La España vacía que revive gracias a los refugiados
Un municipio a caballo entre Zaragoza y Teruel ve la inmigración como su garantía de futuro y prosperidad
La Vanguardia, , 14-10-2024A caballo entre Zaragoza y Teruel se perfila Burbáguena, una de tantas localidades de esa España que envejece y se vacía a marchas forzadas. El pueblo cuenta con una coqueta iglesia de piedra y un antiguo molino reconvertido en hotel rural a orillas del río Jiloca. Aunque menos vistoso, desde el 2021 también hay un centro para solicitantes de asilo por el que ya han pasado más de un millar de migrantes. De ellos, casi un centenar han echado raíces en la zona, savia nueva que funciona como antídoto contra el declive.
“El pueblo se estaba muriendo, solo estábamos los mayores. Ahora se ve a gente por la calle, niños en el parque, movimiento en las tiendas…. Nos ha tocado la lotería”, enfatiza Asun Navarro, profesora jubilada de 73 años.
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Asun, a la que los migrantes apodan mamá África , oficia mañana y tarde como voluntaria en el centro. Junto a ella se encuentra Seni Pacere, recién salido de conjugar verbos en clase de español. De 45 años, hace casi uno que escapó del terrorismo yihadista en Burkina Faso dejando atrás mujer y tres hijos. “Muchos, muchos problemas”, resume sobre el periplo que le trajo a España hace cinco meses.
El variopinto grupo lo completan Laura Andreina (40) y Néstor González (34), venezolanos que dejaron su país por problemas económicos y políticos respectivamente, y un joven colombiano que prefiere no identificarse. Cada uno con sus traumas a cuestas, pero con el objetivo común de forjarse un mejor futuro, sin descartar que sea en estas tierras. “Me gusta su tranquilidad. Si encuentro una oportunidad, me encantaría quedarme para criar aquí a mi hija”, cuenta la venezolana.
La España vacía que revive gracias a los refugiados Video
La España vaciada LV
Antiguo colegio mayor reconvertido en residencia de mayores, este centro de primera acogida y valoración es gestionado por la entidad Accem, especializada en la atención a refugiados. Todos sus usuarios –africanos, asiáticos, latinoamericanos o europeos del Este– están en situación regular tras haber solicitado protección internacional al escapar de la guerra o de la persecución por razones políticas, religiosas o de orientación sexual, entre otras. Aquí les ofrecen apoyo psicológico y jurídico. Durante los primeros seis meses no pueden trabajar, por lo que también aprovechan para enseñarles la lengua y prepararlos de cara a su inserción laboral.
El centro abrió sus puertas hace tres años con 50 plazas financiadas por el Ministerio de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones. Ahora cuenta con 117, de las que 94 están ocupadas y el resto en obras. Entre ellos hay varias familias que suman una veintena de menores: unos pocos van a la guardería del pueblo, que pudo reabrir gracias a la llegada de los migrantes, y el resto a los centros de escolares de las vecinas Báguena y Calamocha.
Las clases en el centro Burbáguena
Las clases en el centro Burbáguena Toni Galán
El teniente de alcalde, Juan Bagüés, reconoce que al principio hubo recelos entre una pequeña parte del pueblo, sobre todo los más mayores, “por el tema de los menas ”. Sin embargo, pronto se disiparon para la mayoría gracias a la labor informativa de Accem y el Ayuntamiento para dar a conocer el servicio y el tipo de usuarios que vendrían.
Los beneficios alcanzados desde entonces para el pueblo son numerosos. La población ha aumentado de 207 habitantes en el 2021 a más de 350 este año (todos los desplazados deben empadronarse el tiempo que permanecen en el municipio), lo que se traduce en el derecho a mayores subvenciones y el acceso a más recursos. La guardería ha reabierto y la escuela ya está lista para hacerlo cuando los padres quieran. Y los negocios del pueblo y alrededores –farmacia, panadería, ultramarinos– han registrado un aumento significativo en sus ventas.
