La catastrófica guerra de Sudán, un problema mundial

Podría matar a millones de personas y extender el caos por África y Oriente Medio

La Vanguardia, The Economist, 04-09-2024

La guerra de Sudán ha recibido una mínima parte de la atención prestada a Gaza y Ucrania. Sin embargo, amenaza con ser más mortífera que cualquiera de esos dos conflictos. El tercer país más grande de África está en llamas. Su capital ha quedado arrasada; puede que unas 150.000 personas hayan sido asesinadas, y los cadáveres se amontonan en cementerios improvisados visibles desde el espacio. Más de 10 millones de personas (una quinta parte de la población) se han visto obligadas a huir de sus hogares. Sobre el país se cierne una hambruna capaz de ser más mortífera que la padecida por Etiopía en la década de 1980; según algunas estimaciones, podrían morir 2,5 millones de civiles antes del final del año.

Se trata de la peor crisis humanitaria del mundo y, también, una bomba de relojería geopolítica. El tamaño y la ubicación de Sudán convierte el país en un motor de caos más allá de sus fronteras. Los Estados de Oriente Medio y Rusia patrocinan con total impunidad a los beligerantes. Occidente se desentiende; las Naciones Unidas están paralizadas. La violencia desestabilizará a los vecinos y desencadenará flujos de refugiados hacia Europa. Sudán tiene unos 800 kilómetros de costa en el mar Rojo por lo que su implosión amenaza el canal de Suez, una arteria clave del comercio mundial.

Los principales contendientes son las Fuerzas Armadas Sudanesas (FAS), el ejército convencional, y una milicia llamada Fuerzas de Apoyo Rápido (FAR). Ninguno de los dos tiene un objetivo ideológico ni una identidad étnica monolítica. Los dos están dirigidos por señores de la guerra sin escrúpulos que compiten por el control del Estado y su botín.

Sudán ha padecido guerras civiles intermitentes desde su independencia
Sudán ha padecido guerras civiles intermitentes desde su independencia en 1956. Un sangriento conflicto terminó con la secesión de Sudán del Sur en 2011. Hace veinte años, un combate genocida en Darfur atrajo la atención del mundo. Sin embargo, incluso teniendo en cuenta esos horrorosos parámetros, el conflicto actual resulta espeluznante. Jartum, una ciudad antaño bulliciosa, se encuentra reducida a ruinas. Ambos bandos bombardean a los civiles, reclutan a niños y provocan hambrunas. Las FAR están acusadas de forma verosímil de violaciones masivas y genocidio.

Las potencias exteriores alimentan los combates. Los Emiratos Árabes Unidos (EAU), un parque recreativo para sibaritas, suministran balas y drones a los asesinos de las FAR. Irán y Egipto arman a las FAS. Rusia ha jugado a dos bandas y desplegado a los mercenarios de Wagner. Arabia Saudí, Turquía y Qatar también compiten por la influencia. Cada uno de esos agentes tiene objetivos muy concretos, desde asegurarse el suministro de alimentos hasta apoderarse del oro. Entre todos, están contribuyendo a convertir un país enorme en un sangriento bazar. La carnicería irá a peor. Nuestro análisis de los datos y las imágenes térmicas de los satélites muestra un país cubierto de incendios. Se han quemado granjas y cultivos. La población se ve obligada a comer hierba y hojas. De continuar la escasez de alimentos, podrían morir de inanición entre 6 y 10 millones de personas de aquí a 2027, según un grupo de reflexión neerlandés que está modelizando la crisis.
África ha vivido en los últimos 25 años, en el Congo, otra guerra de un horror comparable. Lo diferente en el caso de Sudán es el grado en que el caos se extenderá más allá de su territorio. El país tiene fronteras porosas con siete Estados frágiles que representan el 21% de la masa terrestre del continente y que albergan a 280 millones de personas; entre ellos, Chad, Egipto, Etiopía y Libia. Esos países se enfrentan a unos desestabilizantes flujos de refugiados, armas y mercenarios.

