La prostituta voluntaria y la esclava sexual: Sandra, periodista venezolana en paro, y Osas, madre a los 13 captada por Facebook

Una, nigeriana, fue engañada por internet, entró en España oculta en un coche y sufrió un «infierno» en Marconi. Sus captores han sido condenados y ellas salva a otras esclavas. La otra, venezolana y periodista, quedó en paro con un hijo. Vino a España a prostituirse "por dinero"

El Mundo, Quico AlsedoMadrid Madrid, 03-05-2024

Son dos caras de una misma moneda, Osas y Sandra, Sandra y Osas, que explican lo complejo de regular/abolir el sexo de pago, y de atajar la esclavitud sexual.

NIGERIA, 2012: 40.000 € DE DEUDA
La prostitución comenzó para Osas, como ella quiere que la llamemos porque «viene a ser como María pero en Nigeria», cuando en 2012, con 15 años, una hija de dos y un matrimonio roto a la espalda (no el de sus padres, sino el suyo propio), una noche contestó un par de mensajes por Facebook. Y cosechó eso que en esa red social se denomina amigo.

Osas había sido madre con apenas 13 años, después de haber sido casada a la fuerza con un hombre mucho mayor, y se había divorciado tras dos años de convivencia «horrible, porque él pensaba que yo me quejaba porque quería, pero ¡era una niña!».

Osas, víctima de trata que llegó engañada desde Nigeria, colabora con la asociación APRAMP.
Osas, víctima de trata que llegó engañada desde Nigeria, colabora con la asociación APRAMP.SERGIO GONZÁLEZ-VALERO
Sola, con su hija a cuestas y sin techo, había intentado volver a casa de sus padres, con sus seis hermanos, pero le habían dado con la puerta en las narices: «Me dijeron que por divorciarme era la vergüenza de la familia, que no había sitio para mí. Bueno, me lo dijo mi padre, mi madre no habló. Que me arreglara como pudiera».

Y eso había hecho. Aún adolescente, se había formado a toda máquina como profesora, y había conseguido trabajo en una escuela a la que podía llevarse a su hija para cuidar de ella a la vez. Incluso había logrado completar su estabilidad económica con otros ingresos: un pequeño negocio de venta de ropa de segunda mano.

Pero, ay, Facebook: «Empecé a poner mensajes como de amor de padres y así, sobre mi hija… Y apareció él. Fue, al principio, como mi novio de internet. Sólo nos vimos dos veces». Pero fueron suficientes. Aquel hombre, también nigeriano, rápidamente le propuso a Osas llevarla a Europa. ¿A España? «No, a cualquier país europeo. Daba igual, a los nigerianos, cualquier país nos parece mejor que Nigeria». Pero antes del viaje había que completar un paso importante: si Osas quería viajar a Eldorado, qué menos que comprometerse con sus benefactores: «Había que jurar en vudú, y allí el vudú es una cosa muy seria: todos creemos en él».

¿Qué había que jurar? No hablar jamás con la Policía, porque Osas no iba a entrar legalmente en Europa y, claro, tenía que pagar por semejante privilegio. Esta chica de ojos enormes y ademanes determinados, sentada hoy en una oficina del centro de Madrid, ya feliz y fuerte con sus dos hijos, condenados quienes la esclavizaron, hizo en aquel momento lo único que podía hacer: «Cogieron mi pelo, de la cabeza, de abajo y de las axilas. También cogieron bragas usadas. Con todo hicieron el ritual, mataron un gallo, me comí su hígado con un poco de ron y ahí me comprometí a no hablar jamás a la Policía».

La deuda, a pagar trabajando al llegar a destino, «eran 40.000 euros, que yo pensé que eran igual a 40.000 nairas». En unos meses descubriría que no: 40.000 nairas, al cambio de hoy, son 30 euros.

En el rito estuvo presente la propia hermana de Osas esencial para luego amenazarla con hacer daño a su familia, y tras él pudo hablar por teléfono con la mujer, también nigeriana, que meses después iba a prostituirla en la Colonia Marconi, una de las zonas más degradadas del barrio de Villaverde, Madrid: «Ahí ya me dijeron que si se me ocurría romper el compromiso podría ocurrirle algo a mi hija, o yo misma podía volverme loca». La suerte estaba echada.

