Hanan Serroukh: «No debemos ser tolerantes con una yihad que se extiende por barrios y ciudades»

Huyó de un matrimonio forzoso a los 16 años y pasó de centros de acogida a convertirse en una valiosa colaboradora de cuerpos policiales. Hanan Serroukh advierte de que en una década estaremos aquí como en Francia, si no frenamos el islamismo

ABC, Cruz Morcillo, 23-09-2024

«Al día siguiente, como quien te dice ‘pásame la sal’, mi madre me cuenta: ‘Ayer vinieron a pedirte en matrimonio. Eso es muy bueno. Tu futuro marido es un hombre bueno y temeroso de Alá y así te guiará’. No grité, no respiré, no sabía qué decir».

Son palabras de Hanan Serroukh, que no había cumplido aún los 16 años cuando la condenaron a un matrimonio forzado, a la «muerte definitiva», dice. Hasta poco antes, Hanan, nacida en Barcelona en 1974, de padres marroquíes, y criada en un ambiente en el que se escuchaban las rumbas de Peret y su madre tomaba el sol en bikini en la playa, no había imaginado que esa daga podía caer sobre ella.

«Los rigores de la religión nunca entraron en nuestra vida», cuenta. En el piso familiar de Figueras, donde fue la primera niña de origen magrebí escolarizada, en 1980, ni se hablaba de infieles ni de alimentos halal ni de pecado. Pero su padre murió trabajando en altar mar, cerca de Palamós, y su vida se puso patas arriba al cabo de unos años.

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«Cuando llegó el islamista desapareció ese problema porque ya no se pudo practicar natación. También desaparecieron los perfumes de nuestra vida». El islamista es el hombre con el que se casó su madre, la mujer que cambió el bañador amarillo y la crema de zanahoria para tostarse al sol por el hiyab.

A la adolescente, primero le prohibieron seguir yendo al colegio y después le buscaron un marido viejo y radical como su padrastro. Ella dijo que no se casaría. «Si no aceptas casarte, es porque eres una impura y en casa no vamos a aceptar a una puta». O se prometía en matrimonio o la llevaban a Marruecos. No había alternativa. Y aun así Hanan la buscó. «Ya me sentía un poco muerta cuando me obligaron a dejar el colegio. El matrimonio sería la muerte definitiva», escribe.

«Metí los zapatos en la mochila. Caminé descalza. No puse nada más en aquel pequeño macuto porque, en mi fuga, no había nada calculado con método, sino solo el puro impulso (…) El gran temor que tenía era el de despertar a mi madre y al salafista».

«Me quité el hiyab»
Con 16 años amaneció en las calles de Gerona una mañana de otoño fría y húmeda. «Empecé a llorar sin control, me quité el hiyab para poder secarme la cara y sentí como si me estuviera desnudando. El hiyab había sido como una armadura, un velo que me defendía (…)»

Supo, y así lo recuerda en conversación telefónica con ABC al cabo de más de treinta años, que no había vuelta atrás pero aún hoy la ronda un resto de sentimiento de culpa. «Abandoné a mi madre; abandoné un mundo para entrar en otro. Dejé de ser la hija, o la prima, o la sobrina, para pasar a ser una persona sin familia, una repudiada por la comunidad. Dejé de existir para ellos». Era el otoño de 1990.

Treinta y cuatro años después, aquella niña asustada y sola, ha escrito ‘Coraje. El precio de la libertad’ (Ed. Almuzara, 2024), en cuya portada se lee: «Desafiando el destino: El extraordinario valor de una adolescente que se negó a casarse a la fuerza y ahora, treinta años después, lidera la lucha por la libertad y la justicia de otras mujeres islámicas en España». Es un resumen, porque la vida de Hanan Serroukh no cabe en 150 páginas y mucho menos su «coraje» y su casi quimérico concepto de la libertad.