Más allá de África, se espera en Europa una nueva oleada de refugiados (tras las ocasionadas por las guerras en Siria y Libia) en un momento en que la inmigración es un asunto incendiario en Francia, Alemania y otros países. En la actualidad, ya es sudanés el 60% de quienes se encuentran en los campamentos de Calais, en el lado meridional del canal de la Mancha.

El país podría convertirse en refugio de terroristas o proporcionar una plataforma para otros regímenes deseosos de sembrar el desorden: Rusia e Irán exigen una base naval en el mar Rojo a cambio de armar a las FAS. Si Sudán se sume en un caos permanente o se convierte en un Estado delincuente hostil a Occidente, podría alterar aun más el funcionamiento del canal de Suez, por el que circula habitualmente una séptima parte del comercio mundial (sobre todo, entre Europa y Asia). UN paso que ya se enfrenta a interrupciones debidas a los ataques de los rebeldes hutíes en Yemen, que obligan a los buques de carga a dar largos y costosos rodeos por África.

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La vicesecretaria general de la ONU, Amina Mohammed, con el jefe del ejército sudanes, Abdel Fattah al-Burhan, durante una visita oficial a Puerto Sudán el 29 de agosto de 2024. (Foto de AFP)- / AFP
Pese a lo mucho que está en juego, el mundo ha respondido con indiferencia y fatalismo a la guerra de Sudán, lo que demuestra hasta qué punto se está normalizando el desorden. Occidente trató de poner fin a la crisis de Darfur en la década de 2000; pero hoy los funcionarios estadounidenses se encogen de hombros y dicen que están demasiado ocupados con China, Gaza y Ucrania.

La opinión pública occidental se muestra muda: no ha habido este año muchas banderas sudanesas ondeando en los campamentos de las grandes universidades estadounidenses. El Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas está dividido, su burocracia es demasiado lenta. China tiene poco interés en resolver guerras lejanas. Otros países africanos han perdido las ganas de denunciar atrocidades. Las tímidas conversaciones de Ginebra para conseguir un alto el fuego no han llegado a ninguna parte.

Sin embargo, es un grave error que el mundo exterior se desentienda de Sudán, tanto por razones morales como de interés propio. Y es equivocado pensar que no se puede hacer nada. La indignación pública puede presionar para conseguir una mayor acción por parte de los gobiernos democráticos que se preocupan por las vidas humanas. Y muchos países tienen un incentivo para desescalar y contener los combates. Europa desea limitar los flujos migratorios; Asia necesita un mar Rojo estable.

Limitación de daños
Un enfoque más constructivo debería tener dos prioridades. Una es enviar rápidamente más ayuda para reducir el número de las víctimas de las hambrunas y las enfermedades. Los camiones cargados de alimentos deben cruzar todas las fronteras posibles. Es necesario que la financiación pública y privada fluya hacia las ONG sudanesas que gestionan las clínicas y los comedores creados sobre el terreno. Cabe la posibilidad de enviar vía móvil dinero directamente a quienes padecen hambre para que puedan comprar alimentos donde haya mercados que funcionen.

La otra prioridad es presionar a los cínicos agentes externos que alimentan el conflicto. Si los señores de la guerra de Sudán tuvieran menos armas y menos dinero para comprarlas, habría menos matanzas y menos hambrunas inducidas por la guerra. Estados Unidos, Europa y otras potencias responsables deberían imponer sanciones a cualquier empresa o funcionario público que explote o permita la guerra de Sudán, incluidos los de aliados como los EAU. No será fácil recomponer Sudán. Tras más de 500 días de combates despiadados, los daños tardarán décadas en repararse. Sin embargo, si el mundo actúa ahora, sí que será posible salvar millones de vidas y reducir la posibilidad de unas desastrosas réplicas geopolíticas. Durante demasiado tiempo, Sudán ha sido la guerra de la que casi todo el mundo ha preferido desentenderse. Ha llegado el momento de prestar atención.

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