Las deportaciones de Joe Biden
Desde que el presidente limitó el derecho de asilo en junio, se han reducido un 55% los cruces ilegales desde México
La Vanguardia, , 24-10-2024Mateo está desorientado. Acaba de llegar a Nogales, uno de los pasos fronterizos más transitados de Estados Unidos, en un autobús cargado con otros 60 inmigrantes. Su billete no es de entrada: ha sido deportado de forma exprés, un día después de cruzar la frontera, en una desoladora escena que sufren miles de personas cada día a lo largo de los 3.100 kilómetros de frontera que separan su infierno de la ansiada libertad.
Cabizbajos, trémulos y derrotados, decenas de migrantes con los ojos llorosos sacan de unas bolsas sus pocas pertenencias, entre ellas, los cordones de sus zapatos, que la Patrulla Fronteriza les ha requisado tras detenerlos para que no puedan huir, ni traten de autolesionarse. Ya en la parte mexicana de la frontera, tras ser procesados, intentan contactar con sus familias para regresar a casa, en muchas ocasiones un lugar hostil, tomado por la violencia, las amenazas de muerte y una pobreza que no les permite avanzar.
Un mes después de escapar de Oaxaca (México), donde una banda criminal trató de reclutarlo, Mateo, de 24 años, se siente atrapado y perdido. Lo último que desea es volver a un hogar que ya no es cobijo, en el que teme la reacción del narco cuando se entere de su regreso. Tampoco piensa cruzar de nuevo la frontera: tras la orden ejecutiva firmada por Joe Biden en junio, se enfrentará a penas de prisión en EE.UU. si lo vuelve a intentar antes de los próximos cinco años.
“Crucé ayer el muro por Sásabe y esperé a la migra para ser detenido. Me quitaron todo lo que llevaba y me trasladaron a un centro de detención”, recuerda, con la voz acelerada. “Era un cuarto muy chiquito, metieron a unas 25 personas, y no tuve más opción que dormir en el suelo. No nos explicaron nada, solo nos dieron galletas y agua”. De ahí, le llevaron en autobús a otro centro en Tucson, donde recuerda que sintió “frío, mucho frío”, que “no se podía ver la luz del sol” y que sufrió el abuso verbal de los agentes fronterizos: “los soldados gringos fueron muy racistas, pero los que más, los mexicanos: fueron groseros, se reían de mí y me hablaban en inglés para que no les entendiera”.
Mateo se entregó a la Patrulla Fronteriza con la intención de conseguir un asilo, consciente de que EE.UU. no se lo iba a dar si seguía el proceso estipulado: pedirlo en un consulado en México o a través de una aplicación en su smartphone. “Nos dijeron que no, que ya no hay asilo para nosotros, que el presidente ya firmó y es imposible. Nos pidieron firmar la deportación, pero nos negamos, y aun así nos expulsaron”, explica. “No nos preguntaron de qué huimos. Simplemente nos sentaron, nos obligaron a firmar y nos metieron en este autobús”.
La orden ejecutiva firmada por Biden el 4 de junio permite suspender la recepción de solicitudes de asilo cuando el número de detenciones diarias en la frontera supere la media de 2.500 al día durante una semana, y reactivarla cuando baje del umbral de los 1.500. A la práctica, ha supuesto la anulación del derecho de asilo. La iniciativa ha dado a los agentes fronterizos la autoridad de deportar inmediatamente a las personas que crucen de manera irregular sin darles oportunidad de presentar su caso ante un juez.
Tanto Donald Trump como Kamala Harris prometen endurecer la política migratoria si ganan las elecciones
Esta medida ha desincentivado que personas como Mateo se arriesguen a cruzar de nuevo el muro, y la consecuencia ha sido un descenso del 55% de las detenciones fronterizas desde junio, alcanzando los niveles más bajos en esta administración y menores que en los últimos meses del gobierno de Donald Trump. Desde la orden ejecutiva, se han triplicado los casos de “deportación acelerada”, un proceso en el que los extranjeros son expulsados sin derecho a tener una audiencia ante un juez.
Después de tres años cumpliendo cifras récord de cruces ilegales por la frontera –1,73 millones en 2021, 2,37 millones en 2022 y 2,47 millones en 2023, según cifras del Departamento de Seguridad Nacional–, el expresidente Trump retrata las políticas de la actual administración como de “fronteras abiertas”. Lo cierto es que, en el año fiscal 2024, EE.UU. ha repatriado a más de 700.000 migrantes, la cifra más alta registrada desde el 2010.
