La inmigración enrarece la política europea

En ausencia de un debate sereno y agitada como espantajo por la extrema derecha, la inmigración ha trastocado el edificio político europeo en un momento en el que el retroceso demográfico hace su gestión más urgente que nunca.

La Vanguardia, , 14-10-2024

Michel Houllebecq está sentado en una brasserie del 14.º Arrondissement de París en una de las raras entrevistas que concede. La periodista le pregunta si sabe explicar el porqué del continuado ascenso de la extrema derecha en Francia. Él responde sin dudarlo un segundo:

–La inmigración.

Houllebecq es tan buen novelista como una de las personas más odiadas de Francia. Políticamente nada correcto, sus opiniones sobre el sexo y las mujeres despiertan todo tipo de reacciones. Pero es con la inmigración donde el escritor se ha ganado las iras de muchos conciudadanos. En el 2001 declaró que el islam “es la religión más estúpida”. Ha alertado del peligro de una guerra civil étnica y le gusta decir que “en Francia, los inmigrantes del norte de África, que suelen ser musulmanes, no se integran bien”.

En sus inicios, las afirmaciones de Houllebecq eran tomadas como provocaciones. Pero pronto quedó claro que lo que decía no formaba parte de una estrategia para llamar la atención. Estaba en línea con lo que pensaba una franja minoritaria de la sociedad francesa vinculada con el proceso de descolonización (el escritor pasó parte de su infancia en Argelia antes de que Charles de Gaulle optara por entregar el país al Frente de Liberación Nacional para evitar una guerra).

Hoy Houllebecq no desentona con lo que dice una parte importante de los franceses. Lo plantea en términos que pueden provocar indignación y rechazo, pero no difiere mucho de la opinión de la calle.

La situación política en Francia suscita cierta perplejidad. En las elecciones de julio, el Frente Popular de izquierdas ganó en escaños y tranquilizó a los observadores de la política del continente porque cerraba el paso a la extrema derecha. Fue una ilusión óptica: el sistema electoral francés es mayoritario y en realidad el Reagrupamiento Nacional de Marine Le Pen fue la fuerza más votada (un 37% frente al 25% de la izquierda). La sombra de este partido se proyecta hoy sobre el conjunto de la política francesa.

En Francia, gobierna Michel Barnier, un político de centro que encabeza el Ejecutivo más a la derecha de la República. Su Gobierno, en minoría, sobrevive gracias a Le Pen. Y su prioridad, además de eliminar el déficit, es asegurar las fronteras del país y restablecer la seguridad.

La historia se repite en cada país: la derecha histórica naufraga y la izquierda duda de qué hacer
La inmigración ha trastocado el funcionamiento de la política europea. En ausencia de un debate sereno sobre sus implicaciones, la extrema derecha la agita como espantajo y llena con ello el saco de votos. La derecha tradicional se alarma porque pierde influencia y se acerca a ella. Y la izquierda moderada duda entre defender un discurso abierto sobre la inmigración, y perder votos, o traicionar su ideario adoptando las ideas de la derecha.

En Alemania, el socialdemócrata Olaf Scholz aprovechó en agosto un acuchillamiento múltiple en Solingen por un refugiado afgano para endurecer la política de asilo. Su objetivo era cortar la sangría de votos en los länder del este (todos hacia partidos antiinmigración). La estrategia no funcionó, pero Alemania ha recuperado parcialmente los controles fronterizos y ha dejado tocado el espacio Schengen, pilar de la política europea.

En otros países el giro ha sido más aparatoso. La socialdemócrata danesa Mette Frederiksen gana las elecciones frente la extrema derecha, pero al precio de restringir la política de inmigración. “Siempre hemos sido una sociedad segura y abierta, pero algunos problemas a los que nos enfrentamos están vinculados a la migración y a la falta de integración de gente venida del exterior”, declaró en agosto en un foro en Praga. Los problemas vinculados son “la violencia, falta de igualdad entre sexos en algunos grupos inmigrados, sociedad paralela, crimen organizado…”.

Scholz recupera controles en la frontera, Keir Starmer consulta a Meloni y Francia endurece el tono
[Escuchando a la primera ministra de Dinamarca, las opiniones de Houellebecq no suenan ya tan lejanas].

El desconcierto de la izquierda se percibe de diferentes maneras. También en el viaje a Italia del laborista Keir Starmer para que Giorgia Meloni le cuente en primera persona cómo funciona ese modelo que externaliza a Tunez y Albania, la gestión de refugiados y demandantes de asilo.

Es el mismo desconcierto que se percibe al otro lado del Atlántico, donde la inmigración es el factor que más favorece a Donald Trump en su pugna con Kamala Harris por la Casa Blanca. Hace cuatro años, la vicepresidenta planteaba despenalizar la inmigración irregular. Hoy, después de haber viajado a la frontera con México, habla de aplicar medidas para “hacer respetar” la soberanía del país.

La consolidación de la inmigración como gran problema de las sociedades europeas rompe inercias históricas que parecían inalterables. En Irlanda, el Sinn Féin, después del largo viaje que le ha llevado de actuar como brazo político del IRA a convertirse en el partido de la izquierda, acariciaba el gobierno en la isla gracias a factores demográficos y a su acertada gestión de las políticas de vivienda. Pero el aumento de demandantes de asilo y una ola de disturbios racistas instigada desde las redes sociales ha movilizado a jóvenes de clase trabajadora, los que más votaban al Sinn Féin. Hoy su líder, Mary Lou McDonald, teme que la oportunidad de llegar al poder pueda haberse esfumado.

Que esta confusión y desconcierto con la inmigración coincida con un pronunciado retroceso de la demografía europea es lo que hace el problema todavía más endiablado. ¿Sabrá Europa encontrar un consenso para resolver el dilema?

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