MADRID, 2014: LLORANDO EL PRIMER DÍA
Sandra Alford piensa un momento, y arranca su historia. «Era domingo, lo recuerdo bien. En la habitación, aquí arriba, en el club, lloré todo lo que tenía que llorar, y es verdad que lloré a mares. Había llegado de Venezuela ese mismo día. No sabía si iba a poder hacerlo o no. Pero me dije: ‘Sandra, tú eres fuerte, puedes con esto y con más’. Mi hermana ya me lo había dicho: ‘Si no puedes con ello, te vuelves y nos arreglamos’. Así que me puse el vestido que había traído, un vestidito normal, y bajé a la discoteca. Me senté en esa esquina que ves ahí. Crucé las piernas. Se me acercó un chico y ni siquiera hablamos unos minutos, como suelen hacer las españolas. Me dijo: ‘¿Subes conmigo?’. Y yo respondí: ‘Ah, uh, eh… Vale’. Y fue una cosa muy normal, la verdad. Lo que había llorado antes, madre mía… Hoy me da la risa», dice.

La venezolana Sandra Alford, que es pura dulzura caribeña al hablar, llegó hace diez años, con 35, al lugar en el que la entrevistamos, el prostíbulo Factory Air, en Madrid, junto a la autopista rumbo a Barcelona. Un espartano y envejecido motel de carretera en el que, narra, «lo primero que me dijo el encargado, con el que ya había contactado por teléfono desde Venezuela, fue: ‘Aquí tú haces lo que quieras, pasas a la habitación con quien te parezca, los límites los pones tú. Bajas, te invitamos a una copa, hablas con quieras y si quieres subir, pues subes. Lo único que tienes que hacer es pagar 70 euros al día por la habitación, la comida y la seguridad que nosotros te proporcionamos’. Y en los 10 años que ya llevo aquí, desde hace varios como representante de las chicas, cuidándolas y preocupándome por ellas [como miembro del colectivo de trabajadoras sexuales Astras], jamás he visto a ninguna obligada. Nunca. ¡No lo habría soportado! ¿Cómo iba yo a permitir algo así?».

Sandra no pretende ocultar la precariedad en que se mueve su negocio «a trabajar aquí venimos gente con necesidades, ésa es la realidad», una fragilidad que se destila en cada rincón del establecimiento, pero sí normalizarlo, dignificarlo: «¿Por qué no va alguien a poder usar su cuerpo de esta manera, si quiere hacerlo? Si esto se prohíbe, muchas chicas van a quedar mucho más vulnerables. En realidad lo que queremos es que nos regularicen, pagar impuestos, tener una pensión, derecho a sanidad… Lo mismo que tienen los demás. ¿Por qué no podemos?».

TÁNGER, 2013: DEBAJO DEL SALPICADERO
Hecho el ritual y vinculada a la mafia que la va a llevar a Europa, Osas deja a su hija con su familia y cruza África hacia el norte en autobús, con pasaporte falso «de Sudán del Sur» un país de nueva creación entonces y su edad trucada «para parecer mayor de lo que era». Pero las fronteras hay que cruzarlas a pie: «Nos dejaban en un lado, cruzábamos por donde nos indicaban y nos recogían al otro lado». Por el camino se queda otra niña trasportada por la mafia, «de unos 11 años», y otra chica que se rompe un pie y se convierte en una rémora para el grupo.

Alojada en una «especie de gallinero» de Tánger, al que llega tras cruzar Níger y Argelia, a Osas le viene la regla. Se pasa tres días ensangrentada, comiendo pan con agua, hasta que la esconden bajo el salpicadero de un coche para cruzar la frontera de Ceuta, hacia España. Ahí, de nuevo, la picaresca: «Era Ramadán y metieron en el coche a dos mujeres embarazadas. Los musulmanes no pueden tocar embarazadas en Ramadán, así que ni revisaron el coche en la frontera».

El motor del coche quema su cuerpo, Osas se llega a desmayar, pero logra entrar en España. Aparece como por ensalmo andrajosa en las calles de Ceuta y acaba en el Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes (CETI), del que queda libre tres meses después, durante los cuales la madame nigeriana de Madrid habla por teléfono con ella cada día. Al salir le mandan algo de dinero, y las instrucciones: barco a Algeciras, bus a Madrid y, al llegar, la red la lleva a un pueblo al sur. Es el único día en que ve a la madame, que le pide que le muestre su cuerpo de 15 años. «Dijo: ‘Bien, está bien’. Yo no entendía nada». Al día siguiente un hombre la lleva a comprar lencería. «Me dio mucha vergüenza, no entendía para qué era…».

Ese mismo día, por la tarde, le dan la mejor y la peor noticia de su vida: «Me dicen que voy a trabajar y me pongo muy contenta. ‘No, pero vas a prostituirte, en la calle’. No me lo podía creer. ‘¡Pero si yo soy profesora!’. Les pedí hablar con la madame, y me la pusieron al teléfono. Me dijo: ‘¿Recuerdas tu juramento? Sabemos donde está tu hija, tenemos tu ropa interior, te morirás, tu hija morirá’». Me negué, estuve tres días encerrada, a pan y agua otra vez. Al final acepté, por puro miedo».