Para solucionar un sistema migratorio que ambos partidos consideran “roto”, demócratas y republicanos alcanzaron esta primavera un acuerdo en el Senado, que hubiera servido para aprobar una de las leyes más restrictivas de la historia. Pero Trump entró en escena y presionó a sus legisladores para que no llevaran a votación el proyecto de ley. Si hubiese llegado a la mesa de Biden, habría servido para aumentar los recursos y destinar 1.500 agentes más a la Patrulla Fronteriza (actualmente, son unos 20.000), así como más jueces para procesar las numerosas solicitudes de asilo.
Pero hacer eso hubiera limitado las opciones de Trump de hacer política con la frontera. Desde que lanzó su primera campaña presidencial hace nueve años, ha convertido el muro por el que cruzó Mateo en su mayor baza electoral y ha retratado a los Mateos –inmigrantes indocumentados– como “animales”, “asesinos”, “violadores” y “narcotraficantes”, que están llevando a cabo una “invasión” del país. Si gana las elecciones, promete llevar a cabo “la mayor operación de deportación de la historia”, así como terminar el muro, la eterna promesa incumplida, con la que ganó las elecciones del 2016. Cuando llegó a la Casa Blanca, ya había más de 1.000 kilómetros de muro construidos; durante su mandato, lo amplió otros 130 kilómetros, y se ha extendido otros 30 durante la Administración de Biden.
En el 2017, el muro ya medía más de 1.000 kilómetros; Trump tan solo lo amplió 130, y Biden, otros 30.
En el 2017, el muro ya medía más de 1.000 kilómetros; Trump tan solo lo amplió 130, y Biden, otros 30.Javier de la Sotilla
Este impresionante muro no sirve para nada más que para crear una falsa ilusión de seguridad. A unos 30 kilómetros del cruce de Sásabe, al oeste de Nogales, termina una de sus partes en construcción. Sin ninguna limitación física, los coyotes dejan a sus clientes en una carretera cercana en México y estos pueden cruzar sin problema. En esta zona, en el sector de Tucson –uno de los nueve en los que se divide la frontera–, se producen una de cada tres detenciones de inmigrantes indocumentados o, en términos del Departamento de Seguridad Interior, “encuentros fronterizos”.
Ahí nos encontramos a Carmelito, un joven de 23 años de Chiapas, que lleva cuatro días esperando en la parte mexicana junto a sus cuatro primos bajo la sombra de un árbol. Se le ve agotado, nos mira con cierta desconfianza, y solo cambia su rostro ante la pregunta de por qué quiere cruzar: se pone a reír, le sobran los motivos. Tim, un voluntario de la oenegé humanitaria Tucson Samaritans, le da agua y alimentos para que puedan aguantar hasta que llegue el guía al que esperan y les ayude a cruzar.
En las últimas cuatro décadas, se han encontrado más de 4.500 cadáveres en el desierto de Arizona
Muchos en su situación lo atravesarán con la idea de entregarse y pedir asilo; otros, se dispondrán a caminar kilómetros y kilómetros del montañoso desierto del sur de Arizona, en el que los pocos signos de vida son los de la Patrulla Fronteriza, de las patrullas ciudadanas de “vigilantes” y de voluntarios como Tim. “El muro no es necesario, la verdadera frontera es el desierto: cruzar es una invitación a la muerte”, asegura, mientras señala un mapa lleno de puntos rojos, que representan los 4.500 cadáveres encontrados tan solo en Arizona en los últimos cuarenta años.
Basta con caminar un cuarto de hora por ese desierto para entender sus palabras. Además del calor abrasador, de un sol que deshidrata y de un monótono paisaje en el que es fácil perderse, los pinchos de los cactus se clavan en las suelas de los zapatos, los pocos árboles que pueden dar sombra no ofrecen ningún fruto y las continuas colinas van desgastando cuerpo y mente. Son frecuentes los desmayos y las muertes por deshidratación.
Cruces plantadas en el suelo por el artista Álvaro Enciso, en recuerdo a los miles de muertos persiguiendo el sueño americano en Arizona
Cruces plantadas en el suelo por el artista Álvaro Enciso, en recuerdo a los miles de muertos persiguiendo el sueño americano en ArizonaJavier de la Sotilla
Gane quien gane las elecciones el próximo 5 de noviembre, quienes crucen a EE.UU. tendrán todavía más difícil permanecer en el país sin ser deportados. Tanto Trump como Harris prometen ampliar las restricciones al asilo y mantener las expulsiones en caliente, aunque el republicano amenaza con deportar también a refugiados como los haitianos de Springfield.
Sus propuestas responden al relato impuesto en la opinión pública: que la inmigración ha causado un incremento de la violencia y está amenazando los puestos de trabajo de los estadounidenses. Pero los datos muestran una realidad muy distinta: este país construido por inmigrantes está siendo capaz de absorber la fuerza de trabajo que llega del sur (el desempleo está en el 4,1%), y los homicidios cayeron un 16% durante los tres años completos del mandato de Biden, según un reciente informe del FBI.
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