«No son solo las cenas, hay un problema en Tabakalera y la estación; nos roban a diario»

Trabajadores y vecinos de Egia reflexionan sobre la inseguridad que viven desde hace «dos años», pero no quieren trasladar el problema a otro barrio

Diario Vasco, Oskar Ortiz de Guinea San Sebastián, 25-10-2024

Sobre las 12.30 horas, la vida transcurre en aparente tranquilidad por la zona de Atotxa, en el barrio donostiarra de Egia. El mediodía transmite el trasiego habitual: gente de compras en los comercios de Duque de Mandas, un trajín continuo de gente en el Palacio de Justicia, cierto movimiento en Tabakalera, un puñado de grupos de jóvenes magrebíes disperso por la plaza Blas de Otero y los soportales de la torre de Atotxa y varias bicicletas que se cruzan por el bidegorri. Un primaveral sol de otoño resalta la sensación de quietud. «A ver, esto tampoco es el Bronx como se ha hecho viral en redes sociales, pero vente a partir de las seis o siete de la tarde, y verás una imagen muy diferente: esos que ves ahí –apunta un comerciante de la zona señalando a un cuarteto de marroquíes– serán 50 o 60, si no son más. No todos roban, serán unos pocos los que lo hacen, pero los hurtos son diarios y la sensación de inseguridad ha aumentado mucho de dos años a aquí, y va a más. Y eso que hay presencia policial».

La mayoría de las personas preguntadas ayer en Egia asocia la presencia de esas decenas de jóvenes que afloran en mayor número sobre las 19.00 horas, a las cenas solidarias que voluntarios ofrecían todos los días junto a los juzgados y que el Ayuntamiento de Donostia prohibió desde ayer. Pero el problema de la inseguridad es de mayor calado. «No son solo las cenas, porque Tabakalera y la estación de Renfe también son unos entornos que atraen a este colectivo. Y la solución tampoco es prohibir las cenas aquí y llevar el problema a otro barrio», confiesan varias voces de trabajadores o clientes entre el estanco, la farmacia, la frutería, la tienda de electrónica, algún local hostelero…

Hora punta
La inseguridad se agrava a partir de media tarde, cuando confluyen más personas problemáticas
«Es verdad que por la tarde está peor», tercia Lierni, pero a esta joven donostiarra que trabaja en el barrio le intentaron birlar su teléfono hace dos semanas «¡a las 12 del mediodía!». Lo cuenta con la misma naturaliza con la que fue abordada por un malhechor. «Solía llevar la correa del móvil colgando del bolsillo, cuando noté como un pequeño enganchón. Instintivamente llevé la mano hacia el costado, y me encontré con una mano metida en el bolsillo de la cazadora. Grité, y el chico me dijo ‘tranquila, tranquila, no pasa nada’, y se fue». Lo que no se fue es el «miedo» que anidó en su cuerpo.

Mujeres
Un episodio similar vivió Maitane, quien a la par de la rampa de la plaza Blas de Otero sintió «un tironcito en la mochila. Me giré, y vi a un hombre que tenía mi cartera con toda mi documentación en la mano. Del susto que me llevé, me salió como una exclamación, y me pareció que él casi se asustó como yo, porque dejó caer la cartera al suelo, me dijo ‘perdón, perdón’ y se dio media vuelta. Pienso que no querría tener ningún problema conmigo e iría a intentar robar a otra mujer».

Preocupación
Comerciantes aseguran que deben vigilar que no les roben a ellos, y tampoco a su clientela
Porque parece que son ellas las víctimas más propicias, que curiosamente son mayoría en los mostradores de la zona. Lo tiene constatado Gery Llanes, que lleva dos años como encargado de la tienda de comestibles Oreka. Este joven nicaragüense no es muy alto, pero su complexión atlética invita a llevarse bien con él. «Cambia mucho si hay chicas en la tienda o si estoy yo. Su están ellas, entran tres o cuatro de estos y las intentan intimidar. Si estoy yo, es diferente, pero tienes que estar con seis o siete ojos para que no roben algo. Para que no roben en la tienda, pero tampoco al cliente. Se ponen detrás de la personas, muchas veces una mujer mayor, y a la mínima que se descuidan, intentan robar». Muy cerca, la donostiarra Conchi pasea lozana y tranquila a sus 84 años. «Yo no tengo miedo porque nunca he tenido un problema. Pero se oyen muchos robos y problemas. El hijo de una amiga, de 12 años, no se atreve a ir solo y llama a su madre para que vaya a buscarlo. Da pena que esto pase en Donostia».

