"No voy a dejar colgado a un compatriota"

La comunidad senegalesa se moviliza para acoger y mantener en sus casas a los recién llegados

La Vanguardia, 24-08-2006

SARA SANS – Tarragona

Los recién llegados mueven cielo y tierra para dar con algún conocido que les tienda la mano
Durante las últimas semanas, Jalifa ha recibido cuatro llamadas desesperadas de amigos de amigos o parientes de conocidos recién llegados a la Península. Han sobrevivido a un viaje de pesadilla compartiendo cayuco con decenas de personas. Sin ropa de abrigo. Comiendo cualquier cosa y orinando en el mismo lugar. Y han conseguido llegar. Ahora se aferran a un número de teléfono móvil para encontrar un sitio donde quedarse. “¿Y qué vas a hacer? Un senegalés nunca dejaría colgado a un compatriota; hacemos todo lo que podemos para ayudarles, aunque yo he prohibido a todos mis parientes que se jueguen la vida de este modo”, asegura Siny Diame, tesorero del Colectivo de Senegaleses de Tarragona, fundado hace trece años y que cuenta con unos 600 socios.

Desde hace semanas, esta comunidad africana se está movilizando para acoger a los inmigrantes recién llegados. Los móviles de quienes ya están afincados en territorio español echan humo. “Yo no sé cómo algunos han conseguido mi número de teléfono”, asegura Jalifa. Desde hace algo más de un mes tiene alojado en su casa, un piso de propiedad en Tarragona, a Malik, un joven de 29 años, un amigo de la infancia. En Dakar vivían en el mismo barrio. “Cuando me llamó ya lo habían enviado a Madrid; si me hubiera preguntado le habría dicho que no viniera”, asegura Jalifa. Cuando supo de él, ya era demasiado tarde.

El relato de Malik, como el de todos los que consiguen contarlo, es estremecedor. Asegura que embarcó en el cayuco engañado: “Nos dijeron que el barco con el que llegaríamos a Canarias estaba anclado frente a la costa, pero no había ningún barco”. El cayuco navegó durante seis días interminables. Malik no sabe cuánto pagó su hermana para que él pudiera embarcar, pero algunos de los compañeros de viaje habían gastado 600 euros. Una fortuna para quien huye de la miseria.

Ahora Malik sólo tiene su pasaporte y depende de la generosidad de Jalifa, afincado en Tarragona desde hace cinco años y donde vive con su esposa y su hija. Apenas habla español y será muy difícil que encuentre un empleo, porque no tiene ni permiso de residencia ni de trabajo, pero Malik y su familia están dispuestos a ayudarle en todo hasta que sea necesario. “Su hermana me llamó cuando ya había embarcado y hasta que Malik nos llamó pensé lo peor”, explica Jalifa.

Siny, que llegó a Salou hace quince años, también tiene alojado en su casa a un compatriota, a un amigo de Dakar que le llamó desesperado cuando ya había pisado suelo español. Babakar sabía que iba a viajar en cayuco, pero no que iba a jugarse la vida. Estuvo nueve días en alta mar y ahora jura que ni por todo el dinero del mundo volvería a hacerlo. Pero Babakar ha tenido suerte. Un día, cuando vendía gafas de sol en una playa, un hombre le ofreció trabajo. Ahora está todo el día en el campo. Trabaja doce horas o las que hagan falta para poder mandar dinero a casa. “Para eso hemos venido”, sentencia Siny. Con ese dinero, su familia comerá mejor. Podrá comprarse un coche y quizás hacerse una casa nueva. “Otro vecino lo verá y también querrá venir, al precio que sea”, lamenta Siny. Aunque el precio sea la propia vida.

“Lo primero que hicimos al llegar a Tenerife fue juntar el poco dinero que llevábamos para comprar un móvil, llamar a la familia y contactar con alguien; es lo que hace todo el mundo”, explica Malik. Mueven cielo y tierra para dar con algún conocido, por remoto que sea, que les tienda una mano.

Durante los últimos meses, sólo a Tarragona han llegado, vía Madrid y a través de la Cruz Roja, una decena de inmigrantes senegaleses cada dos semanas. Tras la recién avalancha de cayucos, los voluntarios de esta entidad se están preparando para acoger el doble de recién llegados a partir de septiembre. Ala mayoría los alojan en un hostal de Montblanc y desde allí se sitúan en las casas de los compatriotas que pueden localizar y que acceden a acogerles.

“Cuando yo vine – hace quince años- llegaban a Salou unos 20 senegaleses al año; ahora llegan entre cinco y diez cada mes”, calcula Siny. No hace mucho, esperando el autobús en la estación de Tarragona, un compatriota se dirigió a él: “No conocía a nadie y no tenía nada, le dije que se viniera conmigo y le buscamos un sitio”. Las asociaciones de senegaleses – que proliferan en varias ciudades catalanas, como Lleida o Mataró- hacen estos días todo lo que pueden para acoger a quienes llegan.

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