Arizona | Primera parte

En busca del inmigrante perdido

Desmontando mitos de la frontera: visita a dos ciudades, Nogales (Arizona) y Nogales (Sonora), separadas por una valla y atrapadas entre la realidad y la retórica

Diario Vasco, Mercedes Gallego Enviada especial a Fénix (Arizona), 22-10-2024

Entre cactus mexicanos y colinas de John Wayne, los ‘aliens’ están «invadiendo» la frontera de Estados Unidos en forma de inmigrantes ilegales. «Joe Biden está permitiendo que otros países vacíen sus cárceles e instituciones mentales y nos manden aquí lo peor que tienen, para que destruyan nuestra tierra», repite Donald Trump en sus mítines. Los expertos lo consideran «absurdo», así que, con la equidistancia moral con la que toca desmentir los bulos más obvios cuando se difunden por megáfono presidencial, nos fuimos a la frontera a comprobarlo.

La primera paradoja es que, cuanto más se acerca uno a ella, menos miedo encuentra. «Es como en las películas de terror, el monstruo que no ves es el que más te asusta», interpreta Kristina Chang, una voluntaria que toca a las puertas de Tucson, casa por casa, para pedir el voto por Jen Allen, candidata demócrata a supervisora del condado de Pima. En pleno desierto de Sonora, al sur de Arizona, esta jurisdicción incluye 130 kilómetros de frontera con México, pero también la emblemática ciudad de Tucson, un oasis de progresismo que parece salido del ‘Peace & Love’ californiano de los 60.

«¡Que vengan todos aquí! Los inmigrantes son buenas personas que solo quieren trabajar y sacar adelante a sus familias», opina Donna Rossi tras prometer su voto. ¿Cómo? ¿Pero no todos los mexicanos son ‘violadores, traficantes o criminales’? Pues resulta que no, los estudios demuestran lo contrario: los inmigrantes indocumentados se cuidan mucho de tener encontronazos con la ley. Según un estudio de Cato Institute, los ciudadanos estadounidenses salen convictos de los tribunales un 50% más que los simpapeles.

11
escaños electorales

de los 270 que se necesitan al menos para ser proclamado presidente, se reparten en el estado de Arizona. En 2020 los demócratas ganaron las elecciones aquí por solo 10.457 votos. Biden logró 1.672.143 apoyos (49,39%) y Trump 1.661.686 votos (49,09%).

Ah, claro, pero es que ya no son los mexicanos, sino países como Venezuela, El Salvador y hasta el Congo los que vacían sus cárceles en la frontera sur de EE UU, siempre según una fuente tan oficial como el expresidente Trump, a quien el 13 de julio un gráfico sobre inmigración ilegal le salvó la vida en Butler (Pensilvania). «Como os iba diciendo», retomó este mes al resucitar el cartel en la feria rural en la que la bala le rozó la oreja. «El día que dejé la presidencia las patrullas fronterizas tenían el número más bajo de encuentros con inmigrantes ilegales que se haya visto jamás. Hoy están totalmente fuera de control», proclama. Los números son reales, lo que no cuadra son las fechas. El récord a la baja se produjo en abril de 2020, en plena pandemia, cuando Trump recurrió a una ley de 1944 sobre salud pública para expulsiones expeditas, mientras que el punto máximo se dio en diciembre de 2022, cuando la Justicia obligó a Biden a eliminar ese Título 42.

La carretera indica la frontera entre las dos ciudades llamadas Sonora.
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La carretera indica la frontera entre las dos ciudades llamadas Sonora. AFP
Al volante de su coche
«¿Dónde están, eh? Aquí no tenemos un problema de inmigración», dice el alcalde de Nogales (Arizona), Jorge Maldonado, tan involucrado en desmentirlo que nos da una gira por el cruce fronterizo al volante de su coche. Casa Alitas, la organización humanitaria que asiste a los extranjeros al cruzar la frontera, ha cerrado su oficina de Nogales «porque ya no hace falta». En el albergue católico de Crossroads tampoco hay ningún inmigrante, solo diez sintecho, todos ciudadanos locales, a los que el director, Martín Félix, echa a la calle de 10.00 a 16.00 horas «para que se espabilen y busquen trabajo». En esta ciudad de 20.000 habitantes, el 88% de la población considera que sus calles son «muy seguras» o «bastante seguras», según una encuesta de Niche.

