Tribuna abierta

Ni tan lejano ni tan viejuno

Frantz Fanon fue un antillano francés, negro, argelino, libio, soldado de las Fuerzas Francesas Libres durante la II Guerra Mundial Txema Montero

Diario de noticias de Gipuzkoa, , 24-09-2024

Permitánme, que les presente a Frantz Fanon, de quien supongo algunos de ustedes no tenían ni idea, aunque sus ideas tuvieran gran influencia en el Tercer Mundo, ahora llamado Sur Global, así como en las primeras teorizaciones de ETA. En su corta vida (1925-1961) fue antillano francés, negro, argelino, libio, soldado de las Fuerzas Francesas Libres durante la II Guerra Mundial, médico psiquiatra, poeta e ideólogo de los movimientos de liberación nacional. Comprendo si al lector se le escapa un ¡uff! después de todo esto.

Fanon nació en la Martinica, una de las primeras colonias francesas en abolir la esclavitud. Proclamada la abolición en 1848, queda para la historia la reveladora instantánea descrita por Victor Hugo: “Solo había tres hombres en la tribuna: un blanco, el gobernador; un mulato, que le aguantaba el parasol; un negro, que le llevaba el sombrero”.

El periodista y profesor universitario Adam Shatz recién ha publicado "La clínica rebelde”– Las vidas revolucionarias de Frantz Fanon, (editorial Debate). Fanon fue señalado en su día como teórico principal del Frente de Liberación Nacional argelino, cosa que no fue pues habría sido muy sorprendente que un movimiento tan nacionalista hubiera escogido a un forastero como su teórico. Además, ni era musulmán ni hablaba árabe. Tampoco le ayudó mucho su carácter vanidoso, arrogante e irascible, que tanto me recuerdan a la descripción que del Che Guevara me hizo en su día el comandante cubano René Montero, compañero de lucha en la guerrilla: “Era, como argentino, un poco soberbio, pero buena gente”. Hay algo de vidas paralelas entre los autores de Los condenados de la tierra (Fanon) y Pasajes de la guerra revolucionaria (Guevara). Ambos pretendían liberar a los oprimidos creando “dos, tres, muchos Vietnam” en América, o impulsando la insurgencia de las colonias africanas; los dos eran antisoviéticos, veían en la URSS un nuevo tipo de colonialismo; y estaban vistos con suspicacia pues, en el fondo, eran forasteros. Además, eran médicos; una paradoja eso de vivir para curar y apoyar la muerte para salvar.

“El francés no quiere al judío, que no quiere al árabe, que no quiere al negro”. La constatación de esa “pirámide de pequeños tiranos” fue la desesperanzada conclusión de Fanon tras su experiencia como soldado condecorado de la Francia Libre de De Gaulle. Un De Gaulle que, por cierto, transigió a la petición de los estadounidenses para que no desfilaran los soldados negros de las colonias francesas en el desfile triunfal tras la liberación de París, a quienes reemplazó, en un proceso de blanqueamiento, por republicanos españoles (el tanque, Guernica y todo eso). Las víctimas colonizadas por Occidente, los condenados de la tierra, solo podrían romper sus cadenas por medio de la lucha armada, creía Fanon, como creía en el potencial regenerador de la violencia. La lucha armada no era una mera respuesta a la violencia del colonialismo sino un vigorizante político que revivía una sensación de poder y dominio del oprimido. ¿Apologeta del terrorismo? ¿Teórico de la contraviolencia frente al opresor, después de que la oposición pacífica se hubiese mostrado impotente? Engañoso debate para los movimientos de liberación nacional en los años 1960 y 70, ETA incluida, para quienes la violencia ayuda a los oprimidos a superar la parálisis de la opresión y a forjar una nueva identidad compartida.

