CITA MULTITUDINARIA // LA MADRUGADA

Música y tolerancia

El Periodico, 18-08-2006

Gràcia pasó el miércoles la tercera noche de fiesta mayor sin incidentes y con la complicidad del buen tiempo. Quizá para reafirmar su carácter popular y la fuerza de sus tradiciones, el barrio hizo que los asistentes pasaran la noche bailando ritmos de la historia y del presente de Catalunya y rescatando el instrumento por excelencia de la alegría callejera: el cajón.
Desde uno de los escenarios, cruzaba el aire la memoria de un pasado marinero cantado en habaneras que, aprovechando la Noche de los Abuelos que les regaló la comisión de fiestas de la calle de la Providència, tarareaban dos amigas que compartían nombre y alegrías. Las dos se llaman Isabel y colaboraron en la decoración. “Cortamos muchos de los adornos que ves ahí arriba”, dijeron a coro señalando las guirnaldas verdes que ocultarán el cielo hasta el fin de la fiesta.
Además de coincidir en el nombre, el trabajo y la sonrisa, compartieron queja. “A las mujeres nos han dado unas cucharas, muy bonitas, pero a los hombres les han dado un libro, y a nosotras nos gusta mucho leer”. El mínimo fruncir de sus cejas, sin embargo, se disipó con la canción que el grupo empezó a tocar, una vieja melodía vasca que invita al buen comer. “Tenemos pollo asado con ensalada, un buen menú”, proclamaron antes de que renaciera la conversación y se prepararan para el campeonato de remigio.

El pasado y el cajón
Llegando a Verdi del Mig, estaba Laura, de 22 años. Vio un momento el recital de poesía de Luis Eduardo Aute, pero “ahí faltaba música”, dijo. En Verdi la encontró. Como celebrando la llegada de la inmigración caribeña a la ciudad, el grupo Azúcar cantó un son entre extraterrestres de plástico y ojos de medio metro de diámetro y córneas de polietileno.
Unas calles más abajo, el cajón hizo su primera aparición, de la mano del grupo Violen Trío, que en una esquina entonó, como los describió la mexicana Diana, de 23 años, “los tangos del principio, los de los años 20, cuando todavía no salía de los burdeles, se tocaba entre láminas de asbesto y la única percusión era un cajón” rescatado de un mueble viejo para acompañar a la guitarra. Los que se pararon a verlos, escucharon la misma música que los vecinos de sus abuelos que emigraron a la Argentina a principios de siglo. Ese pasado que zarpó hacia América para no volver, regresó de la mano de tres argentinos y una pareja que reinventó los pasos del tango en vaqueros y camiseta.
El cajón no dejaría a los asistentes hasta que el sol amenazó ya con salir. Junto a la plaza del Poble Romaní, donde Rauxa y su rumba catalana hicieron vibrar a los asistentes a la fiesta alternativa, una batucada improvisada lo usó para compensar el ritmo grave del bongó con el rebote hueco de la madera.
Más tarde, cuando ya habían cerrado los bares y la gente empezó a irse, el eco de dos cajones, en la plaza de Rius i Taulet y la del Sol, acompañaría a los pocos desvelados que quedaban. Para las cuatro de la mañana eran tan pocos que había más periodistas y uniformados que bailadores, pero no dejaron la música hasta que, minutos antes de las seis de la mañana, los Mossos d’Esquadra y la Guardia Urbana los dispersaron sin violencia.
Aunque no quisieron hablar – – barrenderos y policías alegaron que no pueden comentar nada sin autorización – – , el alivio porque la fiesta terminó en paz se veía en sus caras. Quizá también se alegraban de que el aburrimiento que sufrían entre bostezos llegaba a su fin.

Texto en la fuente original
(Puede haber caducado)