Laura Loomer, la activista de la ultraderecha que viaja con Donald Trump y siembra la alarma entre sus aliados republicanos en el Congreso, cuenta con el salvoconducto del líder.

“Ha sido una de mis seguidoras, al igual que mucha otra gente”, respondió el candidato conservador”. Pero no es una hooligan más, o tal vez solo lo es como algunos líderes neonazis que rindieron visita a su mansión de Mar-a-Lago (Florida).

En su línea habitual, cosa rara en alguien que asegura saberlo todo de todos, Trump negó tener conocimiento que esta provocadora fascista se dedica a difundir teorías conspirativas sobre los atentado del 11 de septiembre del 2001, un trabajo hecho desde dentro del gobierno de EE.UU. Y defendió que Loomer, propagadora de comentarios racistas (los hatianos se comen los perros y gatos de los ciudadanos de Ohio), antimusulmanes, homofóbicos y transfóbicos, no es más que una persona franca. Insistió en que ella elogió su campaña antes de dar una justificación al apegó que muestra hacia la activista.

“Yo no controlo a Laura. Laura tiene que decir lo que ella quiera, es un espíritu libre”, afimó en rueda de prensa.

Dado el clima de guerra civil que se constata en el partido a costa de Loomer, Trump se distanció en parte de ella con un mensaje posterior en su red social. Ahí remarcó que esta agitadora no trabaja en su campaña (le ha dado carta blanca) y luego pivotó hacia la crítica a sus oponentes electorales. “Es una ciudadana privada y una de mis partidarias desde hace mucho tiempo”, reiteró.

“No estoy de acuerdo con los pronunciamientos que hace, pero como muchos de los que me dan apoyo, ella está cansada de los marxistas y fascistas de izquierda (sic) que me atacan y difaman violentamente”, añadió. Lo de los fascistas debe decirlo por miembros de su partido, como Marjorie Taylor Green, trumpista de mucho calado y amiga de Trump, que calificó a Loomer de “racista”.