A bote pronto. Europa, "varada"

Canarias 7, 25-08-2006


Las Palmas de Gran Canaria
No anima mucho que la Unión Europea parezca encallada en los planteamientos
sobre sí misma.

La emigración en cayucos desde el litoral subsahariano a Canarias no es un problema estrictamente canario sino, por este orden, español, europeo y global. Enseña la Historia que los movimientos migratorios son difíciles o imposibles de frenar a no ser que los territorios que reciben avalanchas de inmigrantes transplanten su bienestar económico a los países de emigración, asunto en cierto modo irrealizable porque la miseria y la opulencia no son situaciones transferibles. Y la emigración a Europa o las singladuras desesperadas de subsaharianos a Canarias son un problema con tantas caras como un poliedro irregular. Una de esas caras invitaría a pensar para qué sirven actualmente las fronteras que se han dibujado a lo largo de siglos entre guerras y sangre, para diferenciarse y defenderse del vecino, sin que generales y estadistas previeran la invasión migratoria y pacífica de masas humanas desvalidas, que saltan sobre altas vallas de alambre de espino o se adentran en las aguas de un océano a veces irascible o atraviesan en aeropuertos los controles policiales en busca de lo que, frecuentemente, no es la contrafigura de la miseria, sino la miseria pintada de otra forma.

Por Barcelona deambulaban ayer cincuenta inmigrantes trasladados en avión desde Canarias, y ello ha creado una polémica o porque la Generalitat no había sido avisada a tiempo, o porque había sido avisada a destiempo, mientras Murcia también parecía enfadarse y Valencia pedía a Rodríguez Zapatero una urgente reunión de las comunidades autónomas y la federación de municipios y provincias para hablar del problema inmigratorio, aunque sin que a nadie se le ocurre pretender que hay una solución al alcance de la mano.

Una solución parcial, al margen de la que sería deseable: invertir dinero europeo en la creación de regadíos e industria primaria en el África más deprimida sería la que España ha intentado con resultado mediocre: la implicación de la UE en el problema canario, porque las islas son una frontera de Europa. Y algo ha respondido Bruselas, con la tardanza de las burocracias circunstancialmente desangeladas, pero esa ayuda es insuficiente y sólo demuestra, como afirma Elena Valenciano, del grupo socialista en el Parlamento de Estrasburgo, que Europa, si no paralizada, está al menos varada. No anima mucho que la UE parezca encallada en los planteamientos sobre sí misma, porque esa situación favorece que naveguen sólo dos barquitos europeos a unos kilómetros de la costa mauritana y a algunos más de la senegalesa, mientras el problema real – la emigración incontenible desde Senegal y Mauritania (este país estaría intentando al parecer contener la suya) – se considera por Bruselas un asunto a tratar bilateralmente por España con los países desde los que zarpan los cayucos y en cuyas playas esperan decenas de miles de hombres, mujeres y niños para arriesgarse a la peligrosa travesía.

Si se habla de niños, Canarias tiene voz, porque se está ocupando de más niños de los que tienen cabida en sus instalaciones de acogida para la infancia, más de un centenar de menores a los que se les debe aplicar la Ley española del Menor, aunque esta norma no fue destinada a pequeños inmigrantes irregulares sino sólo a los nativos. Pero es bueno, mientras se maneja con buen o regular tino político el problema inmigratorio, que los niños subsaharianos se vean amparados por la misma ley que los menores españoles.

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