Colaboración

La jauría

Deia, Alberto Letona, 25-10-2024

Los discursos de odio al diferente y la deshumanización van escalando posiciones en nuestro mundo occidental. Lo estamos viendo estos días con el nuevo plan de algunos países europeos con los inmigrantes. Es un paso previo que puede traer consecuencias aún más graves para los derechos humanos de los colectivos más vulnerables. Los delitos de odio por racismo y xenofobia en España subieron exponencialmente el pasado año, llegando casi al millar.

A Samuel Luiz siete individuos, náufragos de cualquier sentimiento humano, lo asesinaron a golpes hace ya tres años en La Coruña. Dos eran menores de edad, entonces. A los otros cinco se les juzga estos días en la misma ciudad donde una brutal paliza acabó con su joven vida al grito de “te vamos a matar, maricón de mierda”. La amiga que estaba con Samuel, apenas pudo hacer nada. Una lluvia de golpes alcanzaron las partes vitales de su cuerpo en el linchamiento. Dicen que la novia del principal acusado espoleaba a su novio en la cacería.

¿De dónde sale esta jauría humana? ¿ De dónde sale tanto malnacido y malnacida? ¿Y de dónde salen estos despreciables cobardes que ni siquiera son capaces de reconocer sus acciones e intentan, ahora, en su juicio, eludir sus responsabilidades mientras se culpan los unos a los otros? En casos así es difícil no pensar en el clásico esquema de que en nuestra sociedad hay mucha gente buena y también verdaderos cabrones dispuestos a hacer sufrir y matar a patadas y puñetazos a un semejante por su color de piel o simplemente por su opción sexual.

Hay pocas cosas más crueles que el linchamiento de un ser humano. Hace años, presencié in situ el de una anciana a manos de tres fornidos paramilitares albano-kosovares en una aldea cerca de Prizren en territorio de Kosovo. La mujer, de unos setenta años, calculo, pronto se convirtió en una masa sanguinolenta que con un hilo de voz suplicaba el cese de los puñetazos y las patadas. Aquellos asesinos parecían divertirse con aquel cuerpo desmadejado incapaz de aguantar la tortura. Lo peor de toda aquella brutalidad era el coro de acompañantes que no cesaban de jalear los ataques despiadados de aquellas bestias paramilitares. Según nos dijeron la anciana era de origen serbio y había colaborado con el ejército ocupante. Aún siendo verdad; no sé si lo era, nada de aquello era justificable.

Aluden los asesinos de Samuel que la razón para acabar con la vida de este fue que había grabado con su teléfono las imágenes del principal acusado mientras tenía una discusión con su novia a la puerta de una discoteca. La acompañante de Samuel, enfermero de profesión, lo desmiente totalmente y sostiene que no hubo ninguna grabación y que la homosexualidad de Samuel fue la única razón que desató la agresividad de la manada. Los abogados defensores dicen que una buena parte de los acusados habían consumido una gran cantidad de alcohol aquel día. También aquellos torturadores albano-kosovares parecían estar borrachos de Raki (bebida de los Balcanes) y de odio.

Vamos en retroceso. La deshumanización y los discursos de odio hacia los colectivos más vulnerables son condiciones previas para las violaciones graves de los derechos humanos. Limpian el terreno para los grupos radicalizados. Los inmigrantes pobres no todos lo son y los homosexuales son grupos sobre los cuales la derecha articula un discurso cada día más esclarecedor. Hace solo unos días, hemos tenido noticias de esta escoria homófoba. No parece que esta vez fueran pandilleros; no, al contrario, eran estudiantes de esa tantas veces ensalzada Universidad de Navarra. A la salida de la inauguración de unas jornadas sobre el terror a la que asistía el ministro de Interior, Fernando Grande-Marlaska, este fue increpado por un grupo de machotes y machotas que saludaron al ministro con el epíteto de maricón. Huelga decir que la alegre muchachada dejó rastros del cagarro de su ideología al añadir el consabido “que te vote Txapote”. Faltaría más.

Ahora sabemos que dos de las pocas personas que ayudaron a un moribundo Samuel Luiz aquella noche eran dos jóvenes senegaleses en situación irregular. Para disgusto de Abascal y sus epígonos no parece que todos los inmigrantes vengan a robar el trabajo y cometer violaciones. Ahora se les ha concedido el permiso de residencia justificadamente. Mientras tanto los asesinos de Samuel tendrán que enfrentarse a la justicia y posiblemente a largos años en prisión.

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