¿Por qué, si es práctica habitual usar el método del ‘lover boy’ o amante para captar a mujeres para tratarlas, Osas jamás había oído hablar de la trampa en la que se estaba metiendo hasta que fue prostituida en Madrid? “Porque estas chicas luego nunca cuentan en su país lo que han vivido, por pura vergüenza”, explican en Apramp, la Asociación para la Prevención, Reinserción y Atención a la Mujer Prostituida.

CARACAS, 2008: LA PERIODISTA EN PARO
Sandra, nacida en Caracas, en una familia «perfectamente normal» «mis hermanos son abogados y empresarios», entró en la prostitución, que ella prefiere llamar «trabajo sexual, porque no tengo nada de qué avergonzarme», por el motivo (ése sí) más viejo del mundo: por dinero, para poder comer, y dar de comer a su hijo, Christopher, que en 2024 tiene 20 años y vive allá. «Yo tengo estudios universitarios», cuenta Sandra, «y trabajé durante casi una década como periodista en Radio Caracas TV, donde hacía locuciones, comerciales [anuncios]… Lo que pasa es que el Gobierno de Hugo Chávez la cerró: no les gustaba lo que decíamos, cómo pensábamos… Y me quedé en la calle, con un hijo de cuatro años en los brazos».

Aquello sucedió en 2008. Con la economía venezolana en picado, Sandra comienza a ayudar a su hermana, abogada. Pero seis años después, ya viuda al morir su pareja en un accidente «de tránsito», «me di cuenta de que necesitaba ingresar más dinero, por las deudas que tenía. Ya había pensado en el trabajo sexual, incluso había escuchado a alguien hablar de este club». Sandra simplemente tecleó ‘Factory Air’ en Google, cuenta. «Llamé y me explicaron sencillamente lo que es: un hotel donde tú haces lo que puedes para ganar tu dinero, tu viático», suelta un americanismo.

«El salto es muy duro, no lo niego. Hace varias semanas vino una chica, española, por primera vez, y le dijeron que hablara conmigo, porque siempre las ayudo. Había dejado a su hija en casa, con una niñera. Le dije: ‘Prueba, y si no te ves, déjalo’. A las tres de la madrugada vino al restaurante del hotel [que abre 24 horas]. Se volvía a casa. No pudo. Quizás fue impaciente. Yo quizás lloré tanto antes de hacerlo, que después no he derramado una lágrima. Es más: me parece digno. El estigma me parece muy injusto».

Dice Sandra que en Venezuela «jamás» había cobrado por practicar sexo, que sólo llegó a Barajas con 1.500 dólares, «por los que me dieron 1.100 euros, me acuerdo», y luego al club. «Meses después lo intenté un par de semanas en Valladolid, pero había mucha menos clientela. Volví aquí, y desde entonces».

COLONIA MARCONI, 2013: COCHES Y DOLOR
Lo primero que Osas aprendió en castellano, cuando accedió a prostituirse, fue «completo 20, chupar 10». «Me moría de vergüenza, llegaban los coches y a los hombres les daba igual que estuviera llorando, sólo las trans de Marconi me ayudaban. Vino la Policía, con una chica que hablaba inglés. Me llevaron a declarar, pero dije lo que me habían dicho que debía decir: que era voluntario, que estaba allí porque quería, que nadie me obligaba. Me dieron zumo y galletas, pero no conté nada».

Volvió al polígono. El infierno duró un mes. «Tenía un dolor en la tripa enorme, pasaban coches y más coches y a los hombres no les importaba nada verme sufrir, lo hacían igual. Lo pasaba muy mal, y para el dolor sólo me daban agua con sal, y a veces algo de paracetamol. De vez en cuando hablaba con la madame por teléfono. La llamaba ‘mamá’, porque me faltaba… Esa persona en la que confiar. Yo era una niña. Ella me repetía: ‘No soy tu madre’».

Por pura suerte, en Marconi la reconoce Ana, una de las técnicas más experimentada de Apramp: el destino quiso que la organización la hubiera detectado en Ceuta, en el CETI, tiempo antes. «Vieron una chica de 15 años malnutrida, llorando… imagínate». Pocos días después Osas consigue huir de la casa en que dormía corriendo hacia la estación, donde la espera una técnica de Apramp. “Fue increíble, no sé de dónde saqué la fuerza para hacerlo”.

Pero mucho más. Con el tiempo Osas denuncia pocas víctimas lo hacen y lo mantienen en el tiempo, y a sus captores les cae una de las escasas condenas en España por trata: siete años por esclavizarla sexualmente. En el juicio, increíblemente, «aún ellos alegaban lo de la deuda de 40.000 euros», dice.

