Pape Diagne, superviviente del naufragio de un cayuco en Senegal: “Volcamos. Hubo llantos, gritos, rezos y luego un enorme silencio”

La joven Daba Diop quería ayudar a sus padres enfermos y dar una vida mejor a sus dos hijas; Fallou Diop, ser alguien en la vida. Ambos murieron en el accidente del pasado 8 de septiembre en Mbour

El País, José Naranjo, 14-10-2024

A sus 27 años, Daba Diop había hecho casi de todo: barrendera, empleada del hogar, obrera en una fábrica de pescado, recolectora de cacahuetes, vendedora de ropa ambulante. Pero la vida se le puso cuesta arriba. No solo tenía que mantener sola a sus dos hijas pequeñas sino, como hermana mayor, pagar los gastos médicos de sus dos padres enfermos. Intentó el viaje dos veces y, en cada ocasión, su familia se lo impidió en el último instante. Hasta el domingo 8 de septiembre. Una semana antes, su casero los había echado de las dos habitaciones en las que vivía con los suyos. Cuando supo que un cayuco se estaba preparando para zarpar, no lo pensó demasiado.

Apenas 15 minutos después de salir, su cuerpo ya flotaba sin vida. Ni se despidió de sus hijas para no levantar sospechas.

En su casa familiar reina ahora una profunda tristeza. Los niños, ajenos al pesar adulto, entran y salen corriendo en sus juegos infinitos, levantando la arena de la calle que se cuela por las rendijas de las ventanas. Ndeye Awa Sylla, madre de Daba, suspira sin parar. No puede ni hablar. “Era muy trabajadora”, se arranca Fagueye Sylla, tía de la joven. “Su padre tuvo un ictus y su madre sufre de diabetes e hipertensión. Era la mayor de cinco hermanas, asumió la responsabilidad y fue demasiado para ella”, añade. “Quería irse, lo había intentado dos veces, pero un cuñado mío la fue a buscar hasta el cayuco en ambas ocasiones. Esta vez no llegamos a tiempo”.

El naufragio del 8 de septiembre ha sembrado de dolor este humilde barrio de Thiocé-Ouest, en la localidad senegalesa de Mbour. Aquí vivía el capitán y organizador del viaje, y al menos 15 de los 40 jóvenes muertos procedían de este distrito.

“Pasó todo en un instante”, recuerda el superviviente Pape Diagne. “Cuando vi el cayuco me di cuenta de que no íbamos a llegar. Era una embarcación pequeña, apenas había espacio y éramos más de 80. Pensé que había hipotecado mi vida, pero no podía dar marcha atrás, confié en Dios y recé. Unos diez minutos después de salir, empezó a entrar agua. La gente entró en pánico y se movió. Volcamos. Yo me sumergí todo lo que pude y, cuando volví a la superficie, me agarré a un bidón de gasolina. Eso salvó mi vida”.

Diagne, de 46 años, muestra las quemaduras de primer grado en su estómago, fruto de la mezcla del combustible y el agua salada. “Fue un sálvese quien pueda. Sentí que alguien tiraba de mi pantalón y me lo tuve que quitar para no hundirme con esa persona. Se escuchaban gritos, llantos, rezos, y luego un enorme silencio. Unos 30 minutos después llegaron los pescadores a rescatarnos”, explica. “Durante los primeros días las imágenes estaban todo el tiempo en mi cabeza, como si estuviera viendo la televisión. No podía dormir. Luego esas escenas empezaron a irse”, prosigue Diagne, quien de momento no quiere saber nada de volverlo a intentar, pero no lo descarta en el futuro: “No lo hacemos por gusto o placer, nos vamos para trabajar. Quiero lo mejor para mi mujer y mi hijo”.
Mame Khady Samb, en su casa de Mbour (Senegal) muestra la foto de Fallou Diop, su sobrino fallecido en un cayuco el pasado 8 de septiembre, con la misma camiseta que llevaba el día del naufragio.
Mame Khady Samb, en su casa de Mbour (Senegal) muestra la foto de Fallou Diop, su sobrino fallecido en un cayuco el pasado 8 de septiembre, con la misma camiseta que llevaba el día del naufragio.José Naranjo

A escasos metros de la casa de Diagne, la familia del futbolista Fallou Diop, de 31 años, también está de duelo. “Déjame, tengo que avanzar, ser alguien en la vida”, le decía a su tía Mame Khady Samb, quien lo crió como si fuera un hijo, cada vez que esta trataba de convencerle de que no cogiera un cayuco hacia Canarias. En la casa, la habitación de Fallou, que era camarero en la universidad de Dakar, permanece cerrada. Diez días después de la tragedia, cuando se elaboró este reportaje, aún no habían tenido ánimo para sacar sus cosas. El domingo 8 de septiembre a las 13.00 se fue por la puerta de atrás vestido con la camiseta del equipo del barrio, el de toda la vida, a cuadros azules y blancos. Quizás pensó que le daría suerte.