Referente para ETA
Iulen de Madariaga, uno de los fundadores de ETA, en sus interesantes memorias Egiari zor” (En honor a la verdad, ed. Erein) escribió: “El anticolonialismo sería en años posteriores (a la fundación de ETA) el eje de nuestra lucha “… utilizamos como argumentos las recientes liberaciones de Vietnam y Argelia”… “Nuestro objetivo organizativo era tener distritos de rebelión. En eso nos inspiramos en el grupo revolucionario FLN de Argelia”. Efectivamente, el FLN se organizó en wilayas o zonas que ETA calcó con sus errialdes (también llamadas zonas). Y sigue: “En marzo de 1965 junto con Eneko Iriagarai me establecí en Argelia, allí tomé como nombre de guerra Ahmed”. De poco le sirvió a Madariaga su máscara arábiga, pues los argelinos, ya independientes, seguían siendo suspicaces con aquellos a quien denominaban “roum” (romanos, en referencia a los blancos europeos), o también “ennasara” (seguidores de Jesús de Nazaret).

En el plano teórico la influencia de Fanon fue manifiesta en la izquierda abertzale de la época. Arantza Urretabizkaia e Ibon Sarasola tradujeron Afrikar iraultzaren alde, Pour la révolution africaine, escritos políticos publicados por la editorial Luren, en 1970. Pero fue en la estrategia militar donde la huella de Fanon y del FLN resultó ser más profunda y de consecuencias más trascendentales para ETA. El FLN inició la espiral acción-represión-acción a escala dramática con la masacre en 1955 de Philippeville (actual Skidda), donde asesinaron a cientos de colonos granjeros franceses y sus familias.

Detenciones y torturas; actos de mayor violencia; asesinatos extrajudiciales franceses por millares y así en escalada, con la respuesta cada vez más feroz del ejército francés que no acabó hasta el final de la guerra ocho años después. El balance definitivo: 430.00 muertos argelinos por 24.00 soldados franceses y un poco menos de tres mil civiles europeos en una Argelia de diez millones de habitantes. Y de por medio, la deshumanización del otro bando, la desaparición de los tabúes respecto a la crueldad en la más alucinante guerra que haya emprendido pueblo alguno para acabar con el dominio colonial, incluyendo el asesinato o desaparición de los propios si resultaban incómodos políticamente. Simone de Beauvoir diría, severa, en sus memorias que Fanon ayudó a entrenar a las bombas humanas para sus misiones. ETA, a su escala, también practicó la espiral de violencia ascendente: pintadas/palizas policiales; petardos/redadas policiales; atentados/torturas policiales; bombas con “daños colaterales”/ilegalizaciones políticas, cierres de medios de comunicación. Ni los números, ni la ferocidad fueron comparables, pero el acto voluntariamente aceptado de empezar a matar respondía al mismo mecanismo psicológico: una identidad reprimida durante mucho tiempo podía convertirse en una poderosa fuente de autoafirmación colectiva. Hannah Arendt llamó “natalidad” a la capacidad de iniciar algo nuevo. La rebelión contra Francia y contra los políticos y activistas argelinos musulmanes que había puesto las esperanzas en las protestas pacíficas y en las reformas políticas no se diferenciaba tanto de la crítica de la recién fundada ETA al PNV y al Gobierno Vasco en el exilio.

Hasta 1999 Francia no admitió que había librado una guerra en Argelia. La guerresansnom, la guerra sin nombre, empujaba a involucrase a quienes no tenían nada que ver.

Durante esa guerra Fanon se convertiría en un héroe de la revolución, pero también en su prisionero al doblegarse a decisiones del FLN aunque no estuviese de acuerdo, por ejemplo el asesinato sectario por diferencias políticas de su mentor Abane Ramdame. Abane fue estrangulado (“aquí no tenemos cárceles”, se justificó) por el responsable de la Wilaya 5 Abdelhafid Boussouf.

