San Sebastián, de paraíso urbano a nuevo Bronx del Cantábrico

En la Bella Easo se han triplicado las agresiones sexuales, cuadruplicado las riñas y doblado los hurtos. La sensación de inseguridad se ha disparado entre los vecinos. «Primero sufrimos el terrorismo y ahora, a estos delincuentes».

ABC, Chapu Apaolaza San Sebastián, 16-09-2024
Nadie se atreve a señalar en público a una parte de la población de inmigrantes que viven en la marginalidad por temor a parecer racistas

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La sensación de inseguridad y de impunidad del criminal en San Sebastián han alcanzado su éxtasis en los últimos meses

Cuando va por el mundo, en ocasiones la gente confiesa al donostiarra que su sueño es vivir en San Sebastián. Muchos de ellos ni siquiera han estado en la capital guipuzcoana. Desde New Jersey hasta Adelaida se ha convenido que, desde que ETA deja de matar, la Bella Easo es un paraíso urbano que merece una peregrinación necesaria y aspiracional, casi obligatoria. En Londres te hablan de la receta de la
tarta de queso de La Viña
o de la ensaladilla del Tamboril y en la puerta del
bar Néstor
una mesa y una barra chiquitita, treinta personas hacen cola para degustar la chuleta como cuando los turistas van a París a ver la Gioconda.

No es para menos. Atardece sobre el embarcadero del Náutico en una pleamar verde amazónica. El sol se oculta por detrás de Igueldo con sus bosques, su espuma de mar en los roquedos y su montaña rusa. Los novios hacen manitas sobre el primer espigón del muelle con cara de elegir el nombre de su primer bebé y unas gaviotas blancas como de un verso de un poeta del 27, amagan con picarle el bocadillo a los chavales. Ante toda esa escenificación de la elegancia, cuesta imaginar que, en la madrugada del 26 de abril hace cinco años, ahí atrás, a pocos metros, siete individuos marroquíes, argelinos, rumanos y españoles, mataron a patadas a Santi Coca, un menor de 17 años, por protestar después de que le quitaran un paquete de tabaco.

En aquellos días, los vecinos comenzaron a percibir y a comentar una nueva etapa de inseguridad, distinta de la amenaza del terrorismo que durante décadas lo había ocupado todo. En San Sebastián te podían matar por tus ideas, pero no por un cigarro en la puerta de una discoteca.

Reincidentes
La sensación de inseguridad y de impunidad del criminal han alcanzado su éxtasis en los últimos meses y entre la ciudadanía cunde la sensación de que por las calles campan a sus anchas delincuentes reincidentes muchos de ellos inmigrantes ilegales a los que el imperio de la ley no alcanza, que pasan por comisaría sin despeinarse y contra los que el sistema no puede hacer mucho.

«Nunca hemos vivido algo así. Te roban en la playa, te pueden pegar un palo en la calle, te hacen el mataleón para quitarte lo que llevas. Ya no dejas que tu madre salga a sentarse en el banco por si la atracan, la tiran al suelo o le hacen daño. Primero tuvimos el terrorismo y ahora, esta delincuencia«, explica Íñigo, vecino de Riberas de Loyola. Los camareros y dependientes desconfían de los que entran en sus bares y en sus tiendas, la gente se palpa la cartera si pasa delante de determinados grupos, los pibes no vuelven solos cuando salen de noche. »Esta ciudad ha cambiado mucho y a peor apunta Cristina, dueña de una tienda de muebles del barrio de Egia, uno de los más castigados. Ahora no puedes pasar por determinados sitios y temes por tus hijos. Lo ves a diario: broncas, amenazas, violencia . Y siempre son los mismos«. »Los mismos« es el primero de muchos eufemismos que el reportero detecta para referirse a la población de inmigrantes magrebíes en situación de marginalidad que vive en San Sebastián.

A cada rato, uno duda de si es víctima de esos bulos xenófobos y del uso que los populistas hacen del miedo. Los datos dicen que no. Según los informes que aporta el sindicato de ertzainas ESAN, desde 2016 hasta 2023, los homicidios consumados y asesinatos en grado de tentativa se han triplicado (de 4 a 14) al igual que las riñas tumultuarias (de 91 a 296), y los delitos relacionados con el tráfico de drogas se han doblado. Los hurtos han pasado de 1.752 a 2.808 y las agresiones sexuales con penetración han crecido de 5 a 21, esto es, se han cuadruplicado (el doble de la tasa nacional). Las peticiones de prisión por parte de la Fiscalía en Guipúzcoa han crecido un 51% en un año y la mayoría de las solicitudes se deben a robos con fuerza y por tráfico de drogas.

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Este verano, el PP donostiarra organizó una manifestación contra «la inseguridad». El propio alcalde Eneko Goia ha alertado sobre la situación y ha reunido a policía, jueces y fiscales para atajar la «multireincidencia», que es como denominan elípticamente al fenómeno. No van más allá. Nadie habla del origen de los delincuentes. Las cifras no ofrecen datos del origen de los culpables. El pasado cuatro de septiembre, en el céntrico aparcamiento de la Plaza Easo se produjo una agresión sexual. Las crónicas eran asépticas, como desinfectadas con alcohol, sin referencias al sospechoso. «Si no se dan datos del origen o nacionalidad del agresor es porque al ciudadano no le resulta de utilidad. Hay una víctima y un culpable: nada más», explica Jon Ukiola, director de la Guardia Municipal de San Sebastián.

-Según el Euskobarómetro, la inseguridad es el quinto problema para los ciudadanos. Para la media española, es el problema 25. ¿Está justificada esta percepción de inseguridad?