“Serían como las cinco de la tarde y escuchamos el revuelo en la calle”, recuerda su tía. “Gente que volvía del cayuco y que decía que había muchos muertos. Entonces pensé que Fallou no había ido a ver el Kankourán (una tradición senegalesa), que él podía estar en esa embarcación. Pasamos toda la noche en la calle, sentados en la puerta de casa, esperando ver su figura acercándose en cualquier momento. Pero nada. Al día siguiente tampoco pudimos dormir. Hasta que el martes nos llamaron para ir a reconocer el cadáver. No pude soportar el dolor y tuvieron que darme algo para dormir”.

El organizador del viaje, Cheikh Sall alias Saff, es un pescador de 52 años también residente en Thiocé-Ouest. Pese a lo ocurrido, en el barrio no parecen guardarle rencor. “Todos lo conocían por aquí, es una buena persona. En su cabeza estaba ayudar a los jóvenes a cumplir sus sueños, a muchos ni siquiera les cobró, entre ellos a miembros de su propia familia”, asegura Mame Khady Diop. Para Pape Diagne, “este hombre cometió el grave error de salir con tanta gente a bordo, pero a él también lo engañaron”. “Le colaron más personas de las que tenía previsto”, justifica. El precio del pasaje era de unos 600 euros. Además de los jóvenes de Mbour, en el cayuco viajaban también “extranjeros”, dice Diagne. Malienses, guineanos o gambianos, trabajadores en cualquier cosa de día y sombras que deambulan por la noche, “gente que no era de mar, que entraron en pánico cuando las cosas empezaron a ir mal”, señala el superviviente.

La implicación de los pescadores en estos viajes es creciente. Moustapha Senghor, coordinador del Consejo Local de la Pesca Artesanal de Mbour, asegura que quienes viven de este sector “ya no tienen esperanza en su oficio”. A su juicio, las malas prácticas de algunos artesanos, que usan redes no autorizadas, y la presencia de grandes barcos industriales, sobre todo chinos, está detrás de la escasez de pescado. “Antes salías una temporada y podías ganar lo suficiente para comprar un terreno, construir una casa o hacer una inversión; ahora puedes hacer hasta cinco temporadas y no ganas lo necesario para hacer frente a tus gastos cotidianos”, lamenta.
Marcha silenciosa contra la emigración irregular el pasado 21 de septiembre en Mbour, Senegal.
Marcha silenciosa contra la emigración irregular el pasado 21 de septiembre en Mbour, Senegal.José Naranjo

Pero quienes se suben a bordo de estas embarcaciones para ir a Canarias no son solo pescadores. “Hay bachilleres, gente que han terminado un máster, jóvenes con ambición pero que no encuentran una mínima oportunidad para desarrollar sus vidas”, dice Cheikh Omar Koité, agente comunitario en Thiocé-Ouest. “Hasta yo he pensado en irme. Ves a personas que van a España y en un año o dos realizan sus sueños y te preguntas por qué tú no puedes hacer lo mismo. El problema es que la vía legal es hoy imposible”. Para Ibrahima Diouf, de la Delegación Diocesana de Migraciones de Mbour, “hay que combatir esta tragedia, pero el Estado senegalés debe asumir su responsabilidad y dar formación y empleo a todos estos jóvenes y no solo seguir los dictados de las políticas europeas de frenar las migraciones”.

El 22 de septiembre, cuando Mbour no se había recuperado todavía del impacto de este naufragio mortal, otra noticia volvió a golpearles. Un cayuco con 38 cadáveres en avanzado estado de descomposición aparecía a unos 70 kilómetros de Dakar. Los colores y el nombre escrito en su costado indicaban que era el mismo que zarpó a mediados de agosto con más de 100 jóvenes a bordo, algunos de Mbour, otros de Gambia, desde estas mismas playas. Ochenta muertos en apenas dos semanas. El 21 de septiembre, una marcha silenciosa contra el drama de la emigración irregular recorrió las calles de la ciudad. “Es un goteo insoportable, un dolor que sentimos muy adentro porque son nuestros hermanos y nuestros hijos quienes están perdiendo la vida”, concluye Koité.

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