Ni toda la seguridad fronteriza del mundo lograría romper la hermandad que une a los dos Nogales
«¿Dónde están, eh? Aquí no tenemos un problema de inmigración», dice el alcalde de Nogales (Arizona)
Con todo, de los cuatro Estados que tienen frontera con México California, Nuevo México, Texas y Arizona este último es el único que tiene en las papeletas del 5 de noviembre una propuesta draconiana que permite a la Policía interrogar y detener a los sospechosos de ser inmigrantes indocumentados y endurece las penas. La propuesta 314, que se votará en referéndum junto a las presidenciales, promete atraer a las urnas a quienes hayan comprado el discurso del miedo.

Ocho de cada diez votantes registrados en todo el país creen que hay «una emergencia» en la frontera o «problemas mayores», según una encuesta de Fox, y el 87% es partidario de imponer mayores restricciones pese a que desde junio las medidas aplicadas por orden ejecutiva de Biden han reducido el número de ‘encuentros’ de las patrullas fronterizas al nivel más bajo de su mandato, de 250.000 a 54.000, un 80% menos que en diciembre de 2022. La vicepresidenta, Kamala Harris, promete continuar con su política de enviar de vuelta a México a todo el que no presente la solicitud de asilo en un punto de entrada legal, al que debe acceder con cita previa. Cada día llegan por esa aplicación más de mil personas a través de los 52 puntos fronterizos, repartidos a lo largo de los 3.139 kilómetros que EE UU comparte con México.

Gracias a la inmigración la población del Estado de Arizona crece todos los años.
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Gracias a la inmigración la población del Estado de Arizona crece todos los años. EFE
Alambrada de espino
Ni toda la seguridad fronteriza del mundo lograría romper la hermandad que une a los dos Nogales, el de Arizona y el de Sonora, atravesados por una valla fronteriza, que Trump reforzó con alambrada de espino, «como si estuviéramos en la guerra», protesta Maldonado. Allí, un 21 de octubre de 1974, el presidente Gerald Ford se dio la mano con su homólogo mexicano Luis Echeverría en un gesto de amistad que ha pasado desapercibido en la historia, pero que al alcalde, que entonces tenía 7 años, nunca se le ha borrado de la memoria. Su sueño es que dos mujeres presidentas «Claudia y Camila», como llama a Kamala Harris reproduzcan ese gesto al que Ford se refirió como «ejemplo de espíritu de un nuevo diálogo con todas las naciones de Latinoamérica».

En su contexto
7,4 millones de habitantes tiene Arizona, un estado que gracias a la inmigración desde México crece todos los años. Es el décimo cuarto estado más poblado de la unión.

Principales ciudades Phoenix (capital), con 1.721.542 habitantes, Tucson (548.772), Mesa (513.577), Chandler (281.107) y Glendale, con 252.136.

32,5% de la población del estado es hispana, menos del 5% son negros y la mayoría, casi un 53%, son descendientes de los primeros colonos europeos. Hay también descendientes de indígenas, hasta un 13%.

El navajo, tercer idioma Un 21,6% de la población de 5 o más años de edad habla español en casa. El navajo es el tercer idioma: el 1,5% de la población lo habla. Otro 0,3% habla otras lenguas nativas.

4,2% es la tasa de paro de Arizona, más o menos en la media nacional, que está en el 4,1%. En cuando al PIB, es el décimo octavo estado.

La alternativa es el cierre de la frontera y la «deportación masiva» que promete Trump. «El día que ocurra, todo Estados Unidos y Canadá van a sufrir», vaticina Maldonado. «Sería el mayor error que ha cometido nunca EE UU. ¿De dónde crees que vienen los tomates que te comes en invierno? Ponle un arancel a coches y verduras, y verás cómo se disparan los precios».

No pudimos encontrar una opinión favorable a esos referendos sobre la inmigración que se plantean en Arizona en los comicios de noviembre entre quienes eligen, en un domingo cualquiera, ir a misa en español a las once de la mañana en Nogales (Sonora) o a las cinco de la tarde en Nogales (Arizona), como explica María León mientras compra flores en su lado estadounidense para ponerlas en su iglesia mexicana. Lleva cincuenta años en EE UU y, aunque sus padres, del lado mexicano, ya murieron, le sigue conviniendo esa misa.

A Rosa María López, que se mudó al lado estadounidense hace 45 años para cuidar a su padre, le encantaría que alguno de sus hijos se viniera con ella a este lado de la valla, porque aunque ambas ciudades sean «como uña y mugre», hay diferencias. «Aquí nadie te ayuda ni aunque se te caiga el cielo encima, mientras que allí las madres parecen gallinas, siempre con los hijos y los nietos debajo del ala. A la hora que pases, los vecinos están hablando en la calle; aquí, cada cual en su coche. Aquello es un desastre, nada funciona, pero son felices con el viento y la lluvia, aunque se les vaya la luz y el agua. Es otro mundo», suspira, incapaz de elegir.

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