Familias multirraciales, ¿cómo es la convivencia en un hogar multicultural?
La psicóloga Nora Rubí señala que «la convivencia en un hogar multirracial ayuda a que los menores tengan menos prejuicios y se adapten mejor a nuevas situaciones»
El Correo, , 30-01-2024En los últimos años, España ha experimentado un cambio significativo en su demografía, reflejando una sociedad cada vez más diversa. Solo basta con dar un paseo por las calles de cualquier municipio para ser testigo de la convivencia y la unión entre individuos de distintos países, culturas y tradición. Si bien este paisaje social se aprecia desde hace varias décadas en países vecinos, donde ya existen terceras y cuartas generaciones de inmigrantes, en España ya empieza a manifestarse.
El 32,4% de los bebés nacidos en España en 2021 contaba con al menos un progenitor extranjero, según recoge en el informe ‘Inmigración: un quinto de la España actual, más de un cuarto de la futura’ del Observatorio Demográfico de la Universidad CEU San Pablo. El estudio publicado en marzo de este año revela que, desde la segunda mitad de los 90, la inmigración creció en España a buen ritmo, pasando de 1.067.478 personas en mayo de 1996 a 7,5 millones a comienzos de 2022.
Los inmigrantes de segunda generación, los jóvenes nacidos de padres extranjeros o traídos antes de los 12 años, son parte del nuevo retrato de España, notablemente más variado y diverso. Pero ¿a qué dificultades se enfrentan las familias y cómo es la convivencia en un hogar multirracial? Nora Rubí Llorente, psicóloga general sanitaria especializada en violencia de género y experta en intervención en emergencias y catástrofes, asegura que «todo lo que sea diversidad implica crecimiento personal y apertura de mente. La diversidad cultural en una familia afectará de manera positiva, porque ayuda a que los menores puedan tener menos prejuicios y se adapten mejor a las nuevas situaciones».
Rubí ha colaborado en centros de acogida en protección internacional y actualmente trabaja en Médicos del Mundo con mujeres en situación de prostitución y víctimas de trata y explotación sexual. Desde su experiencia sostiene que «nuestro cerebro es ‘plástico’, pero no en el sentido literal de la palabra, ser plástico quiere decir que es ‘adaptable’. Según vamos madurando, se va ralentizando su capacidad de desarrollo y de absorber nueva información. En ese sentido, los menores tendrán mucha más facilidad para integrar nuevos idiomas y expresiones, mientras que los adultos encontrarán más dificultades para incorporar por completo un nuevo idioma».
Dificultades
Sobre las dificultades en la comunicación señala que «los menores pueden utilizar expresiones que las personas adultas desconocen, aunque esto no es nada grave». Y, en ocasiones, los padres de familia «encuentran dificultades a la hora de apoyarles en las tareas escolares, debido a la brecha idiomática, por lo que seguramente requerirán de un mayor seguimiento por parte de los centros escolares».
«Los menores son muy conscientes de las limitaciones del resto de personas de su familia con respecto al idioma (en el caso de que las hubiera). En algunas ocasiones son ellos mismos los que toman el rol de ‘traductores’ de la familia, asumiendo una responsabilidad importante». Por eso, aconseja «evitar ‘cargarles’ con responsabilidades que no les corresponden».
Asimismo, «cabe la posibilidad de que se den conflictos si las personas adultas se mantienen muy ancladas a sus costumbres y consideran que las personas más jóvenes tienen que mantenerlas. Al criarse en un país diferente e integrar partes de varias culturas, una de estas se puede ‘perder’. Esto puede llevar a conflictos internos en función de la rigidez que se tenga con respecto a lo que cada familia considera que es lo ‘correcto’ culturalmente hablando».
Otro de los aspectos que hay que tener en cuenta son los niveles de diversidad. «Las personas racializadas (esto es, con rasgos que consideramos diferentes a los de una persona blanca principalmente), se enfrentan a muchas formas de discriminación en el día a día, ya sea por el color de piel, idioma, nivel socioeconómico, vestimenta, religión o costumbres». Esto puede llevar a situaciones de conflicto que, de alguna manera, se trasladan dentro de la familia. «Por ejemplo, si un menor se encuentra con desaprobación a nivel social por acudir a un centro religioso o llevar una ropa en concreto, es más posible que sienta rechazo hacia estas costumbres (incluso considerándolas parte de su identidad)».
Inclusión
A menudo las familias se enfrentan a tensiones psicológicas relacionadas por las diferencias culturales. Rubí advierte que «no podemos poner todo el peso en ‘las familias’. Como sociedad, tenemos una responsabilidad con las personas y muchas veces siento que podríamos aportar mucho más. Y, por desgracia, no solemos hacerlo. Para que las personas se sientan integradas no basta con permitirles estar, sino que es necesario contar con ellas. Hace poco he leído una frase que me ha gustado y que creo que representa bastante bien el espíritu de lo que me gustaría transmitir en este sentido: ‘Diversidad es que te inviten a la fiesta, inclusión que te saquen a bailar’».
Es cierto que «a todas nos gusta pensar que no tenemos prejuicios y que somos personas ‘inclusivas’, pero ¿cuántas personas tenemos gente de otras culturas cercana de verdad en nuestro entorno y compartimos con ellas en el día a día? No podemos poner toda la responsabilidad en los demás. Y aquí es donde caemos en decir ‘son ellas y ellos quienes no se integran’ y no pensamos en que si nosotros migramos a otro país, buscaríamos las personas con las que sentimos que compartimos más culturalmente hablando. Porque cuando una persona ‘no es de aquí’ tiene muchas más dificultades para poder entrar a formar parte de grupos que ya están creados».
«Para que las personas se sientan integradas no basta con permitirles estar, sino que es necesario contar con ellas»
En cuanto a cómo abordan las preocupaciones emocionales que puedan surgir en el hogar, la psicóloga recomienda a las familias que «muestren a sus hijos todo lo que tiene que ver con su cultura, costumbres, religión, tradiciones familiares y raíces, pero que permitan que cada menor pueda decidir qué cosas le gustan, cuales quiere poner en práctica y cuáles no. Los y las menores tienen más facilidad para adaptarse a los nuevos entornos que las personas adultas, pero en ese proceso de adaptación se dan renuncias involuntarias a nivel cultural». También resalta que «es importante comprender que las personas adultas provenimos de un contexto, pero que cuando salimos de ese contexto, aparecen nuevas oportunidades que quizá ellos tengan la posibilidad de explotar al máximo. Lo fundamental en cualquier relación, es fomentar la libre elección con conciencia, la empatía y la comunicación. Si en todas las familias consiguiésemos esto, seguramente nos iría mejor».
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