-En redes sociales se difunden muchos bulos sobre este tema que generan una alarma en la población. Claro que hay lugares en los que de noche nadie puede andar tranquilo. Pese a eso, Donosti es, a grandes rasgos, una ciudad segura.

-¿En qué medida se puede relacionar delincuencia con una parte marginal de la inmigración como hacen algunos ciudadanos?

- Sí que hay asentamientos, zonas, locales y casas en los que viven personas de fuera y que crean problemas. Yo no soy capaz de establecer relación entre delincuencia e inmigración porque no soy quién. Nosotros hablamos de un problema de multireincidencia.

«Los de siempre»
En las conversaciones entre los ciudadanos se baraja que el agresor del parking es de «los de siempre», segunda elipsis para referirse a los inmigrantes. «La gente tiene miedo a que te llamen racista, claro«, admite Cristina. El tema se trata solamente en círculos de confianza y, conforme el interlocutor se siente más seguro, la denominación del colectivo delincuencial se va concretando poco a poco hasta que en conversaciones con amigos y familia se nombran las palabras malditas: »los moros« y »los menas«.

«Lo de los menas no es cierto porque la mayor parte de la gente que da problemas en la calle son mayores de edad y pese a que los datos no dicen nada sobre su perfil, es cierto que muchos de ellos responden a un patrón«. El tercer eufemismo lo emplea un agente de la Ertzaintza que prefiere mantenerse en el anonimato. »A algunos los hemos detenido decenas de veces. La Ley aquí no funciona con ellos. Como son casos leves y no tienen recursos ni perspectiva de trabajo, no les importa que les detengas. Es un trámite. Entran en comisaría y, a la seis horas, salen desayunados«. Desde hace años, la policía vasca ofrece a sus detenidos una encuesta de satisfacción en la que le preguntan por la cantidad y calidad de la comida, la temperatura e iluminación de la celda y una nota general que califique su estancia en la celda. «Cuando la leen, se descojonan».

Media tarde en una conocida tienda de surf de la Parte Vieja. El dependiente corta una conversación telefónica: «Te llamo luego, que ha entrado un chorizo». Se refiere a un joven magrebí bien vestido: camiseta de marca, buenas gafas de sol, zapatillas a la última. Se pasea por la tienda, mira esto y lo otro. Lo tienen vigilado. Cuando sale, pita el arco de seguridad. El dependiente lo persigue y le saca una gorra robada de debajo de la camiseta. Él se ríe y se va. Minutos más tarde, otros chicos del mismo perfil salen de la tienda y la encargada se dirige a uno de ellos:

-Aquí no vuelvas a robar.

-¿Yo he robado? Enséñame las cámaras.

-Vienes a robar y encima me pides las cámaras.

-Eres una racista.

De pronto, la encargada entra en cólera y le propina un empujón. «No te atrevas a insultarme. Vete de aquí». La sospecha de racismo lo envuelve todo: las conversaciones, las medidas, las noticias en prensa. Cuando Eduardo nombre ficticio, dueño de una tienda de ropa en el casco viejo, se señaló denunciando que un grupo de inmigrantes magrebíes estaban robando en el barrio, le pintaron la pared de la tienda: «Fuera fascistas. Bienvenidos inmigrantes».

Acusaciones de racismo
«La defensa de esta gente se ha mezclado con la izquierda ‘abertzale’, no sé cómo ni por qué, y la gente tiene miedo a hablar», explica. Según su relato de los hechos, cada día se producen robos. «Ya los conoces. Llegan a las ocho cuando les dan de comer en la Plaza de la Constitución en un reparto de comida ilegal o a cualquier otra hora. Roban ropa, roban a los dependientes y a los clientes». A veces cogen las cosas y se largan directamente. Otras, discuten con los empleados. «Te escupen, te amenazan. Si la dependienta es una mujer, se ceban con ella. A una compañera la agredieron sexualmente. Entraron y la manosearon entre tres. Pasó un rato muy malo. Esto ha ido a más desde 2018 hasta aquí. Ya no los denunciamos porque no sirve de nada».

Las acusaciones de racismo envenenan el debate. Uno incluso prevé que la redacción de este reportaje le cueste acusaciones de xenofobia. Sucede porque el que denuncia siempre es español y el denunciado magrebí. ¿Y si el denunciante fuera también marroquí? Zuahir El Boukili nació en un pueblo del Rift hace 40 años. Vino a España con 18 años y desde los veinte regenta negocios en San Sebastián: un restaurante kebab en la calle Embeltrán (casco viejo) y una frutería en la calle Euskal Herria en la que dejó de vender productos halal. «Me peleaba con ellos todos los días. Es triste que de la tierra de uno vengan delincuentes como estos. Hay mucha gente que viene a buscarse la vida de manera honrada y a trabajar. Esta es una tierra en la que se puede salir adelante, en la que se puede triunfar, pero ellos no vienen a eso».

-¿Siente que ustedes los marroquíes sufren el estigma por culpa de estas personas?

-Si. Es duro, pero es normal. Es lo que están haciendo: no trabajar, robar, meterse en las drogas. En mi restaurante desde luego no entran porque crean problemas. Tampoco les ayudo porque no les hago bien.

-¿No le parece bien que se les den ayudas?

-La manera de hacerles abandonar esa vida es que, cuando les cogieran robando, los mandaran a trabajar sin cobrar. A limpiar calles, al campo, a los bosques. Pero les dan comida todos los días. Les dan carros de la compra llenos. Les dan casa, sanidad… Todo. Así ¿quién va a trabajar? Les dan todo porque sienten pena de ellos. Claro que siente uno pena, pero así no les ayudan: los están convirtiendo en monstruos.

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