Springfield, Ohio: bulos y tensión migratoria en el corazón de América

Las acusaciones de Donald Trump de que los inmigrantes haitianos de Springfield comen perros y gatos, que han colocado a esta ciudad de Ohio en el disparadero, son falsas. Pero las tensiones con la inmigración masiva que vive esta esquina olvidada, hasta ahora, de EE.UU. son muy ciertas

ABC, Javier Ansorena, 23-09-2024

«El sueño americano existe. Pero ya no es para nosotros, los americanos». Quien lo dice es Colleen Craycraft, una vecina de Springfield, la pequeña localidad de Ohio que está en boca de todo EE.UU. Tiene 63 años. Trabaja en el Walmart, la cadena de grandes superficies. No se tiñe los hilos de canas en una melena desarreglada. No se pinta la cara. «El sueño americano ahora es para otros».

Los otros a los que se refiere son los miles de inmigrantes haitianos que han llegado a su ciudad en los últimos años. Las palabras de Craycraft rezuman tensión migratoria y racial, frustración, sensación de abandono.

«Lo que está pasando aquí es racismo», dice Janelle, una inmigrante haitiana, que prefiere no dar su apellido. Llegó a Florida en 2017 y hace año y medio vino aquí. Acaba de salir de una tienda de productos de su país, en el sur de la ciudad. Las pocas personas que se ven por la acera son haitianas. «Tenemos mucho miedo».

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Son dos caras, dos voces, de una misma crisis. Springfield se ha convertido en el símbolo de las tensiones migratorias de EE.UU. Aquí se mezcla una llegada masiva y acelerada de inmigrantes, el deterioro económico que azota a tantas ciudades de la América profunda y un interés electoral que ha colocado a Springfield en el disparadero.

La tensión se ha cocido sobre todo en los dos últimos años, pero saltó a nivel nacional el pasado 10 de septiembre. La inmigración masiva durante la presidencia de Joe Biden es una de las grandes bazas electorales de Donald Trump. Aquella noche, en Filadelfia, se enfrentó a su rival, Kamala Harris, vicepresidenta con Biden, en un debate de candidatos a la presidencia.

«En Springfield, se están comiendo los perros»; dijo Trump. «La gente que ha llegado, se están comiendo los gatos. Se están comiendo las mascotas de la gente que vive ahí. Eso es lo que está pasando en este país». El expresidente echaba gasolina al fuego de las tensiones por la inmigración masiva. Casi 70 millones de personas estaban viendo el debate en directo. Que los haitianos de Springfield merienden gatos y perros ha resultado hasta ahora tan falso como el color del tupé del multimillonario neoyorquino. Que Springfield, como otras ciudades de EE.UU., tenga problemas con los inmigrantes es muy cierto.

Declive demográfico y económico
Springfield era un meme antes de que los memes existieran. Es una de las muchas localidades del país con ese nombre. Así se bautizó la ciudad de Los Simpson, porque es el símbolo de la América común y corriente, lista para el estereotipo. Un cielo con las nubes que aparecían en la serie de dibujos animados hace un guiño a este periódico al llegar a esta esquina del Medio Oeste.

Springfield también es parte del corazón de América, del EE.UU. separado en lo geográfico y en lo cultural de las costas. Es un corazón agrietado. Aquí se llega cruzando maizales achicharrados por el final del verano, un recuerdo de que esto también es parte de la América rural que no levanta cabeza. Y la ciudad es un paradigma del declive industrial desde las últimas décadas del siglo XX. Llegó a tener 82.000 habitantes en 1960, cuando era una potencia manufacturera. En el censo de 2020, quedaban 58.000. Desde ese año, sobre todo a partir de 2021, han llegado entre 15.000 y 20.000 haitianos. La gran mayoría de ellos son inmigrantes legales, acogidos a un programa temporal de residencia del Gobierno de EE.UU. para países afectados por persecución política o catástrofes naturales, del que también se han beneficiado, entre otros, venezolanos o nicaragüenses.

La afirmación explosiva de Trump volvió a convertir a Springfield en un meme. Las redes sociales se llenaron de chistes sobre el expresidente, los haitianos y las mascotas. Todo el país hablaba de Springfield, de sus perros y gatos. «Al principio eran solo rumores, desinformación», cuenta a ABC Jacob Payen, un haitiano emigrado a EE.UU. en la década de 1990, desde su tienda de productos espirituales. «Pero luego adquirió atención nacional cuando lo dijo Trump, usó información falsa para conseguir una ganancia política, para impulsar su discurso sobre inmigración».

Es un meme peligroso. En los últimos días, Springfield ha recibido decenas de amenazas de bomba. La mayoría se realizan desde otras partes del país. Muchas han afectado a centros escolares de la ciudad y muchos padres tanto estadounidenses como haitianos han preferido dejar a sus hijos sin ir a clase. Las autoridades estatales han desplegado decenas de agentes para reforzar la seguridad. Payen asegura que al menos veinte de sus clientes le han dicho que se van de la ciudad.

