LA PRESIÓN MIGRATORIA // EL DESTINO DE LOS INMIGRANTES TRASLADADOS POR EL GOBIERNO DESDE CANARIAS
Siete meses a la deriva
El Periodico, 24-08-2006CAROLINA ABADÍA
BARCELONA
Les lleva siete meses de ventaja a los 47 africanos que ayer vagaban por las calles de Barcelona. Meses durmiendo al raso y recogiendo en una parroquia bolsas con la ración de comida diaria. “No hay trabajo sin papeles”, se lamenta. Osman Sambe, mauritano, está a punto de cumplir 24 años y es capaz de descifrar alguna frase en castellano, pero se expresa en francés. Partió del puerto de Nuadibu, la ciudad costera de Mauritania más cercana a las Islas Canarias.
Llegó a Tenerife en enero, a las dos de la madrugada. Entre la llegada y la partida, siete días navegando por el Océano Atlántico en un cayuco con 45 africanos más. Los dos primeros días “fueron bien”, dice, pero al cuarto se acabaron la comida y la gasolina. Osman vio cómo dos de sus compañeros de viaje morían de hambre sin poder hacer nada por ellos. “Me sentí impotente, fue lo más duro que he vivido”, explica el joven africano.
Los vientos alisios los empujaron hasta la costa, no necesitaron avisar a los servicios de rescate. A las dos de la mañana buscaron una pensión en la que descansar. Un hostelero recibió al grupo de africanos, los retuvo, prometiéndoles la ansiada cama, y, acto seguido, avisó a las autoridades.
Privado de libertad
La policía los detuvo y, tras agotar el plazo máximo de 72 horas, inició su expediente de expulsión y solicitó su traslado a un Centro de Internamiento de Extranjeros (CIE). Osman fue al de Fuerteventura, donde pasó 31 días esperando ser devuelto a Mauritania. “Hay policías que te tratan bien, pero hay otros que no”, explica.
Osman tomó un avión que no le llevó a Mauritania, sino a Sevilla. La Cruz Roja lo recogió y le proporcionó comida y alojamiento en la ciudad durante ocho días. “Los trabajadores de la Cruz Roja me preguntaron dónde quería ir y le dije que a Barcelona. No sé porqué, me gustaba”, relata el mauritano. “Ellos me dieron el billete”, revela.
Sobrevivir en Barcelona
El joven africano cuenta que cuando llegó a la ciudad “dormía en la plaza de Colón y recogía comida en las iglesias”. Se refiere a la parroquia de Sant Agustí, en el Raval, que cada mañana, en dos turnos (10.30 horas y 11.30 horas) ofrece una comida y una bolsa con provisiones a todo el que la necesite, hasta que se acaban sus existencias. También acudía a otro comedor social en la plaza Reial. “Ahora ya no voy”, especifica. Y es la primera vez que sonríe.
Osman aguantó así cinco días y decidió irse a Cuenca. Era el mes de marzo y allí había conseguido un trabajo por unos días en labores agrícolas. Cuando se quedó sin sueldo otra vez, regresó a Barcelona y siguió durmiendo en la calle. “Sin papeles no hay trabajo”, está cansado de oír.
De nuevo decidió probar suerte fuera de Barcelona, esta vez en Lleida. Deambuló por sus calles unas semanas, pero siguió escuchando la misma frase. Ahora no va a la parroquia ni duerme en la calle porque un buen amigo le deja dormir con él en la habitación que tiene alquilada. Le alimenta, si hace falta, y además le sirve de traductor. El amigo es vendedor ambulante, pero Osman no tiene dinero para comprar películas que revender en el top manta. Ya no va a los comedores sociales, pero sigue pasando hambre: “He estado dos días y medio sin comer”, afirma.
¿Preparado?
Es una historia de tantas, son siete meses de ventaja. ¿Imaginabas que sería tan duro? “No”, responde rotundo. “Pensaba que aquí había trabajo, que yo podría trabajar, que aquí todo era muy fácil”. Nunca había oído hablar de papeles, antes de llegar.
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