Kamala Harris empieza fuerte su campaña. Se ha asegurado la mayoría de delegados necesarios para su designación como candidata y ha logrado más de 100 millones en donativos. En caso de competir cara a cara con Trump sería la culminación de una larga trayectoria de servicio público. Y, de alcanzar la Casa Blanca, se convertiría además en la primera mujer en ocupar la presidencia estadounidense. Un mundo convulso también está pendiente del liderazgo de una de sus mayores potencias.

Mi pálpito me dice que lo conseguirá. Defensora de los derechos de los migrantes indocumentados en Estados Unidos, representa la antítesis de Trump, símbolo del machismo, racismo y capitalismo salvaje: “Sé qué tipo de persona es Donald Trump y en esta campaña voy a usar orgullosamente mi experiencia contra la suya”, alertaba.

No lo tendrá fácil. El tirón y carisma de la vicepresidenta puede ser determinante no sólo entre las comunidades afroamericanas y asiáticas sino también entre la población más joven en asuntos como la atención sanitaria, la lucha contra el cambio climático y la necesidad de dar un giro en el papel de USA en Gaza. Hace apenas dos años el Tribunal Supremo de Estados Unidos puso fin a las garantías federales de protección del derecho al aborto.

Unos 20 estados han restringido o prohibido el acceso al aborto lo que afecta a al menos a 25 millones de mujeres. Abortar es hoy una odisea para millones de estadounidenses. Y las más afectadas son las latinas y de origen afroamericano. Jóvenes que ella representa.