La deconstrucción de Europa
La religión sirvió de pegamento en la integración del Viejo Continente, al contrario de lo que pretenden ahora los movimientos populistas y de extrema derecha
Diario Vasco, , 20-09-2024En el otoño de 1945 Europa era un continente en ruinas con olor a ceniza después de un cuarto de siglo bélico y estresante, que había sumido a sus ciudadanos en un estado de abatimiento y depresión, en medio de un panorama de miseria económica y moral. Había que liderar una reconstrucción. Entre los elementos básicos que emergieron para sostener la nueva arquitectura comunitaria, la religión fue un pegamento esencial, aportado por aquellos ‘padres fundadores’ que llegaron, sobre todo, desde las filas de la democracia cristiana y de la socialdemocracia. Su peso fue indiscutible, pese a quienes intentaron ridiculizarles hablando de una «Europa vaticana».
Salvo Jean Monnet, que era un reconocido liberal para nada enemigo del humanismo cristiano, Robert Schuman, Konrad Adenauer y Alcide de Gasperi, los ‘padres de Europa’, tenían una inspiración cristiana y su impronta fue evidente en aquel proceso fundacional. Más allá de su audacia y destreza política, su pericia diplomática y su capacidad intelectual, su talante moral fue determinante para construir la identidad europea practicando una política limpia en favor de un mundo más pacífico y justo. Habían pagado con creces su resistencia contra el nazismo y el fascismo y hoy algunos descansan en el Panteón de París y otros se encuentran en proceso de canonización.
La ‘Declaración Schuman’, firmada un 9 de mayo de 1950, el mismo día ¡qué casualidad! que las Brigadas Rojas asesinaron, 28 años después, al dirigente demócrata cristiano Aldo Moro, fue el motor de aquel movimiento que pretendía cicatrizar heridas y fomentar la comprensión entre los pueblos, culturas y religiones, asentando valores como la paz, la solidaridad y la dignidad humana. Valores universales, propios también de un humanismo laico. Alguien describió al luxemburgués, de manera acertada, como enemigo de las fronteras y de las soberanías nacionales intocables y defensor de la igualdad democrática, un discurso que hoy resulta más necesario que nunca, ante el avance de quienes venden la superioridad de unos pueblos sobre otros.
Porque el espíritu fundacional de la integración europea, que alumbró un pensamiento libre y un progreso cívico, se resiente ahora por el auge de los movimientos populistas, autoritarios y de ultraderecha. En Alemania han salido a la luz con una fuerza que asusta. A diferencia de aquellos ‘padres de Europa’, ahora emergen predicadores de nuevo cuño que se envuelven con la bandera del cristianismo pero justifican el racismo y la xenofobia, y se sitúan en las antípodas de quienes exhibieron una fuerte convicción cristiano-social en la creación de las instituciones europeas. Entonces, la religión sirvió para unir, ahora se utiliza para dividir. Para disolver, desmantelar y destruir. Y eso supone un peligro para la democracia.
Nada que ver con el discurso de Pablo VI, quien defendía que la política «es la forma más alta y exigente de la caridad». Hasta el mismísimo papa Francisco ha tenido que salir a recordar que el rechazo a los inmigrantes es un gravísimo pecado. «El Señor está con los migrantes, y no con quien los rechaza», ha remarcado, al mismo tiempo que ha condenado las leyes que restringuen la migración, la militarización de las fronteras y el endurecimiento de las políticas de asilo. Una declaración que también ha servido para que quienes desprecian la religión la utilicen como cobertura de su agenda política. La política se ha convertido en una tómbola de legitimaciones. Lo que no se puede legitimar es la exclusión.
No se trata de sacar pecho desde una supuesta superioridad moral incorporando, como se intentó en su día, la mención a la herencia cristiana de Europa en una Constitución, pero sería injusto no reconocerlo desde un sectarismo ideológico. Jacques Delors, socialista y católico, comprometido con el humanismo de los filósofos Mournier y Ricoeur, lideró la iniciativa ‘Un alma para Europa’ con el objetivo de ir más allá de una comprensión económica de la integración y reflejar sus dimensiones espirituales y éticas. Schuman también buscaba un alma para Europa. Michel Barnier, el nuevo primer ministro de Macron, un político fiel a la derecha gaullista, se opuso a la inclusión de las raíces cristianas en la Carta, al contrario que el socialista Giuliano Amato. Las siglas son lo de menos. El laborista holandés Frans Timmermans, que fue vicepresidente primero de la Comisión Europea, defendió en su día que la herencia cristiana «no significa nada si lleva a excluir a otros que no tienen el mismo legado».
(Puede haber caducado)