Un drama real que duerme en la calle

Kale Gorrian constata un aumento de las personas que viven a la intemperie en Gipuzkoa en el recuento nocturno que realiza cada dos años. «Muchos amigos me han dado la espalda», lamenta Joserra

Diario Vasco, Martin Ruiz Egaña, 25-10-2024

Las calles de Donostia estaban a rebosar el pasado miércoles. Buena temperatura, día soleado y una noche agradable para pasear por la capital guipuzcoana. Llegan las últimas horas del día y los donostiarras vuelven a sus casas para descansar, quizá antes de lo normal porque es noche de fútbol, hay Champions League. En contraste con esto, un centenar de voluntarios se disponen a salir para encontrarse con la otra cara de la noche en la ciudad. Las personas sin hogar buscan cobijo en sucursales bancarias, bancos o soportales para dormir y esperar al siguiente día que, con total probabilidad, será calcado al anterior.

Desde 2011 y cada dos años, la iniciativa Kale Gorrian obtiene un retrato aproximado del sinhogarismo en varias localidades del territorio. En esta edición, los voluntarios de este recuento nocturno han peinado las calles de hasta 30 municipios, siete más que hace dos años.

DV ha acompañado a un grupo de voluntarios encargados de peinar las calles de Donostia. Todos ellos son citados en el Ayuntamiento a eso de las 20.00 horas del miércoles. En la Sala de Plenos del consistorio, los responsables de las asociaciones involucradas presentan las instrucciones para el recuento. «Nos acercaremos con cuidado porque seguramente seréis la primera persona con la que hablan en días. La calle es muy dura y hay que tener cuidado con las reacciones».

«Fui víctima de violencia de género. Tras pasar por la casa de las mujeres de Trintxerpe y un albergue, me quedé en la calle»
Ainhoa

Después de las explicaciones pertinentes y una hora para llenar el estómago, los voluntarios emprenden el camino sobre las 22.00 horas. Se nos adjudica el grupo encargado de peinar la zona romántica. Iñaki, Beñat, Ainhoa y Asunta nos acogen con gusto. «Estaremos bien acompañados», exclaman. Algunos llevan varios años saliendo a la calle. En otros casos, esta es la primera vez. «Estoy expectante porque es la primera vez que salgo, no sé cómo va a salir. Iñaki y Ainhoa tienen más experiencia así que ellos tirarán del carro. Me han dicho que no suele haber ningún problema, ellos están dispuestos a contar su historia porque nadie suele parar a hablarles», cuenta Asunta.

Los voluntarios charlan con Joserra y Ainhoa.
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Los voluntarios charlan con Joserra y Ainhoa.
Provistos de botellas de agua, chocolate y paquetes de tabaco para romper el hielo, el grupo del área romántica emprende su camino. Nada más empezar, encuentran una persona tendida en el suelo, aparentemente dormida. Los voluntarios se acercan para constatarlo. Efectivamente, está dormido. «El protocolo contempla que no se debe actuar con personas que no están accesibles», indica Iñaki. No obstante, el grupo toma nota para el recuento. Unos cien metros más adelante, el grupo se encuentra con la misma situación. Prosiguen con la marcha.

Drogas y violencia de género
Tras una media hora caminando sin obtener resultados, encuentran una pareja. Están despiertos. Entre dos grandes maletas encontramos a Joserra y Ainhoa. Les interrumpimos la cena. «Normalmente solemos estar en Irun, pero hoy nos daban un vale de comida y nos hemos venido a Donostia», relata Joserra. Tiene 53 años y lleva seis viviendo en la calle, desde que en 2017 su vida «se desmoronó». Ainhoa tiene 52 y los últimos tres en situación de sinhogarismo. «Somos vascos, yo soy de Bergara y él de Legazpi. He estado sola un tiempo pero hace un año conocí a Joserra», relata ella. «En 2017 murió mi madre, que era la que unía la familia y desde ahí todo ha empeorado. Desde que estoy en la calle me he dado cuenta de que amigos que pensaba que tenía me han dado la espalda por mi situación», confiesa Joserra. «He tenido muchos problemas con las drogas, esa es la principal razón por la que he terminado así. La madre de mi hija murió por sobredosis».

La historia de Ainhoa es igual de estremecedora. «Fui víctima de violencia de género por parte de mi marido y tuve que huir a la casa de las mujeres de Trintxerpe. De ahí me mandaron a un albergue de Irun pero a los tres días tienes que irte, y he acabado en la calle». Joserra se ausenta unos minutos y vuelve con unos pintxos que le han regalado en un bar. Ese será el segundo plato. El grupo se despide dando las buenas noches a la pareja y sigue con su camino. Una de las voluntarias, Ainhoa Carcavilla, es miembro del SIIS Servicio de Información e Investigación Social. «Los centros sociales no siempre están preparados para acoger parejas. No tienen servicios mixtos y no pueden compartir espacios, por lo que terminan en la calle», reflexiona.

«Me han hecho dos operaciones, tengo problemas de tensión, migrañas e insomnio. Tomo medicación»
Florin

Después de encontrar a otras dos personas durmiendo al raso, el grupo se topa con Florin. «Soy rumano pero llevo 20 años en Euskadi, viviendo en la calle. Trabajaba en Bilbao pero perdí el puesto y me quedé en la calle», asegura Florin. «Tengo una txabola en Bilbao, pero ahora estoy aquí». Es analfabeto, no tiene estudios, algo que según él «dificulta encontrar trabajo». Tampoco goza de buena salud. «Me han hecho dos operaciones, tengo problemas de tensión, migrañas e insomnio».

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