Contra los inmigrantes, es decir, contra nuestras libertades y nuestros bolsillos

Es una cuestión de altruismo y solidaridad con grupos humanos estigmatizados, pero también de egoísmo e interés propio

Público, Enrique Del Teso, 09-09-2024

Lo que se requería a un miembro del Partido era una perspectiva similar a la de los antiguos hebreos que sabían, sin saber mucho más, que todas las naciones excepto la suya adoraban a «falsos dioses». No necesitaban saber que estos dioses se llamaban Baal, Osiris, Moloch o Ashtaroth; probablemente, cuanto menos supiera de ellos, mejor para su ortodoxia. (G. Orwell, La corrupción del lenguaje).

La xenofobia es uno de los sabores del racismo. La trampa es que parece una cuestión de humanidad, altruismo y generosidad. En tiempos de desolación e inseguridad, el interés propio es una pulsión más viva que la solidaridad. Cualquier variante de la bondad es incluso irritante y se moteja con el nombre de buenismo. Es irritante que, cuando no puedes con la vivienda y cada día puedes comprar menos cosas en el supermercado, el progre listillo, que ni siquiera es cura, se adorne hablando de los desfavorecidos y de nuestra obligación moral con ellos. Como si uno fuera un privilegiado. Pero nadie persigue a inmigrantes, homosexuales o gitanos solo para quitarlos de en medio y dejar lo demás como estaba. Se les persigue para que lo demás quede «en orden». Hay algo más que altruismo.

El racismo y sus dialectos empieza siendo un asunto de solidaridad contra egoísmo. Pero solo para empezar, después hay que llegar al interés propio. El odio grupal se nutre de la deshumanización del grupo señalado. Cualquiera puede odiar a quien pone una bomba o a quien nos amenaza con una navaja. Ese odio no sirve. El odio que sirve es el que se puede volcar sobre un niño, sobre una persona desvalida o sobre una persona cualquiera que no nos hizo nada. Una persona normal no puede odiar a gente inocente, salvo que la haya deshumanizado y haya quebrado sus protocolos de socialización. Se deshumaniza a la gente cuando se borra su individualidad y se reduce a los sujetos a un rasgo de grupo. Una vez que el sujeto es negro, gitano, moro u homosexual ya solo es eso y no importa lo que haga, solo es negro o moro, casi sobra el nombre propio. Ese es el punto en el que el odio empieza a ser operativo. El odio grupal se basa en reducir al grupo a un estereotipo negativo (agresivo, bufo, subhumano, …) y en reducir a cada individuo del grupo a ese estereotipo. Por eso dice Orwell, sobre la sociedad de su famosa distopía, que no conviene saber mucho de esos grupos a los que se mira con discordia. Basta con saber que están equivocados, que son hostiles y que sus costumbres son perturbadoras. A la ortodoxia le viene bien que la gente no sepa nada de los grupos a los que se rechaza. Es el que vemos en El tercer hombre, cuando el malvado Harry Lime y el bueno y torpe Holly Martins están en lo alto de una noria, desde donde Harry no ve gente ni víctimas, solo puntos y veinte mil dólares de ganancia por cada punto que deja de moverse. Cuanto más sepas, más los humanizas y menos expeditiva será tu conducta hacia ellos. Conocerlos es el camino por el que un niño acabará siendo un niño y un punto acaba siendo un vecino. Malo para la ortodoxia.

