Nuevas colonizaciones
«Sucede que, junto con los cuerpos van también las almas, las sensibilidades y los hábitos sociales de los grupos o colectividades. Es este un fenómeno que vale para todas las colonizaciones»
Diario Vasco, 21-08-2006Toda colonización, como toda inmigración, implica expansión. ¿Expansión en qué sentido? En el sentido geográfico, desde luego; pues cualquier colonización o inmigración implica siempre instalación de un grupo humano en un nuevo territorio. Pero también implica expansión en el sentido biológico y social. Y, según y cómo, en el político.
En el biológico, porque es insoslayable que las personas provengan de un determinado tronco humano, de una determinada sangre, o estirpe, o raza. Pero tratándose de seres humanos, también es obvio que las repercusiones nunca pueden quedar reducidas a lo material, a lo corporal, a lo físico, a lo biológico.
Porque sucede que, junto con los cuerpos van también las almas, las sensibilidades y los hábitos sociales de los grupos o colectividades. Es este un fenómeno que vale para todas las colonizaciones habidas y por haber. También, por supuesto, para la colonización atípica de que está siendo objeto Europa a través de las inmigraciones masivas. Vale la pena que nos detengamos en pasar revista detenida a la cuestión, para tratar de columbrar su verdadero alcance.
De momento, hay bases para sospechar que los cambios producidos por la actual inmigración – si continúa al ritmo que hasta ahora, y en presencia de la baja natalidad de la población de los países receptores, no dejarán incólume ningún aspecto de la civilización y la cultura europeas.
Que los cambios que se produzcan sean para enriquecimiento humano, se concreten en un proceso empobrecedor e incluso en una decadencia rápida, no depende de ningún elemento mágico como parece darse a entender cuando se habla de la multiculturalidad como la panacea de los males sociales de nuestra época, sino de la gestión adecuada o inadecuada de que sean objeto las tensiones, problemas y conflictos que ya comienzan a ejercer presión sobre las actuales estructuras. Que esa presión, que tiende a ser total, alcance su grado crítico, depende ahora fundamentalmente más de la acumulación de torpeza o errores en materia de política inmigratoria por parte de los países receptores, que de agresividad consciente de los grupos llegados, aunque en determinados momentos pueda parecer lo contrario.
Para explicarnos la tendencia hacia la totalidad que llevan esas presiones, hay que tomar en cuenta que cada varón y cada mujer, como miembros de la especie humana son seres sociales. No es, pues, que el hombre, al escoger entre la compañía de otros y la soledad, haya preferido la compañía de sus semejantes. No; el carácter social no es un simple rasgo que el hombre pueda escoger o rehusar a su capricho.
Por consiguiente, tampoco es la sociedad el resultado de un pacto cuyas ventajas los hombres hayan calculado antes de suscribirlo por primera vez y de renovarlo en ocasiones sucesivas. El llamado “pacto social” a lo Rousseau no es sino una metáfora intencionada que indica una situación que, paradójicamente, nunca tuvo sitio en ninguna parte. Esto significa que el pacto social, en el sentido que aquí estamos tratando, no corresponde a la realidad histórica como ridículamente se da a entender a veces.
Nunca hubo, pues, pacto social. Lo que siempre hubo es la naturaleza social del hombre sin la cual ninguna persona humana sería lo que es, ni la humanidad habría llegado adonde está. Por eso, tratándose de colonizaciones, como de inmigraciones, por muy atípicas y encubiertas que éstas sean, al lado de la expansión biológica que conllevan, hay que contar inexorablemente con la expansión social de los grupos que arriban. El hecho señalado nos obliga a tener en cuenta una verdadera constelación de expansiones parciales.
En efecto, los grupos que componen el conglomerado humano de las inmigraciones, llevan consigo muchos elementos que inevitablemente entrarán en colisión, en fusión o en sinergia con los elementos de la misma naturaleza que sostienen la cultura del país de recepción. Así, puede acontecer que cada uno de los grupos o algunos de ellos, aporte un código, mas o menos rico o más o menos pobre, para comunicarse entre sí (idioma); o una forma determinada de entender las relaciones entre el hombre y la mujer en orden a la familia y a la mutua ayuda (relaciones esponsalicias), y entre los padres y los hijos (relaciones familiares); o una forma de entender la jerarquía y la función social de las edades (ritos de paso) y de los sexos.
Pueden aportar también formas burdas o más o menos refinadas de responder a las grandes preguntas en torno al origen y finalidad del ser humano; acerca de su destino ulterior; acerca del valor del sufrimiento y del papel de la felicidad; acerca de la función del amor y de la entrega; acerca de la presencia del mal y la factibilidad del bien; acerca del Ser Necesario y su relación con los seres contingentes. Y en todo esto se está hablando de religión en un sentido muy amplio.
Igualmente habrá que considerar las formas admitidas, simples o complejas de organizarse en sociedad (política en sentido amplio); las formas de armonizar facultades, derechos y obligaciones (sentido del derecho y de la justicia); de restituir el orden roto o el derecho conculcado (policía, instancias judiciales, sistema punitivo); de entender las relaciones de producción; de administrar los bienes primordiales que la Naturaleza ofrece; de entender la posesión, propiedad y uso de los bienes materiales derivados del trabajo. También es sumamente importante calibrar en las poblaciones recién llegadas la mayor o menor capacidad de emplear el propio ingenio.
Claro que cada uno de estos ítems ha de entenderse también en sus ausencias o en sus aspectos deficientes y negativos, como puede pasar con la existencia de hábitos sociales adventicios o parasitarios (sociedades de mendicantes o de marginación); o con la existencia de grupos de protección coercitiva vulgarmente llamados mafias. Igualmente ha de considerarse la existencia o inexistencia de afinidades, convergencias, parentescos y coincidencias de tipo cultural, histórico e incluso étnico y racial entre los grupos que llegan y los grupos del Estado receptor, ya que la experiencia nos dice universalmente que con el genérico factor hombre no basta para dulcificar las tensiones que se producen ante grandes migraciones cuando están presididas por el desorden y el desconcierto, como es el caso actual.
El amplísimo y complejo repertorio que hemos revisado aquí constituye lo que en sentido genérico llamamos el perfil de una civilización. Este perfil sería incoherente si sus elementos no encajasen a su vez en valores cuyo papel es ensamblarlos entre sí, de forma que no se produzcan desequilibrios imposibles de superar o que, aún siendo teóricamente superables, no lo sean en el tiempo prudencial que exige la búsqueda de adaptaciones sociales adecuadas. No decimos que sea posible evitar los desequilibrios – eso ya no es posible – , sino de controlar éstos para poder darles la respuesta adecuada y digna de los seres racionales, libres y sociales que somos los seres humanos.
La repertorización de los sectores de cambio, que es lo que hemos hecho aquí, es un modesto intento de popularizar una mentalidad previsora que impida en lo posible que los graves problemas con que se tendrá que enfrentar Europa, pillen de sorpresa a los que están llamados a ser los futuros afectados: no el hombre genérico, sino el ciudadano concreto.
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