¡Bendita inmigración!
Muchos españoles tienden a ver la llegada de extranjeros como un problema, pero es también una solución para muchos de nuestros grandes déficits
El País, , 23-09-2024Los españoles acaban de señalar la inmigración como el mayor problema del país. Así se deduce al menos del último barómetro del CIS, donde hasta hace bien poco ocupaba un lugar relativamente marginal. Es una subida espectacular, que se explica por el reguero de imágenes de cayucos arribando a las islas Canarias, los conatos de salto de las vallas de Ceuta y Melilla o la discusión sobre el reparto regional de la acogida de los menores extranjeros no acompañados. O por el griterío de los partidos europeos de la ultraderecha, entre los que nuestro Vox no se queda atrás, que la convierten prácticamente en la única y verdadera amenaza que nos acecha, presentándose a la vez el cambio climático como el cuento de la lechera. La contundencia del dato, ese primer lugar en nuestras supuestas preocupaciones, nos obliga, sin embargo, a tener que afrontar ese debate mirándolo de cara, no dejándolo caer como una noticia más. Entre otras razones, porque va a seguir siendo pasto de la demagogia y la desinformación.
Lo digo sin ambages: o tratamos de hacerlo objeto de un pacto de Estado entre los dos grandes partidos, o me temo que nuestra vida política acabe sucumbiendo al visceral monólogo discursivo que sobre este tema se está extendiendo en otros países europeos. Para el PP puede ser además la vía más directa para acabar de diferenciarse de Vox. Y la coyuntura es también idónea. En el centro de nuestra discusión pública se encuentra ahora mismo la cuestión de la solidaridad entre regiones, la cuestión principal emanada del posible concierto catalán. Se nos llena la boca de apelaciones a ella, pero a la hora de la verdad estamos dejando solos a los canarios con lo que es un verdadero problema humano que son incapaces de resolver por sí mismos. Ahora mismo, la vía de entrada a Europa con mayor crecimiento es la atlántica, y El Hierro se está convirtiendo poco a poco en la nueva Lampedusa. La verdad, he sentido auténtica vergüenza ajena al ver la displicencia y la mezquindad con la que se mercadeaba con la vida de estos jóvenes ―niños, en realidad― abandonados a su suerte.
Va de suyo que hay que hacer frente a la inmigración ilegal y honrar nuestros compromisos europeos en tanto que parte de la frontera sur del continente, pero también el derecho de asilo. Y no podemos perder de vista el endurecimiento que ya se atisba en algunos de estos países con esta cuestión. Países hacia los que transitaban muchos emigrantes o asilados que habían entrado por España pronto procederán a “devolvérnoslos”. Esto, junto con la peligrosa combinación de la explosión demográfica que se espera en África y las consecuencias del cambio climático, hará perentorio abordar esta cuestión desde premisas bien articuladas, libres de politiqueo partidista y soluciones simplistas. Porque, ojo, eso que tendemos a ver como problema en la mayoría de los casos es también una solución para muchos de nuestros grandes déficits. El demográfico es el más inmediato, y de este pende la sostenibilidad del Estado de bienestar en una sociedad tan envejecida como la nuestra. Es nuestra esperanza de futuro, ni más ni menos. Si tratamos de bloquearla activando los miedos al extraño, estamos perdidos. “Lo que más debemos de temer es una sociedad de gente temerosa”, como decía Judith Shklar.
Con motivo de la enfermedad de un familiar he tenido que pasarme estos últimos meses entrando y saliendo de un hospital. Bastante más de la mitad de quienes sostenían la vida hospitalaria venían de fuera, aunque, afortunadamente, ya son tan de aquí como cualquiera. Una y otra vez me he sorprendido repitiéndome, casi como una letanía: “¡Bendita inmigración!”.
(Puede haber caducado)