Su familia no recibe represalias por sus denuncias, pero hoy, muchos años después, Osas no ha vuelto a Nigeria. Se pone triste: «Mi familia sólo quiere mi dinero, ni siquiera les hace ilusión verme». Es lo que está en la base, demasiadas veces, de la trata: «Las víctimas apenas tienen un entorno, alguien que se preocupe por ellas», dicen en Apramp. Consigue que le manden a su hija, se empareja en España, tiene otro hijo, pero sobre todo se recompone por dentro: años de terapia, de conocerse a sí misma, la niña obligada a ser adulta acaba reconstruyéndose con éxito «no siempre pasa, esto es muy muy duro y las víctimas suelen quedar muy tocadas», explican en Apramp. Osas, con el tiempo, pasa a formar parte de la asociación, y ayuda a escapar a otras mujeres esclavizadas

La odisea que sufrió para, al final, vivir tranquila y feliz en España, ¿la repetiría? «Oh, no, no, para nada», contesta. ¿Les contará algún día todo a sus hijos? «Sí. Esto no sólo sucede allí. También aquí las mujeres son vulnerables y las esclavizan, muchas caen ahora por TikTok».

MADRID, 2024: “ALGUNAS SE ENAMORAN
En el club en que Sandra trabaja «suele haber unas 60 chicas, pero la cifra siempre cambia, porque unas entran y otras salen todos los días. Ayer, por ejemplo, había 56. La mitad suelen ser españolas, la mitad extranjeras», dice. ¿Más españolas después de la crisis del Covid? «No, no he visto eso. Pero mira, ya que dices eso: en el confinamiento el dueño de este club dejó a unas 30 chicas aquí sin cobrarles nada, dándoles comida y medicinas. Hay mucha solidaridad, y eso no se cuenta».

Durante años Sandra hizo «uno, dos o como mucho tres servicios» cada noche, «muchos de clientes estables… Mira, por ejemplo ahora me mantiene uno de estos clientes, uno que conocí esa primera semana».

«Pero no te equivoques, aquí muchos hombres vienen no por el sexo, sino simplemente para charlar. Quieren subir contigo, te pagan, pero para que les escuches. Igual están viviendo un momento malo con su pareja, o necesitan ayuda. ¡Yo tengo uno que me llama La Profesora, jajaja! O vienen parejas, buscando ella darle un regalo sexual a él, o ambos buscando consejo sexual: que les enseñes cosas. Bueno, pero es que aquí aprendes muchas cosas: cada vez más hombres vienen sólo a que les enseñes los pies. No quieren tener sexo contigo. Quieren tus pies», se ríe. Y se desliza por terrenos casi del neorrealismo italiano: «¿Sabes que algunas chicas se pelean por los clientes? Se enamoran de ellos y no dejan que se vayan con otra. ¡Es que nosotras también sentimos y nos enamoramos!». ¿Le ha sucedido a ella? «Ay, no, la verdad es que no», contesta sin abandonar la sonrisa.

¿Y ha pasado miedo alguna vez? «Sí. Dejé de pasar con rumanos, porque son muy violentos. La primera vez que estuve con uno fue la última. Me dio un cachete muy fuerte. Descolgué el teléfono, llamé a seguridad y lo echaron inmediatamente. Hay un teléfono en cada habitación. Siempre que una chica se va con un cliente a un hotel, aquí se quedan con una copia de su DNI», asegura. Muchos de los clientes son viajeros vinculados al cercano aeropuerto de Barajas, dice.

«Es muy injusto decir que este trabajo es indigno. Tenemos una vida como la de los demás, los únicos peligros vienen precisamente por que no está regulada. Hace poco se jubiló una chica que llevaba 15 años aquí. ¿Te imaginas, 15 años secuestrada? Nuria, una mujer fantástica, se jubiló después de nueve, con 38 años. Yo misma estoy pensándolo también». Christopher, que no sabe en qué ha trabajado su madre en España “sólo lo sabe mi hermana”, ya tiene 20 años y estudia Informática. «Además no sólo pagué muy rápidamente mis deudas en Venezuela: abrí un negocio de venta de motos… Ahora el país está muy bien, gracias a la guerra de Ucrania Estados Unidos se ha acercado al régimen y la economía va muy bien
¿Habría trabajado en cualquier otras cosa, de tener oportunidad, antes que a la prostitución? “Sí la habría antepuesto, pero gracias al trabajo sexual he podido sacar adelante a mi hijo y solventar mis problemas económicos”.

Sandra piensa en jubilarse. «Pero quiero seguir ayudando a proteger a las chicas, eso sí», termina.

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