“La vida en la calle es dura, es como si no existieras”

El cubano Yander Pérez Macías pone voz a un colectivo que sigue creciendo en Gipuzkoa a la espera de una oportunidad

Diario de noticias de Gipuzkoa, Jorge Napal, 07-10-2024

Después de casi un año y medio viviendo en la calle, Yander Pérez Macías duerme por fin estos días en el centro de acogida nocturna Hotzaldi, del barrio de Ategorrieta de Donostia. “La vida del migrante no es nada fácil”, reconoce este cubano que no consiguió el asilo político en Rusia, donde vivió tres años. Puso entonces rumbo a Euskadi, donde se ha llegado a sentir un paria de la sociedad.

“Mi objetivo era conseguir el asilo político y en seis meses ponerme a trabajar, pero veo que no ha sido posible. El tiempo pasa y tengo la sensación de que es un tiempo perdido”. A Pérez Macías, de 31 años, se le empaña la mirada cuando habla del largo compás de espera en el que parece estar sumido. “Vivir en la calle es duro, y más en un lugar como éste en el que llueve y hace frío. La ley te obliga a permanecer así durante dos o tres años sin derecho a nada. Es una situación en la que se encuentran muchas personas a las que conozco: sin derecho al trabajo no hay dinero, ni un lugar donde dormir”.

Hace más de un año que se puso en contacto con Cáritas, que le está prestando ayuda y desde hace un mes le ofrece un lecho en el que dormir. Este cubano dice no ser partidario de ocupar edificios e inmuebles, de ahí que, al llegar a Donostia, decidió instalarse en pleno monte. Ha dormido en bancos; ha conocido a gente que le ha echado una mano, pero su principal morada durante este tiempo ha sido un paraje semioculto entre la vegetación, ubicado en el barrio donostiarra de Intxaurrondo.

El mismo lugar al que regresa para dejarse retratar por este periódico, donde ahora otros sin techo ocupan el espacio. “Aquí estuve durante cinco meses, hasta el día en que me quemaron todas mis pertenencias. Guardaba en una maleta mi documentación y mi pasaporte, pero por encima de todo, tenía la foto de mi madre, y haberla perdido es algo que me va a doler de por vida”, se emociona.

Camino de la incineradora
Aquel día, paradójicamente, antes de que ocurriera todo, recuerda que estaba contento. Un conocido le había dejado las llaves de su garaje para que pudiera guardar las maletas. Eran las seis de la tarde. “Cuando volví a la carpa de Intxaurrondo, donde lo tenía todo, me encontré con que no había nada. Llamé al servicio Hestia y me dijeron que me pusiera en contacto con la policía. Entonces supe que todo lo que tenía se lo habían llevado para quemarlo. No me lo podía creer. Yo les decía que las personas no nacen malas, que se hacen malas por golpes que les da la vida”, recuerda todavía hoy con rabia.

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“¿Dónde quieren que vivamos durante el tiempo que transcurre hasta arreglar nuestra situación?”
Aquel día, Pérez Macías cogió el último topo en dirección a Lasarte-Oria. Su intención era dirigirse a la incineradora de Zubieta. Le habían dicho o eso creyó haber entendido él que sus pertenencias podían estar en un depósito antes de ser eliminadas. Estaba desesperado. “Dejé atrás la estación y comencé a caminar por el monte. Todo estaba muy oscuro. Se había echado la noche. Eran las doce y llovía. Por el camino me hice muchas heridas y sangraba porque me caí varias veces. Yo sólo quería recuperar mis cosas”, dice con gesto abatido. Tuvo que volver de vacío.

A la luz de lo ocurrido, cree que se trató de un acto discriminatorio. “Si la policía ve que hay instalada una carpa en pleno monte con tres maletas, se supone que ahí viven personas. Pero nunca se fijaron en quién vivía ahí. Era suficiente con abrir la maleta, ver mi documentación y la foto de mi madre”, lamenta.

Basta unos minutos de conversación con Pérez Macías para advertir que se trata de una persona sociable que, poco a poco, ha ido tejiendo su propia red. Dice haber encontrado por el camino la ayuda necesaria para paliar la soledad. “La vida en la calle no se la deseo a nadie. Cuando lo perdí todo, caí en depresión. Sentía que me estaba muriendo”.

“No he venido a vivir de ayudas”
En la calle, “depende de cómo seas”, es fácil caer en la desesperación. Cree que cada uno tiene que plantearse sus propios objetivos. “Yo, por ejemplo, no he venido aquí a vivir de las ayudas. Tengo dos manos, pies y una cabeza con la que pensar. Puedo aportar al Estado y ser un ciudadano más, pero hay algo que siempre me ha chocado. ¿Dónde quieren que vivamos durante el tiempo que transcurre hasta arreglar nuestra situación? Esto es supervivencia pura y dura. ¿A dónde quieren que vayamos, al espacio?”.

Según viene observando Cáritas, la gran mayoría de los jóvenes que están en situación de calle son chavales que tienen una autonomía “total”. Incluso muchos de ellos llegan a Gipuzkoa con una formación universitaria. “Son chavales con capacidad para poder insertarlos directamente en el mercado laboral, pero nos encontramos con una regulación que no les va a permitir comenzar a trabajar, al menos, durante tres años. Y eso es un grave problema”, subrayaba en una entrevista concedida a este periódico el secretario general de Cáritas, José Emilio Lafuente.

“Mantenemos la energía pero el tiempo no pasa en balde y hay días que me levanto llorando”
Dar una pronta respuesta a una persona como Pérez Macías trasciende las propias administraciones locales ayuntamientos, diputaciones y Gobierno Vasco ya que para ello es necesaria una “mayor flexibilidad” de la Ley de Extranjería y distintas regulaciones de la Unión Europea.

En Cuba, Pérez Macías trabajaba de ingeniero en el área de calderería de una empresa de azúcar. Era el jefe de brigada. “Decidí emigrar por cuestiones políticas. Un día vinieron a mi casa. Querían que me convirtiera en poco menos que en un policía infiltrado. No quería ser un policía asalariado metiéndome en problemas que no eran míos. No estaba de acuerdo con muchas cuestiones políticas ni quería perder la vida por un salario. Por eso me marché”.

La ansiedad y el estrés de la calle
Durante el último año y medio ha tenido oportunidad de conocer muchas situaciones de calle. Tiene la sensación de que muchos han arrojado la toalla y que van a depender “toda la vida” del Estado. “Hay otros, como yo, que mantenemos la energía, pero el tiempo no pasa en balde y hay días que me levanto llorando. Hay quienes están todo el día fumando porros. Yo no fumo, aunque la ansiedad y el estrés de la calle te llevan a probar lo que sea. A mí me ha dado por tomar, y sé que me hace daño”.

No saber qué va a ser de su vida hace que, de vez en cuando, tenga la sensación de que la cabeza le estalla. “Te pones a buscar trabajo, pero nadie te contrata y acabas perdiendo un tiempo precioso de tu vida. La vida en la calle es dura, es como si no existieras, y uno viene a la vida a existir”.

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