Hablar con ella, además, y seguir el hilo de sus férreas argumentaciones te expone a una patriota, con mayúsculas, que denuncia «la debilidad de nuestros valores y el complejo de nuestra identidad nacional. Mi mayor debilidad y mi pasión es mi país, España… Después de mi hija». Ella que ha sufrido los rigores del yihadismo levanta la voz en cualquier escenario para advertir contra el buenismo y la ceguera política, casi siempre interesada.

«La mayor parte de mi vida ha pasado en la penumbra», escribe nada más arrancar su historia. Primero porque la ruptura con su familia no era para presumir de ello y después porque Hanan lleva años trabajando con Fuerzas y Cuerpos de Seguridad y, aunque ella ni confirma ni desmiente, con servicios de Inteligencia. La discreción es, por tanto, marca de la casa, junto a esa libertad insobornable.

Mafias y gobiernos
A la pregunta de en qué estamos fallando en la gestión de la inmigración se muestra rotunda. «No tenenos claro un proyecto. Hay una presión migratoria extrema para desestabilizar a Europa, una Europa en una tensión social excepcional que está desmostrando incapacidad para gestionarlo. Tanto las mafias como los gobiernos que trafican lo utilizan para comercializar sus intereres y generar más fisuras… y todo esto a la vez es aprovechado por elementos aún más peligrosos. Pueden entrar tanto jóvenes con anhelo de escapar como retornados y huidos yihadistas del Sahel, con algún flujo de personas con ansia de un futuro mejor… Un ‘tótum revolutum’ difícil de controlar, como ha quedado ya en evidencia».

Serroukh conoce de primera mano todo lo que hay en torno a los menores y la nefasta gestión que se repite. «Mientras no entendamos que un proyecto migratorio no es que yo mande a mi hijo menor para saltarse las leyes de inmigración y que el país al que llega no puede dar la respuesta mas simplista, que es acogerlo, ponerlo en un parking. Cuando los padres los mandan están vulnerando sus derechos y cometiendo una negligencia en su país y es su país el que tiene que hacerse cargo», afirma rotunda.

«Los menores tienen que estar con sus padres o en un centro propio. No podemos participar de la explotación migratoria de los menores; eso es parte de la desestabilización que tratan de imponer».

No debemos ser permisivos ni tolerantes con una Yihad social, intelectual y política que se extiende por muchos barrios

Hanan Serroukh

Hanan, que pasó dos años en un centro de menores cuando escapó a un matrimonio forzado y más tarde trabajó codo a codo en ellos e inclusó montó un proyecto social propio, alza la voz: «El sistema de protección de menores está roto. Mientras tutelamos las emergencia de los menas tenemos menores nuestros en listas de espera para ser tutelados, víctimas de maltrato, niños en extrema vulnerabilidad… Un menor desamparado no tiene a quien llamar, estos menas se comunican continuamente con su familia».

«El problema de los menas solo se puede solucionar con el regreso de esos jóvenes a su país, a sus casas y a sus familias», escribe, mientras sostiene que el auge del extremismo y la segregación social que se vive en media Europa, con Francia como espejo, llegará a España en cinco o diez años. «Admitir la imposición de la sharía en pueblos y comunidades en nombre de la convivencia es la mejor forma de socavar la vida civilizada», insiste.

Denuncia que el poder de los imanes no tiene límites. «Han conseguido que en los barrios y en las escuelas se haya normalizado que haya niñas con hiyab negros y penetrar en nuestras instituciones al punto de que la Comisión Europea incorpore el hiyab como elemento identitario de los jóvenes europeos. Es una aberración». Hanan no duda. Asegura que se ha asimilado «un elemento político de control a algo identitario, cuando en realidad es el elemento bandera de los Hermanos Musulmanes».

Pese a sus rasgos y sus orígenes, la acusan una y otra vez de islamófoba. «No tengo problema de expresar mis opiniones en cualquier país musulmán. Tenemos un gobierno y unas Ong que han comprado un discurso extremadamente peligroso, pero no debemos ser permisivos ni tolerantes con una Yihad social, intelectual y política que se extiende por muchos barrios y municipios». El mal acecha, asegura. «Ellos desprecian nuestra forma de vivir y nuestra libertad».

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