Vivir en la Argelia ocupada por los franceses transformaría a Fanon. Trabajó como psiquiatra en el hospital de Blida (Wilaya 4), y necesitaba de un traductor constantemente para comunicarse con sus pacientes pues no hablaba árabe. Como psiquiatra ejerció tratando de día a los torturadores del ejército francés (muchos de ellos enajenados por el horror que causaban), y de noche a sus camaradas torturados del FLN. No imagino nada más alucinante profesionalmente. Abdelaziz Bouteflika, luego presidente de Argelia, mecanografió algunas de las páginas de Les damnés de la terre, Los condenados de la tierra, el libro de Fanon que consiguió mayor impacto. Para Fanon la violencia no es un mero instrumento ni el medio para alcanzar un fin; es mucho más, es una herramienta para comprender e interpretar el mundo. La lucha armada une a la población colonizada bajo un objetivo común: la liberación nacional”.

Críticas
Muchos entonces discutieron esa idea. Jean Daniel, judío argelino, resistente al nazismo, intelectual de referencia sentenció: “Si el hombre blanco tiene que morir para que el negro pueda vivir, habremos vuelto al sacrificio del chivo expiatorio”. El gran teórico marxista vietnamita Nguyen Nghea también corrigió a Fanon: “La lucha armada, no es más que un momento, una fase del movimiento revolucionario, que es ante todo político”. Nada aprendió ETA ni quienes la apoyábamos de estas reflexiones.

La derrota de la Argelia francesa no la sellaron las bombas ni los fusiles –en 1961 De Gaulle dio por finalizada la rebelión armada al desmantelar casi totalmente al FLN–, sino la desobediencia civil masiva.

El mismo año se celebró un referéndum que obtuvo en Argel un 70% de votos favorables a la autodeterminación y un 75% en la Francia metropolitana. Y en 1962 el Gobierno francés y los insurgentes argelinos firmaron los acuerdos de Évian que pondría fin a la guerra y desembocarían en la independencia en julio. El 6 de diciembre, tres días después de que la policía francesa retirara Los condenados de la tierra de las librerías de París, moría Franz Fanon en un hospital de Maryland (EEUU) donde gracias a la intervención de la CIA, que pretendía congraciarse con la revolución argelina, había sido trasladado para tratarse de una leucemia terminal, Ocho meses después, el 5 de julio de 1962, Argelia declaraba la independencia.

La ideología
Fanon advirtió con visión profética contra los Mobutu del Congo o los Mugabe de Zimbabue (Rodesia del sur), contra la burguesía poscolonial de la administración pública de dientes afilados, ávida y voraz sin otra ideología que la rapiña pública. Porque para Fanon el gran peligro de la África descolonizada era la ausencia de ideología, la falta de un proyecto político colectivo. No tenemos más que mirar al África actual para confirmar ese diagnóstico: China como nueva forma de colonialismo, el grupo Wagner como guardia pretoriana, y la incitación a la emigración como forma de control político y social. El atractivo de Fanon ha comenzado a recuperarse en una época intelectual preocupada por la supremacía blanca y sus privilegios, el racismo y la indignidad.

La extrema derecha que ha ido adquiriendo influencia y ha entrado en la política dominante, clama rabiosa porque consideran que Occidente será colonizada por los antiguos colonizados. A tal cosa le llaman el Gran Reemplazo contra lo que nos previenen Trump, Le Pen y Orban entre otros. El modelo económico neoliberal y la democracia representativa están en crisis, pero no tenemos a la vista horizontes alternativos. Los migrantes se rebelan, asaltando fronteras en busca de aire porque como los colonizados argelinos de Fanon “simplemente ya no podían respirar”. Otras afirmaciones de Fanon resultan más vidriosas, incomprensibles o inaceptables.

No me atrevo a pronosticar que los condenados heredarán algún día la tierra, variante bíblica de que los últimos serán los primeros. Rechazo su afirmación (pelín goebbelsiana) de que: “En una guerra colonial, la verdad es cualquier cosa que ayude a la victoria de los colonizados”. Combato su mantra de que “con la violencia, los oprimidos alcanzan su humanidad”. En fin, espero haberles convencido de la actualidad de muchas de las ideas de Fanon, del impacto que entre nosotros tuvieron y que ciertos sectores añoran. Frantz Fanon, ni tan lejano, ni tan viejuno.

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