Jacob Payen
Jacob Payen Fotos J. Ansorena
Lo de los perros y los gatos ha sido, en algunos casos, bulos creados por elementos de extrema derecha. En otros, rumores falsos alimentados por las redes sociales. Las autoridades locales han desmentido una y otra vez episodios como el de una vecina a la que habían sustraído su gato (apareció después en su sótano). Trump y su candidato a vicepresidente, J.D. Vance, senador por Ohio, propagaron la idea, a sabiendas de que era falsa. También se acusó a los haitianos de robar gansos en Snyder Park, uno de los parques de la ciudad.

«Me provocó estupor cuando escuché todo eso», dice Payen. «Es una locura. No solo porque nosotros no comemos nada de eso. Sino porque se utilice por intereses políticos a costa de poner en peligro a todo un grupo étnico».

Algunas voces dentro y fuera de Springfield han deslizado que los haitianos usan los animales en especial, los gansos para ritos vudú. «Hay mucha falta de educación sobre el vudú», defiende Payen, entre velas, licores para rituales y santones en su tienda. «Eso está totalmente alejado de la realidad. Las autoridades se han hartado de decir que no hay pruebas de que se hayan robado mascotas o gansos. Y no usamos esos animales en vudú».

Cerca de su tienda está el restaurante haitiano Rose Goute. En los últimos días se ha llenado de vecinos de Springfield que acuden para mostrar apoyo a la comunidad haitiana. Entre los platos que se sirven, un cabrito al horno decepcionante, seco como la mojama. «Venimos para mostrar simpatía hacia la comunidad haitiana», dicen Elizabeth y Melissa, que viven a las afueras de la ciudad. «Toda la atención que ha provocado esto es bochornosa para Springfield».

Pocos haitianos quieren hablar. Sí lo hace Yveson Agenor. Asegura que tiene miedo ante lo que está pasando, que él no sabe nada de política, que solo ha venido hasta aquí para una vida mejor: «Estaba feliz aquí. Tengo un trabajo en un almacén. Pago mi alquiler. Mando dinero a mi familia en Haití cuando puedo. No tengo problemas con mis vecinos». Muchos vecinos de Springfield lo ven muy diferente.

Presión en las infraestructuras
«No teníamos que haber llegado hasta este punto», sostiene Diana Daniels. Se ha puesto una camisa con los colores de la bandera de EE.UU. para acudir a un encuentro vecinal sobre la situación con los haitianos organizado por Vivek Ramaswamy, un multimillonario que fue candidato a la presidencia en las primarias republicanas y ahora es trumpista acérrimo. «Desde un punto de vista socioeconómico y sociocultural, aquí tenemos demasiada gente. Esta es una ciudad con 58.000 habitantes y nos echaron 20.000 haitianos. La infraestructura no está preparada».

Encuentro con vecinos con Vivek Ramaswamy
Encuentro con vecinos con Vivek Ramaswamy Fotos de J. Ansorena
El éxodo de haitianos a Springfield se disparó en 2021, con la confluencia de dos factores: faltaba mano de obra cuando la economía empezó a recuperarse de la pandemia de Covid, pero muchos vecinos se podían permitir no trabajar porque recibían ayudas gubernamentales; y el asesinato de Jovenel Moïse, el presidente de Haití, en julio de aquel año, precipitó la huida de haitianos de su país.

Muchos de ellos, con permiso de trabajo, fueron seducidos para venir hasta aquí por organizaciones religiosas, ONG y compañías de empleo temporal, que les prometían trabajo y techo en una ciudad que buscaba mano de obra. Muchos en Springfield acusan a una de esas compañías, First Diversity Staffing, de hacerse de oro trayendo a miles de haitianos hasta aquí. Otros muchos vinieron después como ocurre en los fenómenos migratorios: detrás de sus amigos y familiares.

«Sí, hemos sufrido una caída en la población», reconoce Daniels. «Pero esta no debía ser la respuesta. Hay muchos estadounidenses en todo el valle del río Ohio que necesitan trabajo. Pero esto era un chollo para las empresas». Ella y otros vecinos explican lo ocurrido: los inmigrantes son mano de obra barata, sin empleos protegidos por los sindicatos, sin cobertura médica y que deja sin trabajo «a la gente de aquí».

Diana Daniels
Diana Daniels Fotos de J. Ansorena
«Explotación humana, esclavismo que nos perjudica a nosotros»; dice Daniels, que asegura que los propietarios de casas también se lucran a costa de expulsar a los vecinos de sus hogares: ganan mucho más alquilando a los haitianos por habitación que a una familia. «Los que ahora viven en la calle son nuestros vecinos»; dice sobre la aparición de campamentos de personas sin hogar.

