Vuelta al exterminio

La libertad ha sido amenazada por regímenes totalitarios que buscan controlar todos los aspectos de la vida de sus ciudadanos

Diario Vasco, Nora Vázquez Sanitaria y Jurista, 02-07-2024

lo largo de la historia, los extremismos políticos han sido una constante amenaza para la estabilidad y el progreso de las sociedades. Sus raíces se hunden en las profundidades del miedo, la frustración y la búsqueda de soluciones simplistas a problemas complejos. En el pasado, hemos visto cómo el extremismo económico, encarnado en ideologías como el fascismo y el comunismo, ha llevado a la destrucción de naciones enteras y a la pérdida de innumerables vidas. El nacionalismo exacerbado, con su exaltación de la identidad nacional y su rechazo a lo extranjero, ha sido el combustible de guerras y conflictos étnicos. La inmigración, convertida en chivo expiatorio de los problemas económicos y sociales, ha sido objeto de discursos xenófobos y políticas discriminatorias. Y la libertad, ese bien preciado que tanto esfuerzo nos ha costado conquistar, ha sido amenazada por regímenes totalitarios que buscan controlar todos los aspectos de la vida de sus ciudadanos.

En nuestros días, asistimos a un resurgimiento de estos extremismos, alimentados por la incertidumbre económica, la globalización y los flujos migratorios. El nacionalismo, avivado por el miedo a la pérdida de identidad y el rechazo a la diversidad, encuentra eco en discursos que señalan al diferente. La crisis de identidad y la pérdida de referentes tradicionales asentados estructuralmente desde hace años, como la religión o la familia, también contribuyen al auge del extremismo. En un mundo cada vez más globalizado y cambiante, muchas personas se sienten desorientadas y buscan un sentido de pertenencia en grupos extremistas, que ofrecen una identidad clara y definida, aunque sea a costa de excluir y demonizar a otros.

La libertad de expresión y de prensa se ven amenazadas por gobiernos autoritarios que buscan controlar la narrativa y silenciar a las voces disidentes.

El cerebro humano, con su tendencia a simplificar la realidad, puede ser vulnerable a mensajes extremistas
La historia nos enseña que los extremismos políticos no son la solución a los problemas que enfrentamos. Al contrario, son una amenaza para nuestra convivencia, nuestra democracia y nuestro futuro.

En la Alemania nazi, el nacionalismo exacerbado y el racismo llevaron al Holocausto, uno de los mayores genocidios de la historia. En la Unión Soviética, el comunismo, con su promesa de igualdad y justicia social, se convirtió en un régimen totalitario que reprimió brutalmente a sus ciudadanos y causó millones de muertes.

En la Camboya de los Jemeres Rojos, el extremismo ideológico llevó a la ejecución de intelectuales, profesionales y minorías étnicas, sumiendo al país en un caos y una miseria inimaginables.

El cerebro humano, con su tendencia a simplificar la realidad y buscar patrones, puede ser vulnerable a los mensajes extremistas. Estos mensajes, como anzuelos bien cebados, apelan a nuestras emociones más básicas, como el miedo y la ira, y ofrecen soluciones simples a problemas complejos. Además, el sesgo de confirmación, esa tendencia a buscar información que refuerce nuestras creencias previas, puede llevarnos a caer en la trampa de los discursos extremistas, creando burbujas de opinión donde la realidad se distorsiona.

En el ámbito económico, la desigualdad y la falta de oportunidades actúan como combustible para el extremismo. Cuando la brecha entre ricos y pobres se amplía, como una herida que no cicatriza, la frustración y el resentimiento se acumulan, creando un terreno fértil para los discursos que prometen soluciones radicales. La globalización, con sus ganadores y perdedores, también puede generar un sentimiento de pérdida de control y de identidad, que los extremistas explotan para ganar adeptos.

Desde una perspectiva sociológica, la polarización social, como dos imanes que se repelen, dificulta el diálogo y el entendimiento. Las redes sociales, con sus algoritmos que nos muestran lo que queremos ver, amplifican esta polarización, creando cámaras de eco donde los discursos extremistas encuentran un público receptivo. La pérdida de confianza en las instituciones tradicionales, como los partidos políticos y los medios de comunicación, también contribuye a crear un vacío que los extremistas llenan con sus promesas de cambio radical.

La falta de memoria histórica sobre los horrores del extremismo del siglo XX contribuye a su resurgimiento. Las generaciones que no hemos vivido en carne propia los horrores del nazismo, el fascismo o el comunismo, podemos ser más susceptibles a los cantos de sirena de los extremistas, que presentan sus ideologías como algo nuevo y atractivo. Es fundamental leer, estudiar, saber y conocer, que los extremismos, independientemente de su signo político, han sido responsables de algunos de los episodios más oscuros de la historia de la humanidad.

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