Racismo
En la tienda de Gery Llanes, los productos objeto de deseo del hurto son «cerveza y alcohol. Yo no les vendo o no les dejo entrar, porque así me evito un problema. ¡Y luego ellos me llaman racista! ¿Racista yo, que por mi aspecto, de piel oscura, se ve soy inmigrante? Yo nunca he sentido un problema de racismo en San Sebastián. Si vienes a trabajar, no hay problema. Pero si vienes a robar, es normal no ser bien recibido».

«No es racismo», asegura en la misma línea que Gery una pareja que «nunca» han tenido ningún altercando en el establecimiento que regentan en la zona baja de Egia. A él también entran chavales de este colectivo sin hogar al que ha apuntado el Ayuntamiento al prohibir las cenas solidarias por «la única razón» del incremento de la inseguridad que viene observado la Guardia Municipal, según explicó ayer en rueda de prensa el concejal de seguridad ciudadana, Martin Ibabe.

«Cuando nos vienen estos jóvenes, compran lo que necesitan, pagan y se van», añade los comerciantes. Sin embargo, cuentan que «curiosamente tenemos un cliente del mismo perfil que ello: es marroquí y también vive en la calle. Incluso a él le han robado y llegó a estar en el hospital porque una vez le abrieron la cabeza. Es muy majo, y él mismo nos suele decir que tengamos mucho cuidado con esta gente».

«La solución no es fácil», interviene la mujer, que considera que «todas las personas tienen derecho a una vida mejor, y quien viene aquí, es normal que se le ayude». Conoce «bastante bien» el funcionamiento de las cenas solidarias, y valora que «los voluntarios están haciendo una gran labor. El problema es por unos pocos pagan todos, pero también es verdad que el perfil del vagabundo que era más mayoritario al principio de las cenas, ha ido desapareciendo, porque a ellos también les pegaban o los robaban y han ido dejando de ir. La solución no es prohibir las cenas. Hay que ayudar a quien lo necesita».

Tabakalera
A la espera del impacto que pueda tener el cese de la labor de Kaleko Afari Solidarioak (KAS), no son pocos los que piensan que atajar la inseguridad ciudadana requiere de otras medidas. Una de ellas es Yaiza Leal, que atiende en una panadería-cafetería donde el personal ha naturalizado ciertos hábitos. Antes del cierre a las 21.00 horas, «cerramos por dentro la puerta. Y antes de salir, miramos si hay alguien. También antes de abrir a las 06.00. Los repartidores cierran el camión cada viaje que hacen, porque les robaban».

Sobre la situación de Egia, asume que «estos grupos parece que se han asentado aquí, tienen ahí Tabakalera», por donde su hija de 18 años «no pasa ni loca. Trabaja en el centro, y por la noche le pago un taxi a casa para que no pase por ahí». «Más allá de las cenas, Tabakalera y la estación atraen a esta gente», recalca Gery Llanes.

En el centro cultural, conviven «como se puede» con esta «realidad», afirma una trabajador que pide el anonimato. Y una forma de hacerlo es condenar los enchufes en espacios comunes y limitar a cuatro los puntos con conexión USB para cargar los móviles, uno de los atractivos para estos jóvenes, junto a los baños para asearse. «En el centro hay unas normas de comportamiento que están en la web, y no se le puede impedir la entrada a quien las respete». Y a quien las incumple, «porque se pelea o se echa a dormir, se le expulsa del centro», apunta. «Tenemos entre cuatro y seis guardas de seguridad según la hora y el día. Hay que entender que son chicos que no tienen nada, y tampoco se les puede dejar tirados».

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