visión periférica

¿Se comía el abuelo de Trump los gatos de sus vecinos?

La Vanguardia, Lluís Uría Massana, 08-10-2024

Kallstadt es un pequeño pueblo vitivinícola de un millar de habitantes en el land alemán de Renania-Palatinado conocido por sus bodegas, algunas de las cuales tienen más de trescientos años de existencia. Numerosos visitantes acuden a esta localidad atraídos por sus vinos y su gastronomía, entre ellos los militares de la base aérea de Ramstein –distante unos 60 kilómetros–, cuartel general de las Fuerzas Aéreas de Estados Unidos en Europa.

Pero si hay algo que ha contribuido a que Kallstadt sea conocido hoy en todo el mundo –y particularmente en EE.UU.– no es su vino, sino el hecho de haber dado nacimiento a dos sagas norteamericanas. Allí nació el padre de Henry John Heinz, el fundador de la célebre marca de ketchup. Y también los abuelos paternos del expresidente y candidato republicano Donald Trump.

Los inmigrantes alemanes no fueron siempre bienvenidos en EE.UU., donde no los consideraban blancos
Friedrich Trump tenía 16 años cuando emigró a América en 1885. El hombre empezó trabajando como barbero antes de empezar a hacer dinero con restaurantes y burdeles para los buscadores de oro, y reinvertirlo en la compra de terrenos. Un negocio, este último, que continuaría su viuda –Elisabeth Christ, originaria también de Kallstadt–, y daría pie a que su hijo Fred –padre de Donald– erigiera su imperio inmobiliario.

Los primeros inmigrantes alemanes empezaron a llegar a EE.UU. a finales del siglo XVII, asentándose inicialmente en Nueva York, Pensilvania y Virginia. Hoy, los norteamericanos de raíces germánicas representan una sexta parte de la población estadounidense –alrededor de 50 millones– y son los responsables, entre otras cosas, de haber popularizado en el Nuevo Mundo algo tan aparentemente americano como los hot dogs y las hamburguesas –además del ketchup, claro–.

KALLSTADT, GERMANY,- MARCH 29: Historian Roland Paul reviews journals in Kallstadt, Germany, on March 29, 2016. Paul is concerned by the anti-immigrant views expressed by Donald Trump, whose grandfather Friedrich Trump (on right in photograph) was born and raised in Kallstadt. (Photo by Bonnie Jo Mount/The Washington Post via Getty Images)
Los abuelos paternos de Donald Trump (a la derecha en la imagen) nacieron en Kallstadt, AlemaniaThe Washington Post / Getty
Sin embargo, los inmigrantes alemanes no fueron siempre bienvenidos. El semanario Der Spiegel recordaba hace poco cómo Benjamin Franklin (1706-1790), uno de los padres fundadores de EE.UU., se había mostrado ásperamente contrariado por la llegada de estos inmigrantes, que calificaba de “groseros” y difíciles de integrar. Mostrando unos prejuicios que hoy se repiten con otras comunidades, Franklin no consideraba a los alemanes como blancos –condición que, para él, sólo tenían anglosajones y sajones– y temía que la “germanización” de algunos estados desnaturalizara su identidad. De haberse traducido sus inquietudes en una política migratoria restrictiva, acaso los Trump no hubieran llegado nunca a América.

Benjamin Franklin, dicho sea de paso, era a su vez hijo de un inmigrante inglés… Como, de hecho, son descendientes de extranjeros absolutamente todos los estadounidenses que no forman parte de las –casi erradicadas– comunidades nativas originarias. Aunque cualquiera lo diría al escucharlos… Donald Trump, nieto de inmigrantes alemanes, americano de segunda generación, se considera la quintaesencia del estadounidense y no soporta hoy a los nuevos inmigrantes procedentes del Sur, de piel algo más morena pero tan poco blancos como él mismo según los parámetros del citado padre de la patria .

Todos los europeos hemos sido en el pasado emigrantes y deberíamos ser más consecuentes
También en Europa en general, y en España en particular, se ha dado una disociación mental parecida. De ser hasta época muy reciente un país que enviaba emigrantes y refugiados a Europa y América, ahora nos hacemos los estupendos y miramos con enojo a quienes llegan a nuestras fronteras en busca de una nueva vida. Todos los europeos hemos sido en el pasado emigrantes y deberíamos ser más consecuentes con nuestra propia historia.

Ello no quiere decir que la inmigración sea un fenómeno inocuo. Al contrario, supone un importante reto para las sociedades de acogida y exige un notable esfuerzo, de autóctonos y foráneos, para que la integración fructifique. Y, para ello, ha de ser asimilable. Si se da de forma masiva e incontrolada, puede tener efectos desestabilizadores a nivel social y político. Alemania, a causa de su pérdida de peso demográfico, necesita inmigrantes como ningún otro país en Europa. Pero la generosa apertura de fronteras decidida por Angela Merkel en 2015 –que los gobiernos posteriores han cortado– ha sido un foco de tensión social que explica, en parte, el fulgurante ascenso del voto a la extrema derecha.

Trump difunde con desvergüenza el bulo de que los haitianos se comen a las mascotas
Abordar el debate sobre la inmigración –cómo ordenarla, cómo frenar las entradas irregulares e integrar a los recién llegados– requiere seriedad y realismo. Pero también humanidad. No se puede utilizar a los inmigrantes como carnaza para obtener rédito electoral presentándolos como los culpables de todos los males, de la criminalidad a la crisis del Estado del bienestar. Porque es mentira. Y porque siembra recelo y odio.

Donald Trump es el líder político occidental que con más tesón y desfachatez se ha entregado a esta abyecta práctica política. No sólo habla de construir muros y organizar deportaciones en masa, sino que acusa indiscriminadamente a los inmigrantes que llegan a la frontera sur de EE.UU. de ser “delincuentes, violadores y terroristas”. Y difunde con recurrente desvergüenza el bulo de que los haitianos de Springfield (Ohio) matan y se comen a los animales de compañía de sus conciudadanos. Su conocida cantinela They eat the dogs, they eat the cats, they eat the pets , musicada, se ha convertido en un meme de éxito… cuya ridiculez apenas enmascara la perversidad de su mala intención. Hoy son los haitianos, ayer pudo serlo su propio abuelo alemán.

Lo peor es que Trump, lejos de ser una anomalía, genera émulos políticos en todas partes. Y en Europa, en la extrema derecha y algunos sectores de la derecha conservadora, hay quienes se lanzan sin freno por la pendiente de la iniquidad.

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