy a deportar a los malos», le explicó. «Sí, yo sé, yo sé», le tranquilizó Barajas, que ahora intenta convencer a los demás. «Ya ha sido presidente ¿y a cuántos deportó? ¡Obama deportó a muchos más!».
Históricamente, Nevada ha sido un imán para los emigrantes. Por cada habitación de hotel se crean cinco puestos de trabajo. Si los cubanos se asentaron en Florida, los puertorriqueños en Nueva York y los mexicanos en Arizona, Texas o California, Nevada es el mosaico de culturas hispanas más representativo del país, al que los dos candidatos persiguen con lujuria. Los movimientos internos de población que trajo la pandemia en busca de una economía más próspera han terminado de españolizar la ciudad de la que el Strip ni siquiera es parte de su jurisdicción municipal. Todo lo que brilla en Las Vegas es falso, por mucho que deslumbre a quienes buscan dejar abrir la puerta y que les aparquen el coche. Con un 30 por ciento de hispanos, Nevada tiene ahora más latinos que Florida. Y para los que han ido con la mira puesta en el dinero, el espejismo de un pasado mejor es demasiado poderoso como para ignorarlo.
«No soy republicano, ni demócrata, estoy con el presidente que aporte más a mi economía», dice Luis González, un cubano que dejó Miami «porque se ha puesto demasiado cara». Hace cuatro años tenía ahorros, ahora paga las facturas y poco más. Para él, es un hecho probado que Trump es mejor para la economía. También para Barajas, que lleva la cuenta de cuánto han subido las servilletas –de 38 a 100 dólares el paquete de mil– y los huevos –de 35 a 90, por cada cartón de cien–. ¿Y luego el Gobierno pone a los inmigrantes a vivir en hoteles de lujo y les da dinero? ¿Por qué? Nosotros veníamos a trabajar y a progresar, todos teníamos al menos dos trabajos».
La vuelta de Trump les permite soñar con esos tiempos de bonanza que González recuerda como los mejores años de su vida. «Yo no me voy a acostar con Trump ni con su esposa. Lo que me interesa es mi economía y la de mi familia», resuelve. Barajas también se lo ha explicado así a sus amigos y vecinos, que le vieron en televisión. «Please, Make America Great Again», suplicó al magnate cuando este le pasó el micrófono. En cuanto se bajó del escenario comenzaron las llamadas iracundas. «Me querían comer en las redes sociales. En el restaurante no paraba de sonar el teléfono. Me amenazaban. Insultaban a mis empleados. Pidieron que nos boicotearan. Fue horrible». Y a la vez, su conversión pública al trumpismo le ha dado permiso a otros hispanos a sumarse a su estela. «¿Por qué creen que todos los latinos a la fuerza tenemos que votar demócrata, y si no es que somos malinchistas?», protesta. Los tiempos han cambiado. Y los demócratas lo verán el 5 de noviembre, cuando el polvo del desierto se asiente.
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