Estados Unidos se pregunta si el país está preparado para ser dirigido por una mujer

Kamala Harris se convierte en un revulsivo para la campaña demócrata y comienza a acorta distancias con la candidatura de Trump

Diario Vasco, Mercedes Gallego Corresponsal. Nueva York, 24-07-2024

Hace ocho años Hillary Clinton se despidió del sueño de ser la primera mujer presidenta de Estados Unidos anotándose el punto de haber abierto «18 millones de grietas (votos) en el techo de cristal más alto y más duro de nuestro tiempo», defendió. ¿Habrá cedido con el tiempo transcurrido esa cúpula infranqueable que separa a las mujeres norteamericanas del poder?

México eligió este mes a Claudia Sheinbaum como presidenta. Islandia, el mes pasado, a Halla Tómasdóttir. Un total de 27 mujeres han sido designadas en este momento alrededor del mundo para un cargo que en Estados Unidos todavía no ha estrenado ninguna. Kamala Harris tiene ahora la oportunidad de lograr lo que Hillary no pudo, pero en su caso es el más difícil todavía. «No todo el mundo puede ser Margaret Thatcher. No la respetarían en el mundo», se excusó Roby Peake, presidenta del grupo republicano de Michigan ’Women’s Federation’, a pregunta de este periódico.

«¿Y por qué no una mujer blanca? ¿Qué pasa con cualquier otro grupo?», inquirió indignado el congresista de Tennessee Tim Burchett en MSNBC. Además de mujer, Harris es negra, asiática, progresista de California, no tiene hijos propios ni ha hecho carrera a la sombra de su marido, que ayer ejercía de primer caballero visitando una clínica de derechos reproductivos a las afueras de Washington mientras ella volaba a Milwaukee para estrenarse en la campaña. Además, esta presidenta potencial no va de dura, sino que ríe a pierna suelta allí donde otros fruncen el cejo. Donald Trump se mofa de ella llamándola «loca».

Al tener 17 años menos que Hillary Clinton, Harris ha tenido una experiencia vital muy diferente a la de la mujer que creció en los años 60 e incendió el movimiento feminista en Estados Unidos precisamente por perder. «Ver ganar a Trump semanas después de que le oyéramos decir en cámara que le metía mano a las mujeres por la vagina cuando le daba la gana, me hizo sentir que como mujer no valgo absolutamente nada para esta sociedad», escribió entonces en ‘The Nation’ Joan Walsh. No en vano el día de su investidura un millón de mujeres tomaron las calles de Washington armadas con gorritos rosa y un grito de protesta. Al año siguiente el movimiento del #MeToo explotaría con la denuncia de los abusos sexuales cometidos por el productor de Hollywood Harvey Weinstein. Las mujeres de EE UU estaban empoderadas y pronto lo harían también los afroamericanos víctimas de abusos policiales. Harris encarna el triunfo de las dos grandes causas de su tiempo, lo que explica el repentino entusiasmo que ha desatado su candidatura.

«Cuando hablé con ella el domingo me dijo que quería tener la oportunidad de ganarse la nominación desde abajo. Me dijo que se ganaría el apoyo de nuestro partido y, ¡ostras si lo ha hecho!», contó ayer electrizado el líder del Senado, Chuck Schumer, al darle oficialmente su apoyo. «¡Y en un tiempo récord! Nunca he visto a nadie unificar al partido tan rápido.»

Tanto que Trump y su campaña han empezado a cuestionarse la elección de J. D. Vance como vicepresidente porque no se acerca ni de lejos al revulsivo que ha supuesto la elección de Harris en el Partido Demócrata. Los seguidores de Joe Biden estaban completamente desmoralizados por el evidente declive de su candidato de 81 años que se resistía a pasar el testigo. Sabían a ciencia cierta que, de acuerdo a todas las encuestas, perdería las elecciones en noviembre. Harris supone una segunda oportunidad para quienes ya veían a Trump de vuelta en la Casa Blanca y con ello sus carreras políticas acabadas y sus derechos anulados.

«Nuestras campañas siempre han consistido en dos versiones diferentes de lo que vemos como el futuro de nuestro país: Uno, enfocado en el futuro y otro, en el pasado», explicó Harris ayer durante su primer mitin celebrado en Wisconsin, allí donde su rival fue coronado la semana pasada. «Trump quiere hacer retroceder a nuestro país en el tiempo. A un tiempo anterior a que muchos de nuestros compatriotas tuvieran toda su libertad y sus derechos. Yo creo en un futuro más luminoso para todos los estadounidenses», enunció.

Como fiscal en California se especializó en perseguir abusos sexuales como los que Trump ha cometido a lo largo de su vida. Mientras el mandatario presume de haber nombrado para el Tribunal Supremo a los tres jueces que inclinaron la balanza para cancelar el derecho federal al aborto, Harris promete elevar ese derecho a ley, si su partido consigue la mayoría en las dos cámaras, un reto todavía mayor que el de su propia elección. «El testigo está en nuestras manos», advirtió ayer.

Las mujeres que recientemente han visto revertida la principal sentencia contra Harvey Weinstein, y se han visto obligadas a comprar píldoras abortivas clandestinamente por internet, saben que lo que se juegan el 5 de noviembre no es sólo el triunfo de un hito feminista, sino sus derechos más elementales. Los hombres que votaron por Barack Obama para dejar atrás un pasado racista entienden que la elección de una mujer de color sería algo «todavía más grande que la de Obama», dijo ayer Michael Steel, ex secretario general del Partido Republicano, que lidera el Proyecto Lincoln contra Trump.

Steel es afroamericano y sabe que el racismo está profundamente enconado en el partido conservador, e incluso en el demócrata. En Estados Unidos los negros obtuvieron el derecho al voto antes que las mujeres, pero los poderes fácticos se encargaron de inutilizarlo poniéndoles trabas insuperables para ejercerlo. Los demócratas del sur eran entonces los racistas, como da fe la exasesora de Seguridad Nacional de Bush, Condoleezza Rice, al explicar su ingreso en el Partido Republicano.

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