Propaganda de la ultraderecha alemana.
Las derechas están volcadas en el empeño de que deshumanicemos a los inmigrantes. Leyendo lo que se lee en las redes sociales, casi es comprensible. Si ser blanco y de aquí no es un mérito, qué les queda a esas turbas simiescas que solo enlazan brutalidades insustanciales y creen que acumular insultos manidos contra alguien es argumentar y darle un repaso. Cada situación violenta poco habitual crea el mismo revuelo de falsedades, sospechas y señalamientos gratuitos. Cada vez que las derechas, sin distinción, aprovechan algún crimen para rugir sus bulos racistas están derramando bidones de gasolina. Saben que es falso que el crimen de aquel niño de 11 años fuera cosa de inmigrantes, pero lo importante es derramar gasolina. Algún día habrá un crimen o alguna pelea violenta cuyo autor sea un inmigrante o alguien de raza minoritaria. Esa cerilla no serviría de nada si no se hubiera inundado el suelo de gasolina. Y entonces inflamarán el ambiente y, si tienen suerte, conseguirán actuaciones colectivas embrutecidas como las del Reino Unido. La gasolina, el nutriente para las explosiones racistas, se compone de bulos. La mentira es cada vez más la lengua nativa de las derechas, cada vez basan más sus estrategias en la mentira sistemática porque cada vez tienen más que ocultar, cada vez están más fuera de la democracia. Dos verdades anulan la colección interminable de falsedades de las derechas e infelices que de repente creen que el color de su piel es currículum y se sienten importantes por primera vez en su vida. La primera verdad es que España sigue siendo uno de los países más seguros del mundo. No hay hordas inmigrantes asolando ciudades en un país que destaca por su baja criminalidad. La segunda verdad es que ahora mismo, según informes del Banco de España, el 10% de las cotizaciones sociales de la Seguridad Social provienen de inmigrantes y está subiendo su aportación. ¿Hace falta explicar lo significa la Seguridad Social en nuestras vidas o algún bobo cree que es un chiringuito de mantenidos? Según el Banco de España, en las próximas décadas necesitaremos veinticuatro millones de inmigrantes para mantener el sistema de pensiones y no entregar nuestra vejez al lucro voraz de la banca.

Decía que no solo es cuestión de altruismo. Visitemos una escena de Novecento. Los amos se reúnen en la Iglesia (en el inframundo ultra siempre hay iglesias fanáticas). Allí está también el inolvidable fascista Attila. Attila es un empleadillo, un humilde entre los amos. El tono de los ricos va subiendo, los comunistas son bolcheviques, medio asiáticos, casi como sarracenos. Hay que actuar. Le dan el bote a Attila y empiezan a echar billetes (el inframundo ultra siempre está surcado de canales por donde fluye el dinero de los ricos). Los camisas negras tienen ya financiación y una misión, se hacen los perros de los amos. Dos amos no quieren echar dinero en el bote fascista. Attila mira amenazante y golpea el suelo de madera rítmicamente con el pie. Los amos le siguen. Los dos disidentes van saliendo con cuidado. El humilde Attila ya manda, con el bote y la misión. Aparentemente tiene que perseguir a sindicalistas y comunistas. Pero en cuanto se persigue a un grupo, ya hay una inquisición para perseguir y una inquisición somete también quienes no están en el grupo perseguido. Los dos amos disidentes no son comunistas, pero ya temen a Attila. Si se persigue a homosexuales y gitanos, como en Hungría, los que no son una cosa ni la otra viven ya en un país con actuaciones, leyes y agentes que extienden sus maneras autoritarias también fuera de esos grupos. ¿No pretenden acaso esos personajillos de tebeo que se hacen llamar Desokupas, constituidos y pagados para acosar a inquilinos (no hay okupas), no pretenden, digo, extender su presencia intimidatoria a todos los demás? No es solo buenismo y solidaridad. Se cultiva el odio a minorías para que poner a las mayorías el yugo de una inquisición. Las derechas están asociando inmigración con inseguridad, en un país seguro, e inmigración con subvenciones y gastos sociales, en un país con una demografía con forma de seta que necesita inmigrantes, porque su empeño es pasar de la democracia liberal a una democracia zombi, a un sistema autoritario con morfología democrática disecada. Miren a Putin y Orbán.

Es una cuestión de altruismo y solidaridad con grupos humanos estigmatizados, pero también de egoísmo e interés propio. Los amos quieren orden y desigualdad. Erizan odio hacia minorías para que haya una razón de urgencia para actuaciones autoritarias y para acostumbrarnos a la relegación de derechos y libertades. Todo este histerismo de deportaciones masivas y de alarma migratoria que vocifera Feijoo y con el que Abascal se hace el soldadito va contra la mayoría. Va contra nuestras libertades y nuestros bolsillos. Es el mal. Y no olviden la escena de Novecento: siempre hay sectarismo religioso y siempre está el dinero de los amos. Y los amos siempre quieren más.

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