Los libaneses en España: “No he tenido un día de mi vida en el que no piense en mi país”

Muchos llegaron a territorio español en la segunda mitad del siglo XX a formarse como médicos, y hoy siguen de cerca la guerra en Líbano, donde viven buena parte de sus familias

El País, Sebastián Forero, 14-10-2024

Los periódicos de la última semana se apilan en el consultorio privado del médico urólogo Akram Abdallah, en el distrito de Moncloa Aravaca, en Madrid. Los tiene acumulados, va leyéndolos “con retraso” porque no quiere perderse ningún detalle, ninguna noticia sobre la situación en el sur de Líbano, donde está ubicado el pequeño pueblo en el que nació hace 74 años. Kfarchouba, junto a la ciudad de Marjayún, es una de las localidades en las que Israel comenzó su incursión terrestre y donde intensificó los bombardeos en territorio libanés el 1 de octubre. Uno de ellos mató la semana pasada a una sobrina suya y a su esposo. Se casaron el lunes y murieron el viernes, cuando una bomba hizo pedazos la casa en la que vivían. Trece personas de la misma familia murieron en el mismo ataque. Abdallah, que dejó Líbano hace más de cinco décadas, lo sigue todo a más de 3.500 kilómetros.

Akram Abdallah llegó a España en 1970 a estudiar Medicina, como lo venían haciendo por esos años centenares de libaneses que no podían costearse la carrera en su país y tampoco podían permitírselo en Francia o Gran Bretaña. España resultaba la opción europea más barata. Ya 20 años antes, sobre la década de 1950, habían llegado los primeros libaneses a territorio español, concretamente a Salamanca, donde funcionó el Colegio Mayor Maronita San Efrén y donde se formaron como seminaristas decenas de ellos. Algunos dejaron el seminario, se casaron y se quedaron. Eran los años de Franco, que buscó entablar relaciones con naciones fuera de Europa para tratar de romper el aislamiento. Hay registros de la visita en octubre de 1957 del presidente de Líbano Camille Chamoun a España, recibido por el dictador.

La guerra civil que estalló en Líbano en 1975 — y que duró 15 años — impidió que muchos de los estudiantes que habían llegado a España a formarse como médicos regresaran a su país. Eso le pasó a Badih Hindi, libanés del Valle del Bekaa, médico pediatra que también llegó en 1970, estudió la carrera en Oviedo y se casó con una asturiana. Tres de sus hermanos siguen viviendo en la misma región de Líbano en la que nació él, en el centro del país, y otra hermana vive en Beirut. Hindi ha viajado a Líbano cada año. “El año pasado fui dos veces porque murieron dos hermanos y mi madre; este año pensaba ir a ver a mis otros hermanos, pero se dio la guerra”, dice. La guerra que Israel llevó a su país en su persecución a Hezbolá y que él ahora sigue todos los días conectado a canales de televisión libanesa que sintoniza desde su casa en Mejorada del Campo, un municipio al este de Madrid.

La diáspora libanesa en España es bastante reducida. No llega a 3.000, según los datos disponibles del Instituto Nacional de Estadística (INE). No tiene nada que ver con la que hay en Francia y menos aún con la que hay en América Latina (en países como Brasil y Colombia). En España no se dedicaron principalmente a los negocios, como sí lo hicieron al otro lado del Atlántico, donde en el siglo XX alcanzaron un estatus socioeconómico privilegiado. El mexicano Carlos Slim, hijo de libaneses maronitas, llegó a ser el hombre más rico del mundo.

A Badih Hindi le gusta cómo el escritor libanés Amin Maalouf (miembro de la Academia Francesa) ha descrito a la diáspora de su país: “los desorientados”, como tituló uno de sus libros. “Todos los que hemos salido de Líbano siempre hemos pensado en construir un país basado en la paz, en la justicia social, y nuestra generación no creo que lo vaya a lograr; somos los desorientados, porque en realidad lo que ocurre en Líbano no nos ha permitido llevar a cabo nuestras creencias”, afirma. La guerra actual la sigue con resignación. Dice que Líbano “es el centro neurálgico de la geopolítica de Oriente Próximo”, en el que los ciudadanos libaneses “ni cortan ni pinchan”: “Los libaneses somos meras víctimas utilizables, desechables para muchas potencias, llámese Estados Unidos, llámese Irán”, lamenta.
Akram Abdallah, libanés residente en España, en su consultorio en Madrid.
Akram Abdallah, libanés residente en España, en su consultorio en Madrid.Álvaro García

Akram Abdallah no solo ha perdido a su sobrina en esta guerra. También a dos primos, que se fueron a dormir y murieron durante un bombardeo. La casa de una prima, que la había prestado para refugiar a la familia de un médico compañero de trabajo, la destrozó otra bomba. Un total de 18 personas murieron en ese ataque. Su nieta, que vive hoy en España, apareció en TVE la semana pasada y contó que la casa de sus abuelos maternos había sido destruida.

Abdallah no oculta su resentimiento contra Israel y Estados Unidos. A veces se enfrasca en discusiones con sus pacientes en el consultorio cuando le mencionan como terroristas a los miembros de Hezbolá. Su sentimiento hacia esa milicia lo resume así: “Cuando uno está en el mar, se va a ahogar y le tiran un salvavidas de niño, uno se agarra a él; nosotros nos agarramos a las fuerzas que sean, porque no podemos aguantar a los mercenarios [israelíes]”. Lleva más de 50 años fuera de Líbano, pero sentencia: “No he tenido un día de mi vida en que no haya pensado en él”.

Hindi tiene dos hijos nacidos y criados en España. La mayor es médica oncóloga y el menor trabaja en Correos. Frecuentemente ayuda a sus familiares en Líbano, como lo hizo por ejemplo en la guerra entre Israel y Hezbolá de 2006, en la que entre varios recogieron medicinas, víveres y alimentación infantil para enviar allá. “Líbano vive gracias a la migración; si no fuera por las divisas que llegan a Líbano por la ayuda de todos los migrantes, la mayoría de los libaneses no podría vivir”, sostiene.

Abdallah, con tres hijos en España producto de dos matrimonios (con una española primero, y con una libanesa después), sabe que ellos no tendrán que repetir la historia de su padre, que tuvo que reconstruir su casa tres veces, una por cada guerra en Líbano: en 1975, en 1982 y en 2006. En esta cuarta, lamenta, probablemente esa casa vuelva a quedar convertida en escombros.

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