Fruta amarga
La Vanguardia, , 10-10-2024Mientras dormimos, nuestros recuerdos se asientan. La memoria de los que duermen aprovecha la noche para rehacer los fragmentos que se recordarán mañana. ¿Sobre qué semillas e instantes crece cada noche nuestro sueño? La pregunta me asaltó al ver las imágenes de la artista guatemalteca Regina José Galindo durmiendo a la intemperie en Lleida. De la exposición “Descolonicemos el mundo”, en el Centro de Arte La Panera, brillaba y dolía “Fruta amarga”, una performance en la que se lleva a la misma piel la situación en la que se encuentran los temporeros que trabajan en la recogida de fruta en ese territorio.
Vulnerables ellos, no solo durante el descanso, sino en su labor diaria en Lleida, Almería o Huelva, entre otras provincias. Miles de personas migrantes subsisten en asentamientos sin agua ni luz, sin acceso a servicios básicos y sin la garantía de unas circunstancias laborales dignas, sin otra alternativa habitacional que la de sobrevivir en la calle o en campamentos de chabolas a los que el fuego amenaza a menudo. La fruta que nos alimenta la recogen multitud de cuerpos que pasan hambre y frío, que terminan la jornada sin saber si mañana podrán volver a trabajar. ¿Qué historias llevan consigo cada pieza de fruta? ¿Qué mundos no queremos ver y escondemos tras un bocado dulce?
Fotografía de la artista guatemalteca Regina José Galindo durmiendo a la intemperie en Lleida
Fotografía de la artista guatemalteca Regina José Galindo durmiendo a la intemperie en Lleida Twitter:@semiramis_glez
Como escribe Semíramis González —comisaria de esta exposición que gira alrededor de las violencias presentes en nuestra sociedad—, en la revista de arte contemporáneo Artishock, cada año llegan más de treinta mil temporeros, la mayoría de ellos migrantes indocumentados, a esta provincia para recoger la fruta dulce que nuestro país consumirá y exportará en los meses siguientes. Una situación que se agrava con un salario bajo y unas jornadas extenuantes, y que la artista ha querido representar pasando la noche sobre una cama improvisada con la fruta recogida por los propios jornaleros. Así nos obliga a mirar a aquello que llevamos a fuera de campo y a cuestionar cómo se produce y llega hasta nosotros la comida. No duda Gemma Casal Fité, miembro de la Plataforma Fruita amb Justícia Social: no podemos permitirnos deshumanizar a quienes nos alimentan.
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Con la comida no se juega. Pero parece que sí con las condiciones de trabajo de los que hacen posible que cada día llegue a nuestra mesa. En estos tiempos rotos, en los que más de la mitad de la población piensa que hay “demasiados inmigrantes”, me pareció poderosísima la acción de Regina José Galindo. Un cuerpo descansa, al fin, a pesar del esfuerzo, la precariedad, la vulnerabilidad, la discriminación y el racismo; a pesar de la fruta. Pareciera, incluso, que el sueño que lo envuelve es placentero; que hay reparación, silencio y calma. Como si entre los frutos que sostienen el cuerpo hubiera espacio para que la comida —y todo lo que hay tras ella—, siguiera formando parte de un lenguaje de cuidados, generosidad y afectos, de un mundo que lucha para que el acceso a la alimentación y a una vida digna, entre otros, sea un derecho para todos. ¿Son sueños o pesadillas los que nos alimentan? ¿Sobre qué cuerpos descansa nuestro sistema alimentario?
¿No somos también responsables de lo que apartamos para no ver? ¿O solo intentamos que nadie enturbie nuestro sueño? ¿Querremos despertar?
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