Cada uno llega con sus propios traumas y con el objetivo de forjarse un futuro mejor
Sonia Salcedo, responsable provincial de Accem y anterior directora del centro, ha vivido en primera línea el proceso. Recuerda que al principio solo llegaban hombres subsaharianos desde Canarias, pero que a los meses se les sumó una familia venezolana con niños, lo que abrió las puertas a convertirse en un centro diverso.
Del millar de personas que ya han pasado por las instalaciones, cifra en más de 70 los que se han afincado ya en la zona, incluidas varias familias con hijos. “El entorno rural ofrece muchas oportunidades”, asegura. Aquí hay trabajo (agricultores, camareros, cuidadores, fontaneros, electricistas, peones) y el Ayuntamiento ha apostado por rehabilitar viviendas para ofrecerlas con alquileres asequibles de unos 250 euros, aunque reconoce que hacen falta más.
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La familia de Tea Kaidarashvili, georgiana de 29 años casada con Davit y con tres hijos (4, 7 y 8 años), es una de las que se ha instalado en el pueblo. Vivían en Gori, a escasos kilómetros de la zona ocupada por Rusia tras la guerra del 2008, de donde vinieron hace dos años en busca de seguridad. Tras pasar por Barcelona y Córdoba, el programa de protección internacional les condujo directos a Burbáguena.
La impresión inicial no fue buena. “Me pareció pequeño y aburrido, quería irme pronto”, cuenta. Pero esto cambió conforme aprendía la lengua y conocía el entorno. Hoy, trabaja como cocinera en el centro y de peluquera en sus ratos libres, mientras que su marido se emplea como albañil en un pueblo cercano. Tan bien están que una pareja amiga de georgianos que vivía en Valencia se ha mudado a la zona con sus hijos. “Estamos todos muy a gusto, con planes para quedarnos y hacer aquí nuestra vida”, añade.
El panadero del pueblo
El panadero del pueblo Toni Galán
A su alrededor, el centro rezuma movimiento. Las clases de español de la mañana dan paso al turno de comidas y a las de manualidades de la tarde. Mientras, en el patio interior aguardan los triciclos y juguetes a que lleguen los niños del cole. Todo el mundo tiene libertad de entrada y salida, aunque las puertas cierran a medianoche (algo más tarde en verano). En total, el centro emplea a unas 30 personas, incluidos psicólogos o trabajadores sociales de la zona que se habían marchado antes al no encontrar trabajo cualificado.
Al revulsivo demográfico o económico se suma el social. Los refugiados participan activamente en los actos de fiestas patronales, Navidad o Semana Santa. “De los cinco pasos que hay, ahora tres los llevan ellos”, apunta Asun. También organizan los suyos propios, como muestras de su cultura en el día del Refugiado, competiciones deportivas o chocolatadas a las que invitan a todos los vecinos.
“El pueblo se moría; solo estábamos los mayores… pero nos ha tocado la lotería”
“El pueblo estaba en la uci, nos han dado la vida”, asegura desde su panadería Jesús Peribáñez, que suministra al centro hasta 60 barras diarias. Critica que los políticos hablen mucho sobre medio rural y despoblación, pero que luego no hagan nada por remediarlo, a lo que contrapone el influjo positivo del dispositivo. Con 63 años y a punto de jubilarse, le gustaría que alguno de los internos tomara las riendas del negocio, en su familia desde hace tres generaciones. “Pero es complicado, es un trabajo muy esclavo”, reconoce.
Tras las obras, el centro planea funcionar a pleno rendimiento con todas sus plazas ocupadas y su ir y venir continuo. La mayoría de sus internos se marcharán fuera, bien porque son recolocados o porque, con los papeles en regla, prueban suerte en otras tierras. Pero unos pocos puede que se queden, algo que genera ilusión entre los locales como garantía de futuro. “Nos necesitan tanto como nosotros a ellos, son riqueza para el pueblo”, sentencia Alfredo Martínez, de 84 años.
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