Incluso quienes están implicados en asistir a los inmigrantes reconocen los problemas. «Hace dos años, esta comunidad comenzó a sentir el peso de una llegada rápida de inmigrantes», cuenta Heidi Earlywine, que colabora con el Centro de Ayuda a la Comunidad Haitiana. Coincidió con el momento en el que los vecinos empezaron a dejar de recibir los cheques gubernamentales de la pandemia. «Se quedaron sin esas pagas sociales y veían cada vez más vecinos viviendo en la calle. Al mismo tiempo, la ciudad se llenaba de haitianos».

Heidi Earlywine
Heidi Earlywine Fotos J. Ansorena
El aumento demográfico radical ha provocado problemas en el sistema hospitalario, con esperas y faltas de atención que antes no había. «Es imposible ir a urgencias», protesta Daniels. Los colegios están llenos de jóvenes haitianos con dificultades para la escolarización, porque llegan sin saber inglés. «Si yo fuera una niña de 14 años estaría traumatizada si tengo que compartir clase con jóvenes haitianos en edad militar, con 19 o 20 años», dice otra vecina. Los alquileres se han disparado. También lo han hecho los accidentes de tráfico, con una nueva población acostumbrada a las calles caóticas de Puerto Príncipe.

Fue un accidente lo que hizo estallar las tensiones. Hace un año, un haitiano estrelló su furgoneta contra un autobús escolar. Falleció un niño, Aiden Clark, y otros 23 resultaron heridos. «Las sesiones abiertas en el ayuntamiento se llenaron de ira, odio y rumores infundados», recuerda Earlywine. La muerte de Clark y los bulos de las mascotas se convirtieron en la bandera de grupos extremistas como Blood Tribe o los Proud Boys, que empezaron a dejarse ver en Springfield.

El mismo día que Trump hablaba de los perros y los gatos en el debate con Harris, el padre de Clark exigía que «esto tiene que parar. Pueden vomitar todo el odio que quieran contra los inmigrantes ilegales, la crisis de la frontera o acusaciones falsas sobre mascotas devoradas por miembros de la comunidad. Pero no les permito que mencionen a Aiden Clark, de Springfield, Ohio».

De vuelta en la reunión vecinal organizada por Ramaswamy, la tensión es densa. El acto es en un edificio industrial majestuoso del centro coqueto de Springfield, un contraste con el paisaje de la mayoría de la ciudad: aceras descuidadas, jardines amarillentos por la sequía, mansiones victorianas comidas por la maleza, fachadas de madera descuadernadas, calles despobladas.

«Yo no acuso a nadie de lo ocurrido, acuso a las políticas que se han llevado a cabo», dice Ramaswamy, rodeado por dos centenares de vecinos. Muchos llevan camisetas y gorras de Trump. «Esta situación crea animosidad racial como reacción», justifica ante los congregados.

La reunión es una letanía de agravios. «Los veteranos del ejército no recibimos apoyo y mira ellos», dice un vecino desde el micrófono. «Muchos conducen coches mejores que nosotros», acusa otro sobre los haitianos.

Desde fuera de sala, que está hasta los topes, una mujer con melena rubia no puede contener su ira: «¡Nosotros nos llevamos patadas en la boca para que ellos estén mejor!», protesta y vuelve a saltar cuando alguien menciona los problemas de convivencia: «Son salvajes de un país del tercer mundo y van a vivir como salvajes. Esto no tiene que ver con la raza, tiene que ver con su estilo de vida».

Trump, que no se ha retractado de sus acusaciones infundadas, ha prometido que visitará en breve Springfield. No parece que eso vaya a aliviar las tensiones. Algunas autoridades republicanas, como el alcalde, Rob Rue, han deslizado que quizá sea conveniente que deje la visita para otro momento. El gobernador de Ohio, Mike DeWine, también republicano, nacido en Springfield, firmó un editorial este viernes en ‘The New York Times’ en el que mostraba su «tristeza» por las afirmaciones de Trump y de Vance y en el que criticaba que «su retórica daña a la ciudad y a su gente, daña a la gente que ha pasado aquí toda su vida».

DeWine es uno de los que opinan que los haitianos han producido un impacto positivo en la ciudad: «Springfield vive un resurgimiento en la manufactura y en la creación de empleo. Parte de ello es gracias a la llegada masiva de migrantes haitianos. Están aquí legalmente, están aquí para trabajar».

«El impacto negativo es mayor que el positivo», replica a este periódico Laura Rosenberg, presidenta del partido republicano del condado de Clark, al que pertenece Springfield. Su oficina está llena de carteles y banderas de Trump, con quien aparece en un foto de perfil. Concede que el expresidente «tenía que haber sido más cuidadoso» con sus palabras. Pero, como muchos aquí, celebra que lo que dijo haya puesto a Springfield y sus tensiones con los inmigrantes en el foco de todo el país. Otra cuestión es si los bulos, el escándalo, la controversia y la atención mejorarán la situación en este lugar olvidado, hasta ahora, del Medio Oeste.

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