"Me gustaría ser 'mosso d'esquadra"

El País, 18-08-2006

Rabie Lauchi creció en Chefchauen, un municipio del norte de Marruecos a 60 kilómetros de Ceuta. Cuando tenía siete años su padre se marchó a España. A menudo regresaba para visitar a su mujer y sus siete hijos. Llegaba con un coche nuevo y explicaba cómo era su nueva vida en Sant Feliu de Llobregat, donde se instaló en un piso. Al cabo de un tiempo, uno de los hermanos de Lauchi se vino a España con el padre. Cuando Rabie cumplió 14 años pidió conocer el mundo del cual tanto había oído pero desconocía.

El primer día en Sant Feliu su hermano mayor lo llevó a Port Aventura. Después cenaron en un restaurante. Rabie no lo dudó: escogió quedarse a vivir en Cataluña. Pero poco después se arrepintió. “Llegó el tiempo de la fiesta del cordero y eché en falta a mi familia, los amigos y las celebraciones”, explica. Ahora tiene 22 años y domina el castellano y el catalán. Su gran ilusión es conseguir tener cerca a su madre, que todavía vive en Marruecos. Con este objetivo, ha puesto a su nombre un piso alquilado en Sant Feliu y ha tramitado los documentos para que pueda instalarse en el municipio. “Si todo va bien, vendrá en dos meses”, confía con alegría.

Rabie recuerda las dificultades de los primeros años. En primero de ESO sólo suspendió dos de las 11 asignaturas que se impartían. “Nadie se lo creía”, afirma con orgullo el joven. Pero en su instituto ser inmigrante, cuando había muy pocos, no era algo sencillo. “Había un grupo que insultaba a los marroquíes y a los negros. Teníamos que oír cosas muy gordas”, explica con amargura. Para evitar las humillaciones, se unió a ellos. En segundo de ESO suspendió las 11 asignaturas. No iba a clase y participaba en las gamberradas del colectivo. El padre le conminó a estudiar o hacer algo útil.

A los 17 años se puso a trabajar 12 horas al día de lunes a sábado cargando cajas en un almacén. A Rabie no le faltaba ingenio y soltura. Para encontrar fácilmente trabajo, se dirigía intencionadamente al capataz de turno con un torpe castellano y aseguraba no tener papeles. Era la manera de conseguir un puesto al instante. Sin embargo, comenta que eso también significaba “dejarse explotar”. “Yo me podía defender. Al final acababa respondiendo a los jefes que me chillaban o me trataban mal. Cuando quería, cambiaba de trabajo. Pero los compañeros que no tienen documentación ni lugar donde dormir lo aguantan todo, lo tienen muy difícil”.

Con el tiempo, Rabie ha encontrado un buen empleo. Cobra un sueldo aceptable por seis horas al día como responsable de una tienda dedicada a duplicar llaves, ubicada en un centro comercial. En una semana, al comprobar que dominaba el trabajo, lo dejaron solo en el local. Explica que también tenía una novia catalana. “Lo pasábamos bien, pero su madre no vio bien nuestra relación y lo dejamos”, señala.

Pero lo que más lamenta el joven es haber abandonado los estudios. “Me gustaría ser mosso d’Esquadra, pero no tengo la nacionalidad”, explica. Conseguirla no es fácil, y antes de que pase todo ese tiempo Rabie espera ser el propietario de un negocio en Cataluña o en Marruecos.

Para Rabie, uno de los principales problemas de su país de origen es “la falta de justicia social”. Por eso, “todos los que venimos de allí aborrecemos la política. En Marruecos los pobres siempre son los más desfavorecidos. Hay mucha riqueza pero muy mal distribuida”, subraya y lamenta que el Gobierno y las clases pudientes no se preocupen por los más desfavorecidos.

Aun así, en sus continuos viajes para visitar a su madre, hasta dos veces cada año, ha constatado que todo está cambiando: proliferan los negocios y se forman empresas. También le sorprendió ver cómo las mujeres ya conducen y ganan presencia en el Parlamento. Considera que “se está dando un giro importante en la política” y por ello, y porque se siente enamorado de su tierra, espera volver para vivir dignamente: “Con justicia social Marruecos será el mejor país del mundo”.

Texto en la fuente original
(Puede haber caducado)