Los nutricionistas dicen que es el desayuno. Quizás por eso el Ayuntamiento donostiarra decidió esta semana prohibir en Egia el reparto de cenas entre los ‘sin techo’. El argumento fue evitar enfrentamientos entre quienes reparten la comida y quienes secundaron una convocatoria anónima abiertamente xenófoba. Ante la evidencia de que pasan los años, las décadas y la vida, y, no obstante, seguimos atascados, habrá que repetir una vez más que ningún colectivo delinque, que los delitos son obra de individuos. Los inmigrantes no son delincuentes, los vascos no son terroristas, de la misma manera que tampoco son de natural nobles, trabajadores, fuertes y gentes de palabra; lo serán algunos, igual que los gitanos no son ladrones, ni los hombres son violadores, ni los aficionados al fútbol, bestias salvajes. Una parte, sí, pero no por eso vas a prohibir las competiciones que alimentan su bestialismo. La colección de pecados originales por nacimiento es una superchería.

En el caso que nos ocupa, el Ayuntamiento vuelve a incurrir en sus habituales inercias a base de escasa iniciativa y exceso de gestión reactiva. Quizás ya haya abdicado de su intención, pero hubo un tiempo no muy lejano en el que desde la institución municipal se empeñaron en impartir educación en valores. Si se precisaba alguna actuación en Egia, no había peor lugar para llevarla a cabo que el reparto de comida, ni peor momento que justo después de la convocatoria que identifica la inseguridad ciudadana con un colectivo al que no te apuntas, sino que te toca. La impotencia a la hora de cambiar el mundo alumbró el mantra de que los pequeños gestos contribuyen a hacerlo. Olvidaron la otra parte: que también ayudan, y mucho, a envenenarlo.